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Título: Tabu

Año 2012

Duración 118 min.

PaísPortugal

Director Miguel Gomes

Guión Miguel Gomes, Mariana Ricardo

Música

Fotografía Rui Poças (B&W)

Reparto Teresa Madruga, Laura Soveral, Ana Moreira, Carloto Cotta, Henrique Espírito Santo, Isabel Muñoz Cardoso, Ivo Müller, Manuel Mesquita

Productora O Som e a Fúria / Radiotelevisão Portuguesa (RTP)

Valoración 9

El interesantísimo creador de AQUEL QUERIDO MES DE AGOSTO dio un auténtico zarpazo de originalidad el año pasado en la Belinale 2011 de la mano de la que, sin duda, se convirtió en la propuesta más osada de la competición del certamen germano. Con toda justicia, por ello,  Miguel Gomes, mediante la presente TABU, se alzó con el prestigioso Premio Alfred Bauer, el galardón con el que el jurado destaca, recompensa al film, cuya innovación artística es altamente remarcable. Se reconocía así (y aún debió ser obsequiada con algún laurel más) el compromiso con  la primicia de un creador audiovisual que se postula como uno de esos apreciados directores que no entiende el oficio de cineasta sin no es conjugando el verbo experimentar.

Porque TABÚ es eso fundamentalmente, una apasionante y osada experiencia cinematográfica de primera magnitud, hilvanada con hilo suicida de emprendedor con ansias nuevas, pergeñada por un fascinado por el salto al vacío y también  por la  incertidumbre explosiva del hombre bomba de un circo. El complejo ejercicio propuesto por Gomes incrimina un potente artefacto fílmico que exige del espectador una voluntad participativa,  ágil, abierta, en todo momento dispuesta a dejarse llevar por  los recovecos imprevistos de un puzle incatalogable de hallazgos formales tozudamente entrelazados.

TABÚ balancea su desprecio por lo sabido sobre una aguerrida e imperturbable amalgama de texturas cinematográficas y  de peligros intencionales, todos ellos saldados con férreo descaro escénico: Gomes plantea una historia central que, de súbito, verá quebrada su continuidad ante la irrupción de una línea argumental imprevista, que está capturada, además,  mediante un trabajo escénico furibundamente opuesto al emplazado en primer término. TABÚ es una caja de sorpresas, un delirante laberinto de extrañezas y precisiones con destino a la evocación, a la retrospectiva y a la mismísima Historia del Cine.

Las primeras secuencias del film ya advierten de que el luso no se muestra complacido con los cánones expresivos habituales –y vulgarizados- a los que nos tiene acostumbrada la experiencia espectadora contemporánea. De la misma forma que, por ejemplo, los hermanos Cohen hicieron en su estupenda A SERIOUS MAN, la narración, aquí,  se inicia mediante un prólogo dotado de un sentido inaugural completamente autónomo, esto es, con un significado narrativo ajeno, en principio,  al relato principal posterior.

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Una imagen en blanco y negro nos presenta a una suerte de explorador, de pie, parado, mientras una pareja de siervos negros pasa a su lado. La textura del plano, la situación de los personajes dentro del plano,  la velocidad de los  movimientos  de éstos y el grano de la imagen evocan rápidamente al cine mudo de los años 20. Una voz en off comienza a contar, incorporando un uso literario del lenguaje particularmente exhortativo, la historia de este señor, que concluye con una divertida reflexión en torno a la melancolía humana.

A continuación, la cámara nos introduce a Pilar, una mujer de unos cincuenta años de edad, que, pronto lo veremos, quizás inducida por un fuerte sentimiento religioso,  pasa su vida intentando hacer el bien a su alrededor. El film, durante esa primera parte, sin abandonar el blanco y negro, promete una severa, extraña, no narrativa radiografía de la incomprensible soledad de esta mujer aficionada al cine. Sin embargo, nada de esto ocurre, Gomes nos depara una extraordinaria sorpresa que centrará la mucho más larga segunda parte del film.

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La primera da un giro radicalísimo gracias a un personaje, hasta el momento, completamente secundario: la anciana vecina de Pilar, Aurora, una vieja mujer que vive cuidada por una criada de Cabo Verde y que parece decidida a gastar todos sus ahorros en el casino de Estoril. No daremos más detalles, pero un hecho originará la evocación memoriosa de la vida de Aurora por parte de alguien que la conoce muy bien. Un hombre importantísimo en la biografía de la anciana se convertirá en el foco de atención que atenderá Pilar. Este detalle resulta fundamentalísimo para entender la virulencia formal que va a ser emprendida a continuación, pues todo lo narrado ahí está tamizado por ese punto de vista escuchador.

A partir de ese momento, Gomes impone, como ha quedado anunciado, una subyugante ocurrencia escenográfica diametralmente ajena a lo visto hasta ese momento. Tal ocurrencia no es sino la de narrar la historia de Aurora encuadrándola audiovisualmente de un modo al que no podemos calificar más que de fascínate, pues el realizador impone la unificación casi suicida de dos soluciones formales y expresivas bien dispares: cine mudo y voz en off constante narradora de los hechos, dándose la sugestiva circunstancia de que esa voz en off no se limita a ser mera apoyatura oral de lo que la imagen muestra, sino que se mostrará muy complacida en combatirla con ironía distensión y una sana, mordaz excentricidad.

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Desde un punto de vista analítico, TABÚ se sitúa a años luz de la estimable experiencia evocativa que supuso THE ARTIST, la exitosa película muda de Michael Hazanavicius. La película de Gomes no es una recreación de los modos expresivos del desparecido cine mudo, sino un intrépido juego de disparidades constitutivas, todas reconducidas, calculadas, hechas bella, extraña, honda, pícara y corrosiva reflexión sobre los recursos que el Séptimo Arte se niega a emplear hoy en día. En ese sentido, con quien cabría establecer una comparación es con la sobresaliente propuesta de Pablo Berger en BLANCANIEVES, pues el español también reclama el recurso al cine mudo como un elemento que le ayuda en su intención de reflexionar sobre el paso del tiempo en un mito. TABÚ y BLANCANIEVES son intencionalmente muy distintas, mas el atrevimiento de ambas en trascender la mera experiencia simuladora las une medularmente.

Contemplando la fértil y extraña convocatoria de texturas fílmicas y genéricas que Gomes acumula en su proeza (cine colonial, histórico, folletinesco, melodramático, pop musical, metacinematografíco, etc.) acuden a la mente dos recientes propuestas de dos autores antitéticos que también, recientemente, han indagado en el hecho cinematográfico. De un lado Martin Scorsese y, de otro, Leo Carax. Al igual que LA INVENCIÓN DE HUGO, TABÚ esconde, oculta, guarda un misterio que tiene que ver con el Séptimo Arte. Si en la primera la historia concluía festejando la figura de Mellies, en la segunda Gomes nos propone la Historia del Cine como material a emplear. Con HOLY MOTORS, en cambio, la une la impresionante voracidad fílmica dirimida escena tras escena sin hacer mediar puntuación alguna. El collage de géneros, citas cinematográficas, relecturas historiográficas y reflexiones metodológicas es, en ambas, inabarcable.

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El oficio de actor se torna punto de partida en el ejercicio del cineasta galo. En el luso, en cambio, la personalidad solitaria, grisácea, melancólica de una mujer portuguesa muy aficionada al cine se convierte en el elemento desencadenante de la asombrosa historia de amores exóticos infieles que vamos a disfrutar. Gomes escenifica la vida de Aurora asimilada por la atención silente, nostálgica, acaso reprimida, y devoradora de relatos en imágenes de quien la escucha en boca de un privilegiado protagonista de los hechos. TABÚ no habla de pecado alguno, pero sí de un hecho que nadie se atreve a confesar. Los recuerdos, las ilusiones mentales del hombre del siglo XX y XXI ya no saben ser articulados sin que medie una cinta de celuloide. El cerebro nos funciona como una cámara de cine. TABÚ es pura cinefilia inconsciente.

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