Panegre

 

 

Título Original Pa Negre

Año 2010

Duración 108 min.

País España

Director Agustí Villaronga

Guión Agustí Villaronga - Emili Teixidor

Música José Manuel Pagán

Fotografía Antonio Riestra

Reparto Francesc Colomer, Nora Navas, Eduard Fernández, Roger Casamajor, Laia Marrull.

Productora Massa D'or produccions / Televisió de Catalunya / TVE

Valoración 9.0

 

 

Mucho más allá de los merecidísimos premios que acaba de ganar, lo más importante de todo es que gracias a Pa Negre podemos disfrutar de la ocasión de reencontrarnos con el perturbador de imágenes más genuino que posee la cinematografía española actual. Lamentablemente, las consecuencias de la cicatería de un sistema productivo  infecundo y servilista, unidas a la vulgaridad espectadora que preconiza el panorama audiovisual contemporáneo, impiden que creadores de la valía de Agustí Villaronga puedan desarrollar su trabajo de forma más continuada.

Autor de zarpazos fílmicos tan desasosegantes y vigorosos como Tras el Cristal o El Mar, el mallorquín posee, cultiva y derrama, más que ningún otro por estos amansados lares, ese particular, codiciado brebaje que es el magma de lo intransferible. Villaronga, desde el primer plano implicado en su adhesiva trayectoria, imparte punzantes lecciones de disímil  extrañeza, escarbando  con sus planos en la trastienda de la imagen mostrada al espectador. La realidad, en él, reniega de su propia evidencia para tolerar que nos hallemos, de súbito, en el desamparo siniestro de la sombra que siempre proyecta.

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Dada semejante impronta, cabía esperar que el merodeo del autor de Aro Tolbukhin. En la Mente del Asesino por los archiconocidos aledaños temáticos a la Guerra Civil española se escaparan a la mansa y estomagante convención: a esa nefasta costumbre de plantear este sano y pertinente ejercicio retrospectivo en términos de un ajusticiamiento reivindicativo, casi siempre empobrecedor  y proclive a esa molesta simplificación que es el maniqueísmo. El mensaje de fondo como único objetivo de la forma y el modo, como asfixiante finalidad sometiente y excluidora. La intencionalidad anulando los recursos autentificadores del discurso. PA NEGRE, por fortuna, reniega de ese oficializado precepto y oficia una brillantísima ceremonia fílmica en la que la única verdad es la que emana de la portentosa apropiación personal maquinada por el realizador.

Villaronga, de la mano del material prestado por la novela homónima de Emili Teixidor, se aproxima a esas infaustas fechas, inmediatamente posteriores a la conclusión de la contienda bélica, con la única finalidad de ahondar en su intransferible universo creativo.  La post-guerra deja de ser objeto, propósito apriorísticamente dirimido, y  pasa a ser telón de fondo, paisaje condicionador, lodo  salpicante de las suelas de todos los personajes, ámbito intervenido por el prisma enriquecedor y singular de los intereses de quien demanda su exposición.

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Pa Negre, hecha la lógica salvedad de algunas deudas insalvables con el original literario, acaba convertida en una obra sugestivamente “villaronguiana”. El director se zambulle en una historia que no le pertenece pero que sabe arrimarse con implacable nobleza, con enrabiada clarividencia. El film narra los hechos que, en un pueblo de la Cataluña rural, desencadena el atroz asesinato de uno de sus habitantes. Villaronga aprovecha al máximo la singularidad del punto de vista vertebrador de todos los acontecimientos: el del hijo de un vecino y amigo de la víctima.

El realizador cuece su reconocible y apasionante caldo observador en el ámbito incrédulo, confuso y sobrepasado del chaval. El espectador maneja, desde fuera, claves que, dada su lógica ignorancia, el protagonista no es capaz de hacer actuar. Ahí es donde el film va hilvanando su oscurísima, impregnante y conmovida grandeza: en la viscosa tensión, en la enmadejada grisura, en la balbuciente nitidez, dentro de las que  Villaronga va tejiendo un  inesperado cosmos, turbio y severo, que supera la mera condición de relato histórico rural para extenderse hacia territorios mucho más propios del relato de fantasía y de terror.

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El mallorquín vampiriza los miedos, las fragilidades y las averiguaciones que irán vapuleando el devenir del soberbio personaje central. Un cruento, cortante y contenido uso de la violencia, una puesta en escena intensificadora de la miseria, la villanía y la precariedad de la época, la visceralidad ambiental que impone la dubitante, fustigada e impetuosa transformación del niño, la precisión de unos diálogos depuradísimos y la deslizante observación de unos personajes enormemente sugestivos acaban configurando una película magistralmente enfermiza y furiosamente auténtica. Cine, reflexión y fantasmas de la mano de un superdotado en esto de hacer arte hilvanando planos con dolor de aguja en la piel. Que los recientes Goyas, por favor, sirvan para que Villaronga no tarde tantos años en volver a convocarnos al calor cauteloso y desbordado de sus flamígeros planos hoguera.

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