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Título Original Biutiful

Año 2010

Duración 145 min.

País México

Director  Alejandro González Iñárritu

Guión Alejandro González Iñárritu, Armando Bo, Nicolás Giacobone

Música Gustavo Santaolalla

Fotografía Rodrigo Prieto

Reparto Javier Bardem, Maricel Álvarez, Diaryatou Daff, Eduard Fernández, Ana Wagener, Guillermo Estrella

Productora Menage Atroz / Cha Cha Cha / Mod Producciones / Ikiru Films / Focus Features

Valoración 3.0

 

Duelo mejicano de altura, señores. Había, entre la crítica especializada, algo muy parecido al morbo de corral de urracas por dilucidar el dilema González Iñárritu tras la ruptura laboral con Arriaga. Juntos, el uno en labores de dirección y el otro pergeñando la escritura, habían sido capaces de ofrecernos tres auténticos zarpazos fílmicos: esa obra maestra titulada Amores Perros y las posteriores 21 Gramos y Babel. El cacareado altercado personal surgido tras el estreno de ésta última ha dispuesto que cada uno de ellos, por separado, haya decidido continuar su afamada trayectoria cinematográfica.

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Guillermo Arriaga debutó como director hace unos meses con Lejos de la Tierra Quemada.  En ella, da muestras de que su olfato en la elaboración de un guión corre parejo al de su estrenada solvencia tras la cámara. El film, aunque irregular, acredita un nervio realizativo que permite albergar comprensibles esperanzas futuras. Alejandro González Iñárritu, por desgracia, en Biutiful , atestigua lo contrario. Su manifiesto brío escénico se muestra completamente incapaz de salvaguardar la entereza de este trabajo. El Iñárritu guionista impone debacle creativa sobre la soledad directora del Iñárritu realizador.

La peripecia narrativa sobre la que se asienta el fluir de las imágenes de Biutiful es exigua. Iñárritu somete el avance medular de su obra al férreo seguimiento de un único personaje central. Biutiful es Uxbal, un tipo completamente arrollado por la vida. Inscrito en una Barcelona miserable, lumpen, degradada –situada en el Raval-, el protagonista del relato deberá apechugar con una exacerbada acumulación de desgracias existenciales: está casado con una mujer que acusa un grave trastorno bipolar y que mantiene escarceos sexuales y drogadictos con un hermano suyo, tiene dos hijos a los que apenas puede cuidar y mantener, trabaja explotando a un grupo de ilegales inmigrantes asiáticos, dice disponer de unos poderes extrasensoriales que utiliza aprovechándose de familiares de seres recién fallecidos y, por si fuera poco, padece un agónico cáncer terminal.

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En el listado va la fatalidad. Biutiful es un film absolutamente acribillado por esa evidente demasía dramática. Da la impresión de que la huida de Iñárritu con respecto a su pasado fílmico se le ha vuelto en su contra. Las tres obras citadas al principio estaban solventadas ciñéndose a un mismo modelo narrativo: el puzle de tramas aliñado de vaivén espacio-temporal, el entrecruzamiento de líneas argumentales mínimamente ensambladas, a la postre, por el espectador. En la presente, el artefacto estructurativo es opuesto. En lugar de muchas historias exteriores lidiadas por una galería humana coral, ahora se nos propone un único héroe protagónico,  en el que se hayan introyectadas una descomunal batería de conflictos. De resultas, observamos que la permuta ha sido a peor. A muchísimo peor.

Biutiful se quiere virulentamente emocional y resulta ostensiblemente postiza. La ley del exceso impone su lógica sentencia de trampa. El espectador no empatiza jamás con la gravedad del calvario definido para el protagonista. Iñárritu, altivamente, pasa por encima del precepto máximo que exige el abordaje de esa frágil dinamita narrativa que es la tragedia: no sabe imponer gradación a la suma de los hechos. La tragedia nunca se impone: brota ella sola tras la calculada cocción de los oscuros elementos que la constituyen. Tragedia gritada, tragedia proscrita. Y aquí no sólo se grita… es que se apedrea con ella. Uxbal deviene un ente asaetado de penurias, devastaciones y padecimientos, que luce en calidad de galones negativos, impuestos por una voluntad exterior.

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La narración de la tortura no permite jamás que éste las viva de un modo pausado, comprensible o escéptico. Uxbal  sufre, desde el principio, la gravedad de la definición con la que está concebido: ser símbolo, trasunto metafórico del dolor a toda costa. Esta urgencia le inflige una agonía muy superior a la que vive dentro de la historia. El calvario inhumano que padece no conmueve: irrita. Irrita porque ni se molesta en maquillar su trampa estética de pantalón roto carísimo.

Ahora bien, si Biutiful no es el reprobable embeleco que urde es porque dentro de ella sí hay una inteligencia contenida de primer orden: el estremecedor trabajo que desarrolla Javier Bardem. El actor expone una calma trágica que Iñárritu no sabe definir a la totalidad de su ejercicio. La asombrosa delicadeza agónica, carnal, lúcida y sobrepasada con la que alimenta la mirada de su personaje debiere haber fulgurado en una sinceridad cinematográfica  que aquí nadie, excepto él, se ha apresurado a buscar. Esperemos que el mejicano sea el primero en tomar nota de este simplificador paseo por el lado salvaje de la nada. De la nada bien empaquetadita para regalo concienciador.

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