Un Profeta Portada

 

 

Título Original Un prophète

Año 2009

Duración 150 min.

País Francia

Director Jacques Audiard

Guión Jacques Audiard, Thomas Bidegain

Música Alexandre Desplat

Fotografía Stéphane Fontaine

Reparto Tahar Rahim, Niels Arestrup, Salem Kali, Alaa Oumouzoune

Productora Why Not Productions / Chic Films

Valoración 9.5

 

 

 

El año pasado Jacques Audiard se confirmó, definitivamente, como uno de los cineastas europeos más importantes del momento. Tras la rabiosa vehemencia descerrajada soberbiamente en “De tanto latir, mi corazón se ha parado”, un film que quien esto escribe no se cansa de reivindicar, tuvimos la ocasión de disfrutar de un furor fílmico aún mayor. Se llamó Un Profeta. Acababa de arrasar en la última entrega de los Cesar que entrega la Academia de Cine Francés. Había ganado también el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes.

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No obstante este jaleado loor entre especialistas multitudes, muchísimo más allá de esa impresionante lista de galardones que la avalan, su máxima acreditación no tarda en ser apercibida por el deslumbrado espectador que se ha dispuesto a dejarse acariciar la epiglotis con el furor oxidado de navaja certera mediante el que está latida. La última obra de ese vibrante realizador galo rezuma, desde el primero de sus planos, esa noble, enérgica virulencia pugilística de un golpe directo en el pómulo que supiere a terciopelo en mejilla destemplada. Un Profeta es puro artefacto escénico, nítida pedrada relatante, verdad y crudeza ensartadas con ira de alambrada centinela corroída por muchos voltios ávidos de chispa electrocutante.

El film comienza invocando al canon del género carcelario. Asistimos a la entrada en prisión de Malik, un joven inmigrante analfabeto. No se nos dicen las causas. El relato se inicia en el preciso instante de su entrada en la madriguera. Tampoco hay interés alguno por analizar el pasado del personaje, porque la emergencia de la narración es aprehender la dureza de la adaptación a ese  inhóspito, violento, adverso espacio cerrado. La rutina infernal de una jaula llena de lobos acechando, sin más posibilidad de escape que la urgencia por mimetizar esas fauces. El cordero deberá demostrar que posee colmillos chacales. Audiard emplaza su punto de vista en calidad de celador silente de esa perentoria transformación.

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Un Profeta es el relato de un ser humano agraviado por un  amenazador entorno ineludible, que lo obligará a convertirse en expuesto superviviente. Sin embargo, lo original de la propuesta es la visceral y creíble aproximación que Audiard impone a una impensada progresión personal. Malik, a obligada fuerza sentida en carne, deviene en listo  insumiso recental. La película acaba descollando una rigurosa descripción de la inteligencia que irá acreditando el portentoso elemento central del relato. El joven, forzado a improvisar una cruenta y perspicaz sagacidad de zorro viejo, lejos de someterse al rol de siervo obediente y dispuesto, se atreverá a aprovecharse de esa prisa estratégica. El film se aferra a la inusitada evolución de este esbirro que repara muy pronto en la premisa principal de su resistencia: vasallo libre es aquel que traza sus propios planes. El film narra las maniobras de una astucia impelida a golpe de observación y pericia. La táctica del acorralado, del capaz por obligación.

Audiard vuelve a hacer gala de su acreditado talento para explotar al límite las posibilidades de sus ponzoñosos argumentos. En Un Profeta logra un grado de verismo realmente estremecedor. La vida carcelaria está captada en toda su corrupta indelicadeza. La película huele a maldad, a peligro y a degradación. El seguimiento a Malik impone una narración que se codea admirable y genuinamente con los parámetros del cine negro gansteril, aunque perfilados desde un punto de vista nada estilizado ni homenajeador. El director francés abomina la presencia de la más mínima codificación u ornamento genérico. La suya es una formulación pasional y ruda, punzante y fornida.

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Una historia de superación casi agónica, que no se molesta en ocultar un cierto correlato simbólico, propio de una parábola de carácter religioso. A destacar, dentro de esta parábola "hampona" del hijo espabilado, la impresionante aportación del actor que pone la piel para la las heridas. El desconocido Tahar Rahim nos conmueve medularmente. La implicación física, la exigencia rabiosa y callada, la alertante fiereza con las que hace vivir en la pantalla a este avispado funambulista en el filo de una navaja con hambre de pescuezo es inolvidable. Los verdaderos aficionados a los latidos del séptimo arte tienen aquí un portento cardiovascular de primer orden. Acérquense a dejarse apabullar por esta magistral hipertensión cinematográfica.

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