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Título: Ricky

Año 2009

Duración 85 min.

País Francia

Director François Ozon

Guión François Ozon, Emmanuèle Bernheim (Obra: Rose Tremain)

Música Philippe Rombi

Fotografía Jeanne Lapoirie

Reparto Alexandra Lamy, Sergi López, Mélusine Mayance, Arthur Peyret, André Wilms, Jean-Claude Bolle-Reddat, Julien Haurant, Eric Forterre

Productora AEurowide Film Production

Valoración 3

De la mano de ese francés imprevisible y singular que es el ya experimentado François Ozon, acabamos de disfrutar de una pieza memorable titulada EN LA CASA. El galo posee una de las trayectorias más eclécticas del panorama europeo contemporáneo.  En ella se acumulan obras de toda clase e índole. Hace dos años nos impactó con la propuesta seguramente más bizarra de toda su filmografía. Se llama RICKY, no es una compresa, pero tiene alas. 

Acostumbrados a que estas rarezas mutacionales nos las brinden las mentes siempre apocalípticas y postnucleares de determinados cineastas asiáticos, la verdad sea dicha el autor de SWIMING POOL nos la ha colocado de rondón plumífero y arcángel. Ozon se nos hizo un poco “Amelie” de sí mismo, y nos quiso hacer partícipes de un repentino desborde imaginativo. RICKY está solventada con el engreimiento de quien piensa que le está tolerada una gracia, porque se le ha ocurrido a su apetito elevado y críptico.

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El film narra en clave de comedia dramática una historia que, en su arranque, parece condenada a describir un argumento de marcado cariz socio-laboral, y que, dando un giro de ciento ochenta fumados grados con fiebre, vira a una suerte de fábula pseudo-fantástica que llega a provocar un estupefacto desconcierto hasta en la capacidad de sorpresa del espectador más acostumbrado a bregar en estas lides harineras de costal surrealista. 

RICKY nos presenta a Katie, una mujer de unos cuarenta años, madre soltera de una niña, que comienza una fulgurante relación amorosa con Paco, un emigrante español que trabaja en la misma fábrica en la que lo hace ella. El velludo hispano da pronto en la diana procreativa de su pareja y Katie se nos embaraza a la primera de cambio. Hasta ese momento, Ozon muestra unas inusitadas dotes de cineasta muy capacitado para la  elaboración de una obra circunscrita al ámbito del, abusemos del espantoso término, cine social. La obra remite al primer Guediguian, al Loach más atento. El autor de 8 MUJERES despliega un austero acercamiento al ámbito humilde y problemático de la aumentada familia.

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El problema en RICKY surge cuando advertimos que el niño de este film no trae un pan debajo del brazo, sino que, además de escandalosos lloros continuados, lo que nos depara es delirio, mala pata y chiste chusco. Ricky no para en llantos. Algo le duele. Tras quedar una jornada con su padre a solas, Katie se asusta ante la aparición de dos grandes moratones. Las sospechas de algún maltrato que Paco niega, provoca su marcha del hogar. El pasmo sobreviene cuando las manchas se tornan dos bultos, y estos muy pronto se transforman en alas. En dos horrendas alas de pollo viejo para caldo ligero, que parecen sacadas de la basura sobrante, por caducada, del departamento de carnes avícolas de un supermercado. 

A partir de este momento, la película derrapa por el terreno de la fantasía instaurada en el ámbito de lo reconocible, esto es,  actuando, quedando inmiscuida como elemento asimilado por el alrededor más cercano. Superado el horror de las alitas anciano-calimeras, justo es reconocer que el desarrollo de la idea, en un primer momento, es ciertamente atractivo. La reacción de madre y hermanita llega a hacernos presagiar que la ocurrente deriva no es fruto del capricho de un realizador convencido de que tal vuelta de tuerca genérica pudiera tener validez. Ambas aceptan con normalidad la aparición de las pellejo-membranas. Y esa asimilación emotiva, dichosa y secreta redunda en un extrañamiento jugoso y escueto, pues el modesto ámbito espacial en el que había sido enmarcada la historia –el piso de Katie- no varía.

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Sin embargo, Ozon no explora en esa extrañeza cotidiana que genera la tesitura descrita, sino que la lleva al terreno de la exageración, del desatino y de la barbarie escenográfica. La idea de mostrar al bebé emplumado volando alitas en ristre no puede ser más que considerada como broma destartalada y finiquitante. RICKY se ahoga en la desmadrada complacencia de una idea exhibida sin ánimo sutil, sin voluntad de superar la mera condición de caprichillo surrealista ni de desarrollarla más allá de su inusitada irrupción. 

El realizador perdigonea la fabulativa credibilidad de un filme que ya, a pesar del abusado aleteo del angel-pollo, no vuelve a levantar el vuelo. Ozon, queriendo epatarnos de puro infrecuente, de puro rarito sofisticado, lo que consigue es que uno, cuando sus amigos le exijan que los agasaje con una paella, ponga condición que al pollo lo se lo traigan  ya manco. O ali-carente. Esto no lo quiero yo ni como pastilla de caldo de ave concentrado.

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