Oleg Poster

Título original: Oleg y las raras artes

Año: 2016

Duración: 70 min.

País: España

Director:  Andrés Duque

Guión:  Andrés Duque

Música:  Oleg Karavaychuk

Fotografía:  Carmen Torres, Jimmy Gimferrer

Reparto:  Documentary, Oleg Karavaychuk

Productora:  Intropía Media / Estudi Playtime / TV3 / ARTE

Nota: 7.5

Muy interesante propuesta reflexiva la que Andrés Duque acomete en OLOleg 2EG Y LAS BELLAS ARTES. Nos hallamos frente a una obra de nítido calado documental, que, sin embargo, está lúcidamente aguijoneada de aristas obsevacionales que distan mucho de conformarse a suscribirse a los cánones más adocenados y consabidos del género. El realizador es consciente en todo momento del enorme hallazgo, de la vasta oportunidad que despliega la ocasión deparada y, sin hacer mediar jamás una sola estridencia formal o estética,  en ningún momento opta por circunscribir semejante coyuntura a un paupérrimo rendirse a la brillantísima evidencia encuadrada. La coyuntura encuadrada está ahí, mostrada, expuesta a su propia peculiaridad y, por lo tanto, abierta a sus propias áreas de atracción y nebulosidad.  

La inusitada ocasión de Duque viene brindada por la posibilidad de arrimar su cámara a un ser humano de incuestionable atractivo escrutador, que, desde el primer segundo, inunda el plano de singularidad, proeza y cognición: Oleg Karavaichuk, uno de los más eméritos maestros del siglo XX en el preciso arte de tocar el piano. Con casi noventa años a sus escuálidas espaldas, Karavaichuk ha sido (falleció hace pocos meses) poseedor de una de esas apasionantes biografías marcadas por la furibunda facultad de ahondar en un incuestionable talento artístico. El film en modo alguno se aviene al consabido repaso memorioso, sino que se apresta a indagar en la inquebrantable naturaleza subjetiva de esta facultad.Oleg 3

Desde bien pequeño, Karavaichuk hizo del piano su razón de existir. A los nueve años ya dejó atónito al público soviético,  y muy pronto se convirtió en un favorito de Satlin, quien no tardó nada en incluirlo entre los vecinos del muy selecto barrio de Komarovo, zona residencial sita en San Petersburgo dispuesta por el mandatario para que vivieran allí los referentes artísticos e intelectuales más insignes (y adscritos) al régimen.  Autor de casi dos centenares de bandas sonoras para otros tantos films, censurado por las autoridades soviéticas hasta la década de los ochenta, durante muchos años (hasta su muerte, acaecida hace unos pocos meses) Karavaichuk ha sido la única persona autorizada para disfrutar de un excelso privilegio: poder tocar las teclas del famoso piano imperial que los últimos zares de Rusia donaron al Hemitage de San Petersburgo.

Ahí en ese insigne marco espacial, acontecen una buena parte de las secuencias de OLEG Y LAS BELLAS ARTES. El lugar en el que el protagonista oficia el milagro de su creación y de su otredad: la cotidiana atalaya desde la que consuma el magisterio de su mágica habilidad a las teclas del insigne instrumento. Lo curioso de la operación planteada por Duque no es que su aproximación en modo alguno pretende explicar las claves de ese portento, sino que deja que sea el propio verbo del pianista quien quede configurado como el instrumento prestado al espectador para que sea éste quien extraiga sus propias conclusiones.Oleg 1

Una vez tomada esta decisión, el realizador, consecuentemente limita su posicionamiento a un escrupuloso y fértil respeto observador, a un tolerar la presencia del invitado sin limitar un ápice el alcance de esa permisividad.  No debe extrañar pues la elección el plano elegido para que Karavaichuk hable por vez primera a la cámara: una gran plano fijo, que permite el encuadre completo de su menuda figura situada en uno de los grandes pasillos de la pinacoteca. Gracias a esa elección, a esa fijeza, a esa ausencia total de subrayados, aquel se convierte en personaje protagonista de su propia escenificación. Contemplamos el movimiento del pianista lejos del piano: sus brazos, sus manos, su voz, su forma de vestir, la torrencialidad descontrolada, tambaleante, fecunda y sapientísima de su discurso. La libertad que Duque convoca para atisbar y dejar expresarse a Karavaichuk se convierten en elementos de su caracterización, en las elementales y sinuosas puertas de entrada hacia una hipotética comprensión de un personaje que, dada, capturada su esencia imprevisible, libérrima, consciente y desmarcante, en consecuencia queda sancionado como una energía, un posicionamiento vital anciano, frágil y contumaz,  en modo alguna comparable a una pieza del museo.

Para incidir en ellos,  no debe de extrañar la opción formal privilegiada en la secuencia en la que el plano permite que se vea la modesta parafernalia técnica que precisa el realizador para encuadrarlo. El plano evidencia su propio dispositivo y, sin embargo, el sujeto encuadrado supera, se rebela, se niega a acatar ese mínimo sometimiento. Con todo, la mejor secuencia del film, en oposición a la fijeza de los planos esgrimidos dentro del museo, es la que nos lo muestra saliendo de su casa, paseando por el barrio en el que reside. Cámara en mano, acompañándolo durante el camino en calidad de compañera confidente, aquella persiste en la naturaleza combativa, convencida y memoriosa del protagonista: Karavaichuk en el museo no ha sido una simulación, puesto que el Karavaichuk situado en el ámbito de su cotidianeidad, fuera de las magnánimas estancias de aquel, sigue siendo el mismo. OLEG Y LAS RARAS ARTES consigue su objetivo plenamente. No analizar las claves biográficas de un ser excepcional, sino entregárnoslo en el prodigioso centro de su cultivado misterio.

 

 

 

 

 

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