La Pequena Venecia Cartel

Título: Io sono Li

Año 2011

Duración 96 min.

País Italia

Director Andrea Segre

Guión Marco Pettenello, Andrea Segre

Música Sara Zavarise

Fotografía Luca Bigazzi

Reparto Tao Zhao, Rade Serbedzija, Marco Paolini, Roberto Citran, Giuseppe Battiston

Productora Coproducción Italia-Francia; Jolefilm / Aeternam Films / Rai Cinema / France Cinéma / ARTE

Valoración 8.7

En principio la confluencia entre tratamiento poético y el tema de la emigración laboral no parece objetivo fácil de llevar a buen puerto. La dureza inherente a la problemática del ser humano obligado a buscar en tierras lejanas el sustento o la dignidad que le son hurtados en su lugar de origen da pocas justificaciones a aproximarse a ella haciendo mediar la óptica evasiva, delicada, nada frontal que impone el abordaje lírico sobre un asunto a tratar. La mayoría de las veces acaece que el instrumento implícito en el uso de esta mediación, por la desmesura de su preeminencia, acaba degradando la credibilidad del producto. 

Nos referimos a la ternura, ese instrumento ambiental que en muchas ocasiones alivia en demasía la debida contundencia exigida a tan agria temática. La ternura y los riesgos del sentimentalismo. Hay directores que acuden al dilema con esta afección mordida en los dientes cual navaja de matar, esto es, erigiéndola como urgencia descarada que ellos se encargan de asestar sin rubor alguno. Otros logran la difícil mixtura de invocarla graduando pudorosamente la magnitud de su emotiva influencia. 

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Los primeros hacen de la ternura una trampa; los segundos, un cobijo proeza. Cuando la ternura se impone, deviene en fullería. Cuando ésta tiene paciencia de semilla cultivada, quien emerge es la verdadera compasión. LA PEQUEÑA VENECIA, del italiano Andrea Segre, es un prodigioso reclamo compasivo, un pequeño tratado de verdad fílmica, sosegado e insondable, que hace del comedimiento expresivo un austero caudal de precisión contemplativa. 

La emigración no es un tema ajeno a la trayectoria del joven documentalista. Según sus propias palabras, LA PEQUEÑA VENECIA, su primer largometraje de ficción, nace como tentativa personal  de ser “una síntesis de mi trabajo como director de cine documental. En los últimos diez años he tratado dos temas principales en mis películas: la emigración hacia Europa (A METÀ, A SUD DI LAMPEDUSA, COME UN UOMO SULLA TERRA, IL SANGUEVERDE), y el territorio social y geográfico del Véneto (MARGHERA CANALE NORD, LA MAL´OMBRA y PESCATORI A CHIOGGIA). Precisamente, en esta curiosa localidad pesquera próxima a Venecia, Chioggia, transcurre el grueso principal de la historia que narra LA PEQUEÑA VENECIA, una escueta historia de acercamiento entre distintos necesitados, que concluye imponiendo una gran lección de pulcritud y honestidad observadora.

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El film se aferra al periplo migratorio de Shun Li, una mujer china que trabaja en una fábrica textil, sita en un polígono industrial romano. Shun Li se halla sometida al imperativo de la empresa para la que trabaja, un holding pseudomafioso que desplaza a sus empleados atendiendo a intereses que estos no pueden contestar, pues parte de sus honorarios van a pagar una deuda que ellos han contraído con aquel. Un día Shun Li recibe el mandato de trasladarse a Chioggia, una localidad pesquera, muy cercana a Venecia. Allí deberá regentar un pequeño bar portuario que la dueña acaba de traspasar a sus jefes. Muy pronto comenzará a entablar una cordial relación de amistad con Bepi, un pescador jubilado, oriundo de la antigua Yugoslavia, viudo, que lleva en Chioggia más de treinta años.

El interés máximo del film se fundamenta en el tacto con el que Segre persigue la confluencia de estos dos magníficos personajes. El acercamiento entre ambos está hecho progresar mediante un sosegado cálculo escrutador. El guión dispone una tajante paciencia descriptiva de caracteres,  que logra transmitir al espectador las necesidades mutuas de comprensión, amistad y placidez. Shun Li y Bepi se encuentran a gusto juntos,  conversando, intercambiando recuerdos, aliviando sus respectivas soledades, fraguando calidez a un tiempo que corre de forma distinta para cada uno de los dos. 

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Bepi es un veterano en la retaguardia de su existencia que haya en Shun Li una grata novedad, cuyo estímulo comienza a convertirse en otra cosa. Ella vive con una única obsesión: pagar a su empresa el importe que ésta le reclama para pagar el billete a Italia de su hijo, un adolescente que vive en China en casa de sus abuelos. El trato conversador con Bepi se convierte en una cortés fisura tranquila que la abstrae de la desazón que le ocasiona este asunto. 

Segre atiende a sus dos protagonistas en calidad de amagado testigo procedente, cual si fuera un apartado cliente del bar que contemplara curioso, sin entrometerse, el curso de esa afable pareja de repentinos amigos. Además el italiano impone de forma impecable y significativa la decisión de no renegar de su pasado como documentalista. El film supura una verdad incuestionable, porque la cámara de Segre captura sin esfuerzo alguno la autenticidad del ámbito geográfico en el que están inscritos los acontecimientos. 

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El espectador nota la humedad, el salitre, el barullo de actividades propias de la curiosa Chioggia. Tanto las escenas marítimas (en el barco, en la casucha elevada dentro del mar de Bepi, las que recogen las tareas de éste y su colega, mientras éste le inquiere sobre su relación con Shun Li), como las que acaecen en el interior de la cantina, o las que describen la irrupción cotidiana de las aguas en las calles y edificios de la población acreditan un profundo conocimiento del espacio. Esta mirada naturalista se inscribe con pertinencia en el desarrollo de la historia, pues de algún modo remite al tono amable, prudente y apacible que emplaza la historia central.

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Se aprovechan muy bien aspectos como la progresiva adaptación lingüística y laboral de Shun Li, que da una idea del paso del tiempo y de su aclimatación, como el hecho de que Bepi sea también un viejo emigrante, que aporta una hermosa reflexión en torno a las profundas similitudes existenciales de seres separados por miles de kilómetros (preciosa la escena en la que ambos cuentan las técnicas del oficio de pescador) o como la tesitura familiar de Bepi, que permite que lo conozcamos más profundamente. La perseverancia en la mostración del profundo respeto que se irán profesando ambos protagonistas ( inmensos, queribles, llenos de respirables matices y de inquieta contención Zhao Tao y Rade Sebedzija) hace que el viraje dramático final alcance una hondísima eficacia.

LA PEQUEÑA VENECIA depara una necesaria radiografía sobre los tiempos que corren y sobre las consecuencias no visibles de ese movimiento. Evitando maniqueísmo alguno, obviando la más mínima tentación de que el mensaje subyacente se apodere de la veracidad con la que están pincelados en pantalla los personajes, el film impone una poderosa mirada humanista a esta historia de dos seres humanos que superan los kilómetros de su distancia dejándose llevar por el reclamo de su cercanía. Una pequeña joya cinematográfica en toda regla

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