Nadir Y Sahim

 

 

 

Título original Jodaeiye Nader az Simin (Nader and Simin, a separation)

Año 2011

Duración 123 min.

País Irán

Director Asghar Farhadi

Guión Asghar Farhadi

Música Sattar Oraki

Fotografía Mahmoud Kalari

Reparto Sareh Bayat, Sarina Farhadi, Leila Hatami, Kimia Hosseini, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Peyman Moaadi, Ali-Asghar Shahbazi, Shirin Yazdanbakhsh

Productora Memento Films / Sony Pictures / Asghar Farhadi

Valoración 9.5

Una gris 61ª edición de la Berlinale, de pronto, renacía de su indolencia cuando volvía a ella un eminente invitado de pasadas ediciones. Hacía dos años que había deslumbrado allí a todo el personal crítico, desplazado a la capital germana para dar consecuente –y, muchas veces, martirizante- cobertura a la cita. El gran cineasta iraní Asghar Farhadi, volvía a incidir en el reclamo que los cronistas siempre desean hallar: la justificación, el hallazgo, la sorpresiva trascendencia que le hace falta a cualquier aficionado al cine para avivar las ganas por asistir a esta clase de eventos.

Lo dicho, lo hizo mediante A PROPÓSITO DE ELLY, aquella consternante reflexión sobre el súbito malestar que irrumpe cuando acontece lo imprevisto anegando de fatalidad y, este pasado mes de febrero, lo hacía con otro prodigio dramático, que, por fin llega a nuestras pantallas. Esperemos que se le dé la bienvenida que merece. Desde “Slithersmusiczine.com” nos atrevemos a dictar sentencia. Va a ser la mejor película de este año. Se llama NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN. Que corran a verla quienes aún crean en la posibilidad de que no todo está contado.

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El iraní se convierte, mediante ella, en uno de los nombres más importantes del cine contemporáneo. Su talento, por fortuna para quienes admiramos la citada en la primera línea del párrafo anterior, no es decepcionante flor de un solo día casual. Alguien que es capaz de concatenar dos complejidades narrativas tan espinosas, maduras y fluidas como las que acaban de ser mencionadas, sólo merece la catalogación de imprescindible. Corren malos tiempos para la calidad. Por eso reconforta encontrar a quien se esmera por la delicada complejidad de su orfebrería. Farhadi demuestra, plano a plano, que tiene arrestos y paciencia para cultivarla.

NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN, como su mismo título avanza, nos presenta a una pareja en trance de disolución. Farhadi se muestra muy presto en mostrarnos el epicentro de ese virulento huracán emocional. El plano medio y estático que abre el film encuadra sostenidamente a la pareja. Ambos están sentados, mirando de frente a la cámara, exponiendo las razones de su ruptura legal a un funcionario judicial que el espectador no ve; que, por lo tanto, permanece fuera de campo.

La frontalidad, la fijación, y la permanencia del plano permiten que los dos irreconciliables personajes –su acalorada discusión- den las claves sobre los motivos por los cuales una, Simin, quiere zanjar la situación (tiene completamente ultimada la oportunidad de salir del país con su familia por motivos de progreso personal) y el otro, Nader, no quiere firmarla (argumenta que el grave estado de la salud mental de su anciano padre –avanzado Alzheimer- le impide marcharse y cumplir con lo pactado con ella). Pese a lo agrio de la situación también queda definida una sorpresiva voluntad de diálogo: el film se desentiende muy pronto de lo esperable. En principio, la situación de partida no desvela un discurso social obsesionado con reflejar la consabida sumisión de la mujer dentro de los países musulmanes. Farhadi es un atento observador de laberintos, nunca un corto de miras encantado con su panfleto.

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Además, la espléndida, tajante y vigilada escena de apertura, traza también una preclara, fidedigna panorámica de los aledaños familiares, a los que también incumbe las consecuencias de esa dolorosa pugna legal. En especial, los dos se muestran incompatibles en la custodia o en la pérdida de Termeh, la hija adolescente del matrimonio. Finalmente, ésta decide quedarse a vivir con su padre, mientras, Simin, temporalmente, hasta que se dilucide la sentencia, toma la decisión de alojarse en casa de su madre. Este hecho sirve para definir la esencial relación habida entre padre e hija y para remarcar el carácter intachable del comportamiento de aquel.

El jugoso plano de apertura nos alerta, con nitidez, sobre el dispositivo formal que el realizador va a emplear para trazar el acorralamiento a las previsibles fisuras generadas por la candente temperatura familiar. Farhadi, al igual que ocurriera en ABOUT ELLY, va a huir de cualquier tipo de retórica visual. El cometido de su cámara será el de elevarse adhesivamente hasta la altura de los ojos de sus humanísimos personajes; de los ojos y también de sus dudas, de sus sufrimientos, de sus afectaciones y de los secretos que el periplo les va a obligar a cometer.

A través del visor encuadrante, se aprehende la vida abrumada por la que se tambalean todos ellos. A tal efecto, cabe destacar la escena de la salida del piso por parte de Simin: las miradas silenciosas, no subrayadas, del marido y la hija dirimen una doliente expectación callada, que el realizador sostiene con tensa naturalidad, sin ningún tipo de estridencia, acatando el expectante silencio que ambos exponen. Farhadi no va a dejar de mantener afilada en ningún momento la perspicacia de la porosa vigilancia con la que va a atender la inusitada madeja de encrucijadas morales, incorporadas en el magistral desarrollo de aconteceres posterior a la partida de Simin.

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El director únicamente tolerará un maestro ardid sorpresivo: de la misma forma que en A PROPÓSITO DE ELLY, la desaparición de la maestra daba al traste con las lógicas expectativas del relato, en su nueva precisión polifónica la aparición de Razieh, una mujer que Nader contrata para que se haga cargo de su padre, mientras él acude a su trabajo, origina otro abismal vuelco a la aventurable deriva que parecieren inferir los pocos acontecimientos expuestos hasta ese momento. Éste personaje espoleará el relato hacia ese eminente neorrealismo, en el que Farhadi demuestra su categoría de preciso contemplador de la existencia humana, entendida ésta como una frágil peripecia siempre permeable a lo fatídico, a lo perturbador, a lo inseguro, a lo empeorable.

Un mínimo accidente doméstico complicará el devenir cotidiano, ya alterado, de todos los elementos humanos convocados en la trama. Estremece ser testigo de una pulcritud combativa tan precisa y capaz como la que impone la sigilosa entereza mostrativa del iraní. En su cine no hay malvados ni inocentes. Todos son víctimas de un designio que ninguno puede prever. Todos son capturados con una extremada cautela. Un inclemente respeto escénico los dota de un espacio intransferible. Desde éste, cada uno se defenderá con la uña convertida en garra. NADER Y SIMIN: UNA SEPARACIÓN dirime un cruce de culpabilidades en el que la salvación es una oportunidad prácticamente azarosa.

El cine de Farhadi abjura de enjuiciamientos: su mayor tesón es el reparto de premisas y argumentaciones. Por su cine se cuela la cruda verdad que es ese obstáculo permanente llamado vida. Certera, vivible, arriesgadísima, noble y sobresaliente. Una lección de cine para todos aquellos estafadores empeñados en hacer de él una ventana por la que hacerse asomar a sí mismos. El cine del iraní es una ventana: el espectador se encarama hasta ella y mira con sus ojos lo que éstos quieren ver. Esa es la auténtica diferencia entre el arte y el ombligo. El desenlace de esta gran obra del cine contemporáneo sólo está al alcance de los que hacen durar un plano, como si los segundos empleados latieran dentro de él. Farhadi, un cineasta de corazón.

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