Zero Dark Thirty Imagen Pelicula 9

Título: Zero Dark Thirty

Año 2012

Duración 157 min.

País USA

Director Kathryn Bigelow

Guión Marc Boal

Música Alexandre Desplat

Fotografía Greig Fraser

Reparto Jessica Chastain, Joel Edgerton, Taylor Kinney, Kyle Chandler, Jennifer Ehle, Mark Strong, Chris Pratt, Mark Duplass, Harold Perrineau, Jason Clarke, Édgar Ramírez, Scott Adkins, Frank Grillo, Lee Asquith-Coe, Fredric Lehne, James Gandolfini, Reda Kateb, Fares Fares, Stephen Dillane

Productora Columbia Pictures / Annapurna Pictures

Valoración 9

Apasionante.  A la técnica mediante  la que Kathryn Bigelow  resuelve el dificilísimo empeño  planteado por esta aventura cinematográfica llamada LA NOCHE MÁS OSCURA (horrenda traducción del original ZERO DARK THIRTY) no le cabe otro calificativo. Al film se le nota las hechuras que tiene de reto profesional definitivo: casi se diría que estamos asistiendo a una competición de salto de altura en el que la máxima favorita, quien defiende el título,  debe ejecutar el mejor salto de su vida para vencer el record de un listón que se antoja imposible de batir. 

Notamos la tensión de los momentos previos, vemos como la deportista apunta su mirada concentradamente hacia la barra que debe atacar, como aprieta reclusamente el recogimiento que se presiente entre esa altura  y su dispuesta energía a punto de iniciar el trayecto hasta ella… y como, desde la primera zancada,  ya intuimos que el reto va a ser logrado. Es lo que tiene la arquitectura de la autoconfianza plena: que traza una palpable, magnética firmeza,  intensivamente superior a la potencia de tu músculo. 

Kathryn Bigelow  afirma en este soberbio film  la fibrosa contundencia que tiene como pensadora de planos. Por eso los concreta de forma tan enérgica. Como la saltadora en el instante de alzar su cuerpo hasta el destino sobrepasador del listón… que sabe a potencia cierta, en pleno vuelo, que ni el golpe de riñón definitivo ni el esfuerzo final de sus talones  la van a traicionar  en la definición de ese salto ganador.

LA NOCHE MÁS OSCURA es una demoledora victoria cinematográfica de la autora de ACERO AZUL, pues el empeño que supone la concreción de este complejo ejercicio sólo está al alcance de cineastas ávidos de peligro. El film se quiere documento histórico analizador de uno de los hechos más controvertidos de la historia reciente de los Estados Unidos: la estrategia investigativa puesta en marcha por los servicios secretos estadounidenses para conseguir el hallazgo, la captura y la aniquilación de Osama Bin Laden, el cerebro de los atentados del 11 de septiembre. 

Esto es, la realizadora decide hurgar en los entresijos de un titular de prensa ansiado colectivamente por una nación que un día se despertó con los cimientos de su supremacía desplomados sobre las calles de Nueva York. El film se convierte en la radiografía de esa obsesión vengativa. De ahí que genéricamente LA NOCHE MÁS OSCURA deba adscribirse al mismo corpus en el que Bigelow ya demostró su magistral pericia redactora con su premiada y notable EN TIERRA HOSTIL. 

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Este vuelve a ser un certero ejemplo de cine periodístico, de cine de ficción concebido con voluntad documental, de cine urgentemente clásico que cuestiona ese clasicismo combatiéndolo mediante una brutal impronta subjetiva, directa, nada estilizada. Los planos parecen estar siempre a punto de ver resquebrajado el orden establecido. El caos, la premura, la angustia se antojan premisas constituyentes de primera magnitud. Mucho más que la voluntad de un director en la mesa de montaje, da la impresión que la deriva misma de los acontecimientos es la única capacidad organizativa que impone la decisión final.

Como ya ocurría en la anterior y preconizante  EN TIERRA HOSTIL, la directora vuelve a agazaparse tras la intuición de su principal protagonista. El punto de vista estructurador de todo el relato es un ser humano inmiscuido en cuerpo, alma y nervio dentro de una odisea acribillada de insoportable incertidumbre. Si en aquella se nos era presentado un soldado especialista en desactivar explosivos en la primera línea de combate de la guerra de Irak, en la presente el espectador va a ser guiado por la capacidad de trabajo de una investigadora componente de un grupo de los servicios secretos norteamericanos encargado de encontrar el paradero de Osama Bin Laden. 

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Del primero nos interesaba la pasmosa efectividad de su trabajo y la adrenalítica adicción  al peligro inminente contra la que iba sucumbiendo. De la segunda, esa misma capacidad para desarrollar su misión, pero dentro de un marco espacial laboral diametralmente opuesto. El desactivador de minas tenía casi siempre entre sus manos el artilugio asesino: era enviado a cometidos concretos que despachar. La investigadora de la CIA, por el contrario, no mantiene ese cara a cara tan físico con el objeto de su tarea: el objeto de su tarea es un interrogante al que debe hallar respuesta, un enigma que desentrañar, un lugar secreto al que buscarle ruta, la aguja de oro perdida en un polvorín pajar.

La capacidad para la mostración directísima, despojada de ornamentos, efectiva hasta la rabia, que caracteriza a la directora vuelve a ponerse de manifiesto en esta ocasión. Sin embargo, LA NOCHE MÁS OSCURA está resuelta con una hondura mucho más reflexiva que la dispuesta para EN TIERRA HOSTIL. Esta última podría estar considerada como el campo de entrenamiento indispensable para la apasionante prueba de fuego que dirime la presente. 

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Valgan como ejemplo los primeros instantes del film. Sobre un fondo negro, las primeras evidencias sonoras que escucha el espectador  son las palabras provenientes de las víctimas de los atentados del 11-S. La realizadora no incorpora una sola imagen de aquel infausto acontecimiento. Lo hace, primero, porque éstas permanecen en la mente de cualquier espectador contemporáneo. El torrencial dispositivo audiovisual que impondrá a partir de ese momento va a desvelarnos una realidad que desconocemos. Plano oscuro para lo sabido, todas los planos indispensables para el descubrimiento de unos sucesos cuyo origen son las imágenes no mostradas. Ese luto originario acompañará al designio de los personajes implicados en la narración que va a ser revelada.

Pese a que pueda parecer lo contrario, Bigelow no se gasta un plano que no necesite. De ahí que esta no mostración de lo que no sea más que estrictamente necesario vuelva a ser imbricada excepcional y sobrecogedoramente en la resolución del film: el rostro buscado no le va a ser mostrado al espectador. No es necesario. Ese rostro no es el importante para la búsqueda que le interesa a la directora. A ésta le interesa la mirada de quien ha empleado diez años de su vida en la búsqueda de ese rostro. La mirada absorta, impenetrable, exhausta, acaso decepcionada, interrogativa (excepcional en la sutilidad con la que va administrando fiereza a su frágilmente podrido personaje Jessica Chastain) y a punto de asomarse al vacío de la inutilidad de Maya, la incansable buscadora del misterio desquiciante.

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El film es arduo, severo, incómodo, áspero, inclemente, desasosegante, turbio, venenoso y, por encima de todo, veraz. La cámara de Bigelow desprecia cualquier asomo de maniqueísmo: su posición frente a los hechos que exhibe es medularmente aséptica, pues su máximo interés es el relato de un esfuerzo y de una desesperación: el esfuerzo por el hallazgo del enemigo y la desesperación por la trastornante fracaso en ese empeño. El mapa de la película es la desmoralización física y mental de quien pareciere condenado a jugar a la gallinita ciega. 

La cámara de la directora se apresta a ser notario del demoledor sobresalto burocrático, policial, investigatorio, diplomático y militar  que supusieron unas pesquisas tan apremiantes y exigentes. Somos convocados a ver la trastienda de las imágenes que no son mostradas al principio. De ahí, por ejemplo, que sea tan pertinente la superlativa secuencia del asalto al edificio en el que se intuye que está Bin Laden: se nos muestra porque nadie lo vio, evidenciándose de alguna forma la ilegalidad de su ejecución. 

Los ojos de Kathryn Bigelow se mueven de forma magistral por ese magma crepuscular, vetado, inaprensible que es la realidad histórica vista desde el lado de quienes la manejan. Su cámara es de esas a las que más de uno de estos tendría muchas ganas de partirle la cara.

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