Título original: Paradies: Hoffnung (Paradise: Hope)
Año: 2013
Duración: 91 min.
País: Austria
Director: Ulrich Seidl
Guión: Ulrich Seidl, Veronika Franz
Fotografía: Ulrich Seidl, Veronika Franz
Reparto: Melanie Lenz, Joseph Lorenz, Verena Lehbauer, Michael Thomas, Viviane Bartsch, Johanna Schmid, Maria Hofstatter, Rainer Luttenberger, Hannes A. Pendl
Productora: Coproducción Austria-Francia-Alemania
Nota: 7
Asiduo a los certámenes cinematográficos más importantes del panorama contemporáneo, el austriaco Ulrich Seidl es, sin ninguna duda, uno de los cineastas más controvertidos de la actualidad. El descarnado realismo que adopta como rigurosa, inquebrantable marca estilística le reporta tantas consideraciones como descréditos. Para hacernos una idea, son muchos quienes opinan que su singularidad estética y autoral sería la de una especie de alumno aventajado y radicalísimo de su compatriota Michael Haneke.
En “Cine XXI”, Nuria Vidal hace la siguiente valoración sobre su obra: “Se puede decir sin ningún miedo que el cine de este vienés de casi sesenta años es el más político que se hace en Europa (entendiendo la definición de político como reflejo de un mundo en descomposición privada y colectiva). Seidel pone el dedo en la llaga de la gran farsa de la democracia europea partir de la enorme falsedad de un país como Austria, donde el Estado del bienestar enmascara una sociedad decadente, sin valores, perversa”. Quien esto escribe confiesa que sentía una enorme curiosidad por visionar un ejercicio suyo. PARAISO: ESPERANZA ha servido de primera toma de contacto. Cabe decir que el resultado de la experiencia no puede ser más que calificado de estimulante.
PARAISO: ESPERANZA es el tercer capítulo de una trilogía en la que le han precedido PARAISO: AMOR y PARAISO: FE. El centroeuropeo, por lo tanto, ha querido trazar una suerte de personalísima panorámica moral mediante la que analizar el estado actual de categorías existenciales tan determinantes como el amor, la fe y, ahora, la esperanza aplicándolas a esa obsesión sociológica, de turbio calado casi documental, consistente en esculpir en primer plano los efectos de una sociedad contemporánea exhausta, apática, consumida.
Como ha quedado dicho, el hecho de no haber podido contemplar ninguna de las dos primeras imposibilita el análisis comparativo. No puedo por menos que avisar al lector de esta circunstancia a todas condicionadora, por mucho que la clarísima autonomía narrativa que se ha dispuesto entre todas permite que analicemos el cierre de la trilogía con total pertinencia.
La tercera parte de esta trilogía para muchos excepcional narra la estancia de Melanie, una adolescente rubia y rolliza, en un campamento de verano al que sólo acuden personas que padecen obesidad. El elemento argumental en el que se va a centrar la observación de la cámara es la comprometida atracción que Melanie sentirá por el doctor del centro. En el desarrollo de ésta será determinante la respuesta recíproca con la que el médico, un hombre maduro que cuadriplica en edad a la enamorada paciente, corresponderá a su entregado, impulsivo, sincero acercamiento.
La película responde coherentemente a los parámetros del cine de autor más aguerrido, opresivo e inclemente. El espectador tarda muy pocos segundos en advertir que se halla ante ese tipo de films en el que lo más importante no es el qué, sino el cómo; esto es, ese tipo de ejercicios en el que la personal vocación desconcertante de quien los impele trasciende el material elegido para exhibirla. Los planos de Seidl, sin esfuerzo alguno, persiguen envenenar, corroer, desestabilizar la imagen encuadrada dentro de ellos.
En ese sentido, este nueva entrega de Seidl supone la confirmación de un realizador que se muestra muy capaz de penetrar en la idiosincrasia de los personajes que retrata a fuerza de mantenerse mórbidamente estricto en la premisa de no apiadarse de ellos, ni enjuiciarlos, ni arroparlos éticamente, ni de hacerlos accesibles a quien los contempla.
El uso de planos largos fijos, la contemplación nada complaciente ni estilizada de los cuerpos de los actores, el sorpresivo devenir narrativo de algunas situaciones expuestas, la crudeza expositiva que, en esta ocasión, parece que no alcanza la provocativa magnitud desestabilizadora que le ha dado fama en obras como IMPORT/EXPORT, urden una puesta en escena verista, despojada, frontal, aséptica, abundante en reiteración de acciones rutinarias y espacios semivacíos.
Pese a este severo catalogo de condicionamientos formales, contra pronóstico, cabe constatar que la relación amorosa descrita –desmenuzada- en PARAISO: ESPERANZA llega a conmover al espectador. La sinceridad y el tesón irreprimible que no cesa de evidenciar el comportamiento de Melanie, la respuesta igualmente noble, tensa y balbuceante del doctor, las magníficas escenas en la que la joven expresa sus sentimientos a su compañera de cuarto, sin conseguir quebrar los más mínimo la adusta impenetrabilidad organizada por el director, quizás incluso a su pesar, logran que aflore una cierta conmiseración para con la torrencialidad afectiva primeriza que sanciona la actitud de la protagonista.
Cine radical, indócil, seguro de sí mismo, aferrado a una significativa carga de intencionalidad filosófica de marcado e irónico prisma existencialista, PARAISO: ESPERANZA no resulta plato de consumo masivo. No lo intenta en ningún momento. De ahí que, cuanto menos, haya que reconocerle a su autor el mérito de esa insistencia aviesamente francotiradora.