Título original: Gloria
Año: 2012
Duración: 110 min.
País: Chile
Director: Sebastián Lelio (AKA Sebastián Campos)
Guión: Sebastián Lelio (AKA Sebastián Campos), Gonzalo Maza
Fotografía: Benjamín Echazarreta
Reparto: Paulina García, Sergio Hernández, Coca Guazzini, Antonia Santa María, Diego Fontecilla, Fabiola Zamora, Hugo Moraga, Alejandro Goic, Liliana García, Luz Jiménez, Marcial Tagle
Productora: Fabula
Nota: 8.8
GLORIA, de Sebastián Lelio, es de esa clase de films protagonizados por un personaje central omnipresente en todas las escenas del mismo y que, por lo tanto, vale lo que la determinación en el acercamiento, descripción y posterior desarrollo de las inquietudes personales que deberá ir revelando. Son films con la apuesta jugada a una sola carta. Ésta no puede permitirse el lujo de fallar, pues no hay más andamiaje soportador que el de su medular prestación ubicua.
Admirablemente, GLORIA cuenta con él. En este caso, con ella: con la magia seductora de una mujer a través de la cual el director nos propone esa carísima aspiración que es la recreación de un grandioso trocito de vida. La naturalidad, la crudeza, la cercanía, la llaneza y la confianza que logran concretarse dentro de cada plano del film permiten que el espectador se involucre en la exposición de los hechos en calidad de vecino de rellano.
El film es la jugosísima radiografía de una mujer que, por encima de todo, se encarama, exprime, sabe aferrarse a una intuitiva positividad. Gloria impone su analítica perspicacia al universo que le rodea y, desde esa clarividencia, toma decisiones. La principal de ellas, a lomos de sus consciente y lúcido carácter, consiste en no caer en la tentación de ponerle cotos a su existencia, toda vez que hace más de diez años que se divorció de su esposo, que sus dos hijos ya tienen encauzado su futuro fuera del hogar materno, y que no tiene intención de mentirse frente al espejo: Gloria sabe que se halla en ese momento de la plenitud de la madurez en el que ya se atisba algún que otro ocaso a esa cultivada firmeza veterana.
Gloria dispone de un trabajo que le reporta una buena independencia económica, vive en un piso en el que tiene contratada a una señora que le hace las labores del hogar, le gusta beber yes asidua air a salas de fiesta a las que acuden hombre y mujeres solteros, más o menos de su edad. En una de ellas conocerá a Rodolfo, un hombre algunos años mayor que ella. Rodolfo cae rendido de inmediato a los encantos de Gloria. Ambos comenzarán una relación que tendrá su primera dificultad cuando ella caiga en la cuenta de la extrema dependencia que él tolera en su vida soltera a su ex-mujer y de sus dos hijas adolescentes.
La excelencia del film, como podrá sobreentenderse, no la origina el argumento. Ni mucho menos. Reflexiones cinematográficas a cuenta del presentimiento de la vejez y la dificultad de su acomodación en el itinerario vital del individuo hemos contemplado muchas. La altura de GLORIA A viene determinada por el modo con el que Leilo aprehende la autosuficiente y compleja confianza en sí misma que evidencia, desde la primera escena, la buena de Gloria.
El jovenrealizador chileno logra exhibir con una pulcra, nada complaciente, pícara y palpable sinceridad la activa habitualidad de su protagonista. Su puesta en escena se obsesiona limpiamente en cederle a ésta todo el espacio y el tiempo necesarios para que la frescura dramática que va a ir cociendo la historia emerja con plenitud sin que medie aspaviento, ornamentación o estridencia alguna.
Lelio apela a su serenidad, a su capacidad de resolución, a su demoledor ironía, a su precisa efectividad y a su cabal experiencia, logrando que el retrato de su protagonista jamás sucumba a enaltecimiento alguno, sino que, muy antes, al contrario, la concatenación de secuencias vaya dirimiendo una afilada amargura existencial. El film no glorifica a su protagonista, no hace de ella un modelo, sino que la concreta, la dota de una poliédrica personalidad pujante, acompañándola en la toma de conciencia de algunos reveses o desengaños.
Apuntes como las canciones que escucha en su coche o baila en el salón de fiestas, como los problemas con su vecino de arriba, como la cauta relación que mantiene con sus vástagos (excelentes la secuencia del cumpleaños del hijo y la de la despedida en el aeropuerto: soberbio el plano en el que ella contempla a su hija sin que se caiga en la tentación del contraplano de ésta), como sus conversaciones con la señora que le arregla la casa, como la insólita y reiterada aparición del gato más feo del mundo y, sobre todo, el excelente tino observador para perseguir el desarrollo evolutivo de su relación con Rodolfo (estremecedor el perfil que va a ir emergiendo de éste, en tanto que hombre acorralado por el deseo de mantener la felicidad que le regala Gloria y por la imposibilidad manifiesta en aminorar el egoísmo persistente de su familia –gran apunte que ésta no aparezca nunca-), permiten que hablemos de una película mucho más honda y espinosa de lo que, en superficie, la facilidad con la que está expuesta en pantalla pudiera contribuir a aparentar .
Claro está, resulta del todo imposible no hacer mención al impresionante registro actoral de los dos actores protagonistas. Sergio Hernández impone sin afectaciones la cómica y frustrante tesitura que padece su personaje. Por su parte, la gran Paulina García sólo merece un adjetivo: el de memorable. Gloria vive, existe, es Paulina García y la fogosa generosidad de la pureza con la que la hace desenvolverse dentro del plano. La intérprete acorrala al personaje asumiéndolo con una confianza, una abertura, una valentía y una espontaneidad impresionantes, logrando que esa franqueza no decaiga ni en los momentos más hilarantes, ni en los más dramáticos, ni en los más calmosos, ni en los más beodos.
Desde la extrema seguridad que define su trabajo, el realizador consolida palpablemente el itinerario narrativo y emocional a esta deslumbrante muestra de libérrima sencillez cinematográfica. GLORIA dispone para el espectador ese apetecible sopapo de sensibilidad que es reconocer la verdad cuando ésta brota sin exclamar lo arduo de su transparecia.