Una Familia Tokio 6

Título original: Tokyo kazoku (Tokyo Family)

Año: 2013

Duración: 146 min.

País: Japón

Director: Yôji Yamada

Guión: Yôji Yamada, Emiko Hiramatsu

Música: Joe Hisaishi

Fotografía: Masashi Chikamori

Reparto: Isao Hashizume, Kazuko Yoshiyuki, Tomoko Nakajima, Yu Aoi, Yui Natsukawa, Satoshi Tsumabuki, Masahiko Nishimura, Shigeru Muroi, Shozo Hayashiya, Etsuko Ichihara, Bunta Sugawara

Productora: Shochiku Company

Nota: 9

En estos tiempos por desgracia tan abonados a la secuela, la precuela, el derivado y el spin-off, causa emoción asistir a la contemplación de un  remake esencial , esto es, un film que trata de actualizar o depositar una mirada contemporaneizadora en otro precedente, sin que el acto retrospectivo concluya mancillando los logros de aquel. Claro está, la prudencia del creador que reclama ese poder actualizador no debe de ser la misma, según sea la magnitud histórica del film rescatado desde el presente.

Entendámonos, no es lo mismo, por ejemplo, procurarle una nueva vida al interesante  DESAFÍO TOTAL de Paul Verhoeven que abordar la delicadeza dramática de una obra maestra llamada CUENTOS DE TOKIO, esa cumbre del arte cinematográfico creada por el irrepetible y fundamental Yasujiro Ozu. El maestro nipón, en ella, alcanzaba la cumbre de su particular idiosincrasia creadora: ese tan respetuoso como fecundo clasicismo narrativo desde el que imponía la emergencia de un dramático lirismo existencialista a las pulcritudes narrativas emplazadas.

Precisamente, Yoji Yamada, uno de los (escasísimos) salvaguardas  que tiene ese clasicismo fértil e imprescindible, esa médula de la narración fílmica que fue perdiendo pertinencia a partir de la década de los sesenta por causa de, entre otras muchas razones, la emergencia de las nuevas corrientes cinematográficas europeas y por el surgimiento del formato televisivo, es quien se ha tomado la osada libertad de abordar la manipulación contemporaneizante del portentoso clásico gestado por su propio mentor. Digámoslo ya, al autor de EL OCASO DEL SAMURAI el homenaje a Ozu le ha salido sentida y sosegadamente espléndido.

Yamada, como no podía ser de otra forma, acomete la tarea de vindicar CUENTOS DE TOKIO desde el más profundo de los respetos. La historia narrada apenas sí tiene, estructuralmente, diferencia alguna con respecto a la original de 1953. Sin embargo, en cuanto al contenido, sí que se nos depara una jugosísima novedad, una mínima variante que, a la vez, dota de pertinencia a la operación actualizante, en tanto que se decide a aportar un elemento original y, al mismo tiempo, advierte de la naturaleza pulcra y noblemente venerativa que la ha originado.Una-familia-de-Tokio-1

UNA FAMILIA DE TOKIO, como el film que homenajea, narra el viaje de dos ancianos que viven en una pequeña isla de Hiroshima hacia la capital de Japón. El señor Shukichi Hirayama y su esposa Tomiko acuden a Tokio con la intención de pasar unos días en casa de sus hijos, a los que hace tiempo que no ven juntos. La llegada a la urbe no deparará los resultados esperados, puesto que el par de ancianos pronto repararán en que las ajetreadas existencias de Koichi, un médico con la clínica en su propia casa, Shigeko, propietaria de un salón de belleza, y Shuji, empleado en una empresa de creación de decorados para funciones teatrales, les hace imposible la atención que ellos hubieran deseado.

Sólo la síntesis elaborada basta para advertir de la pequeña variante narrativa destacada dos párrafos más atrás. UNA FAMILIA DE TOKIO se desmarca argumentalmente de CUENTOS DE TOKIO al proponer la figura viva de Shuji, el tercer hijo del matrimonio protagonista que, en la película de Ozu estaba muerto, provocando la aparición casi inmediata y medular de un personaje que, en la obra de Yamada, está magníficamente emplazado al final del segundo tercio del metraje, la novia de éste, Noriko (que, en CUENTOS DE TOKIO, aparecía como su viuda).

Por lo demás, emocionalmente,Una-Familia-de-Tokio-5 el film es muy fiel al catálogo de silentes decepciones, contrariedades, resentimientos y asperezas que yacían, caudalosa y misericordemente, en el film original. La inclemencia del paso del tiempo y de la distancia física, el núcleo familiar entendido como un inclemente manantial de lazos de unión y de errores sin desagravio, de condescendencias y fracturas, de necesidades  y de afectos.

Los numerosísimos planos de interior en los que se visualizan pequeñas estancias, rincones abigarrados de objetos y reencuadres de puertas y ventanas abundan en esa significación populosa de recovecos, amarguras y satisfacciones inexpresados, pero celosos.

Como ya ha quedado expresado, el film es un respetuosísimo homenaje a la figura del maestro Ozu, que, sin embargo, pese al cúmulo de iteraciones dramáticas que vuelve a perfilar,  justifica plenamente su existencia en tanto que declaración de amor total a una figura legendaria, asumida como referente personal del director (Yamada, junto con Kore-Eda, aunque de formas muy distintas, pueden ser catalogados como discípulos de Ozu) y, lo que es más importante, en tanto que prodigiosa operación de rescate milimétricamente puesta al día.

La serena caligrafía narrativa de Yamada sabe entrometerse en el clásico sin que éste se destartale ni salga resentido.una-familia-de-tokio-8 La inclusión de elementos escénicos contemporáneos (GPS, móviles, ferrocarriles de alta velocidad, edificios y novedades arquitectónicas de Tokio) y de hechos históricos recientes (alusiones a la crisis económica, el suceso de Fukushima, etc.) está impuesta de forma jugosamente fluida.

Resulta fascinante ir estableciendo la comparativa entre ambas obras y comprobar, palmariamente, que la densidad impecablemente poética, trascendental y afligida de Ozu resulta, como era previsible, imposible de ser rescatada, pero sí al menos –ese es su afán, no la emulación- ser evocada. De esa insatisfacción, Yamada hace sensibilísima virtud. El veterano cineasta cuenta con ello desde un principio, de ahí que la calma que impone para inmiscuir esa fractura en su obra devenga en auténtica proeza tonal.

En esa consciencia de status inalcanzable es en la que hay que situar la decisión de proponer la vida al hijo muerto en CUENTOS DE TOKIO. No resulta casual que, por lo tanto, los mejores momentos de UNA FAMILIA DE TOKIO se cuajen en la atención a él prestada. Da la impresión de que, como acto de máxima admiración por la obra precedente, Una-familia-de-Tokio-9Yamada se haya permitido la licencia de proponerle al espectador actual un origen al personaje más emblemático de la obra de Ozu, el de la nuera Noriko.

De ahí que, de forma magistral, su aparición en el metraje sea una auténtica sorpresa, incluso, para el resto de personajes de la película, excepción hecha, obviamente, del propio Shoji. Yamada presta el tiempo necesario para que el combate de mutuos reconocimientos e intuiciones que se dirime entre madre y amada del hijo adquiera la credibilidad necesaria. El metraje del film es largo, pero no sobra un solo segundo.

En los momentos en los que la narración se detiene en la convivencia entre hijo menor y madre, previos a la primera escena en la que irrumpe Noriko, es en los que Yamada reivindica, al mismo tiempo, la validez de su propia obra y su categoría de discípulo capaz de dirimir su  suficiencia creadora. Ozu alarga sobre las imágenes su magisterio, pero es Yamada quien es capaz de lograr que se estimule una verdad “ozuniana” que le pertenece sólo a él. UNA FAMILIA DE TOKIO concluye reclamando con humanísima nobleza la validez de su emocionante vocación artesanal.

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