B SP

Dirección: Constance Tsang

Reparto: Ke-Xi Wu, Kang-sheng Lee, Haipeng Xu

NOTA: 8.5


Sensibilísimo debut de la chino/norteamericana Constance Tsang, BLUE SUN PALACE asume con extremada tenacidad la virtud de enarbolar una suerte de madurez observacional, en principio, solo apta para realizadores con una filmografía bien entrada ya en obras concluidas. Tsang asume en su primer largometraje un número en modo alguno escaso de riesgos. Causa gratificante pasmo el aplomo no con el que los sortea, sino con el que decide ahondar en ellos, inmiscuyéndose en esa tupida maraña de agazapadas exigencias con ardua fragilidad aproximadora.

Sí, hablamos de agazapamiento, de proximidad, de vulnerable entresijo de complejidades, porque ante todo BLUE SUN PALACE es un film que se atrinchera en una espinosa delicadeza examinante para, desde esa respetuosa firmeza, acometer la tarea de amortiguar el pulcro trasfondo trágico que define la escalada de acontecimientos expuestos, y de involucrar en ella, con sigilo reprimido, el temperamento de los personajes obligados a hacer frente a la dimensión subjetiva de ese súbito trasfondo trágico. Todo ello sin dejar de emplazar, con sensible y férreo conocimiento de causa, una exenta de estridencias mirada social que trata de poner en conocimiento público las duras condiciones de vida que un colectivo de mujeres que desarrollan su profesión prácticamente escondidas en los sótanos del Nueva York de nuestros días.

El film nos traslada a Queens, el famoso distrito neoyorquino, enclavado en Long Island. Allí, obligadas a una habitualidad circunscrita a unas pequeñas habitaciones con baño y cocina compartidos, ejercen su profesión un buen número de masajistas asiáticas. El título del film hace alusión al nombre del local en el que trabajan las dos protagonistas, Didí y Amy. La primera media hora del film, soberbia, se dedica a auscultarlas, a sondear mediante paciente prudencia mostrativa en sus aspiraciones, en sus denuedos, en la positiva fe que ambas poseen en un futuro alejado de la pequeñez casi carcelaria impuesta por el negocio que regentan y del que se alimentan sus ahorros.

No deja de ser casual ni sintomático que, pese a que el film transcurra casi por entero dentro del local, las primeras secuencias tengan lugar fuera de él. En ellas se describen la sincera e ilusionante relación afectiva que Didí mantiene con un tipo asiático que la lleva a cenar pollo picante en un modesto restaurante asiático y a cantar temas de Faye Wong en un karaoke. La cautela, la entereza, la generosa decencia perseverativa mediante la que la realizadora se acerca a las palabras, los silencios, los temblores y los convencimientos esgrimidos entre ambos revela el osado protocolo escénico urdido por Tsang.

Planos de larga duración rodados en interiores, abolición casi absoluta del plano de detalle, dilatación temporal, encuadres emplazados con vocación expresiva de recoveco, de estrechez, de escondrijo, tono fotográfico de neón como si todo estuviera oteado por la luz del nombre del local, cual si actuara de estigma condenatorio y, al mismo tiempo, impregnando de una cierta irrealidad a las imágenes, humedeciendo a estas del hálito prometedor, excluido de desgarro o fatalidad, con el que los tres personajes principales son presentados al espectador en el arranque.

Es en esa concretada polisemia iconográfica en donde BLUE SUN PALACE concentra la especificidad de sus presupuestos y de sus resultados. La directora, tal y como ha quedado apuntado con anterioridad,  aferrada a la labor del acorralamiento luctuoso, emocional, consternado -y lúcido- de los personajes, al que obliga un giro de guión de mayúscula magnitud abatiente, sobrevenido al final del primer tercio (los títulos de crédito iniciales aparecen tras él), no reniega en ningún momento, tampoco, a proponer una lectura denunciativa, empeñada en describir las condiciones de vida de esas masajistas que desempeñan su trabajo en un lugar del que en su entrada pende un cartel que aclara que no se presta ningún tipo de especialidad sexual.

Tsang sale muy airosa de esa difícil intencionalidad: armonizar  un discurso reivindicativo, esclarecedor, duro, encuadrado desde un prisma intimista y silente, acometiéndolo dentro de una puesta en escena de clara vocación formal, alejado del canon realista al uso. De resultas, la película respira cercanía, verdad, herida, tesón, propósito de alcanzar un pequeño custodiado: una, en definitiva, honda esperanza vidriosa, atemorizada, cauta, acaso probable.

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