Sharon Van Etten
Tramp
[Jagjaguwar; 2012]
7.7
Las cosas de Sharon Van Etten ya no son lo que eran. Ella tampoco. TRAMP sabe a despedida de la niña que Brooklyn mimó. Una niña buena con guitarra confesora, que hace unos años sorprendió gratamente con sus cositas neoyorkinas de escuchar. BECAUSE I WAS IN LOVE (2009) supuso la tarjeta de presentación de una nueva artista que decidía zambullirse en las reposadas corrientes del folk urbanita más intimista y reposado. En esa sencillez evocativa insistía EPIC (2010), su segundo trabajo, una sugerente fuga hacia las esencias del estilo musical abordado en el primero.
El último trabajo de la estadounidense da la bienvenida a una joven talentosa con ansias por reinventarse, tras darse cuenta de que ahondar en esa enjuta pureza de guitarra + voz, quizás, la condenara a un encasillamiento de peligrosa autosuficiencia. A esta intentona de cariz profesional se le ha unido en el tiempo un acontecimiento biográfico que, quizás, también le ha servido de acicate a la hora de forzar esta sana terapia renovadora: la superación de un duro fracaso afectivo, que en su momento, por un lado, la puso en la cuerda floja del dolor y, por otro, le sirvió de material poético principal en sus dos trabajos precedentes.
Pese a que algunas composiciones abunden en el desamor en estado cicatriz con punzadas (“I want to show you/ I love you silently”, Warsaw; “I am bad at loving”, Leonard.), la actitud de la compositora es completamente distinta (“I Feel safe at times”, Serpents). TRAMP nos entrega a una mujer que le planta cara a ese fastidio (“You´re the reason why I´ll move to the city”, Give Out), que no se limita a la justa expresión de esa fatalidad y que da muestras de saber asumir esa pérdida apesadumbrante (“I do all I can/ We all make mistakes”, All I Can). El advenimiento de una apuesta musical más rockera confluye con el ansia nueva que impelen las composiciones del álbum. De ahí que pese a lo evidente del salto hacia adelante, de la progresión, del intento por chapotear en parámetros musicales distintos, en el CD quede muy poco margen a la dispersión.
Cambio de sello discográfico incluido (Jagjaguwar), TRAMP, ha quedado ya dicho, surge con un nítido afán evolucionador. La neoyorkina ha tenido el acierto de no tratar de hacer sola esta travesía vitaminante. Hay que convenir que la elección de acompañantes escogidas para que la tentativa cuajase el objetivo estipulado es soberbia. El álbum es el fruto de una sólida confluencia de colaboradores que, sin embargo, no ha logrado menguar ni un ápice la personalidad de la compositora y cantante.
Resulta innegable no apreciar el paso por el estudio de grabación dispuesto para ella por Aaron Dessner de The National, del resto de miembros de esta formación, de los The Antlers, de Julianna Barwick de The Walkmen y de algunos compañeros de profesión amigos. Sin embargo, TRAMP le pertenece por entero a la firmeza vocal ya acreditada por Sharon Van Etten. La implicación de una sonoridad de fondo distinta se adecua temperamental y fluidamente a la profunda versatilidad de su afilada destreza vocal (esto es algo que el portentoso directo de sus actuaciones confirma con creces).
Warsaw, el tema de apertura del CD, ya atestigua el advenimiento de ese marchamo que la pone en fuga con respecto a sí misma. La rotundidad de las guitarras definitorias del sinuoso mensaje del texto anuncia el puñetazo sobre la mesa que resulta el álbum entero. Give Out persiste en el desafío iniciado. Y Serpents tiene hechuras de acta notarial irrefutable. Este tercer tema es una pedrada musical en toda regla, un temazo guitarrero e intensísimo que hace del tímpano del oyente cartulina entre tijeras de manualidades: se queda pegado en él como recortable sobre cuaderno de ejercicios escolar. Sin lugar a dudas Serpents podría figurar en el listado más exigente de la mejores canciones del año.
Aunque el recuerdo de la joven debutante capaz de hacer de Nueva York el porche de una cabaña aislada en confines bien alejados de la urbe pese en temas como Kevin´s, In Line o We Are Fine, TRAMP sigue deparando muestras de esa firme rabia reparadora en impresionantes hallazgos como el que para quien esto escribe constituye el mejor tema del trabajo. La nitidez evocativa y emocionante de su voz alcanza sus cotas más encrespadas en la superlativa All I Can, una contestación en toda regla de quien ya no sabe como amar a quien sólo es capaz de responder con tibieza (“I do all I can/ But who is my man?/ The memory of you?/ The love or the due”). La influencia de The National perfila en ella una magnífica progresión expresiva y ambiental. La misma que vuelve a ser ejecutada a la perfección en la doliente, desesperanzada Ask.
Sharon Van Etten ha dejado de ser un delicado islote musical para convertirse en una férrea concreción. TRAMP supura la convicción, la calidez, la garra y la desenvoltura de quien ha domesticado su ímpetu y sus persistencias transformándolas en la personal respuesta de una mujer con muchas ganas por decir lo mucho que le queda por contar. Su música es otra. Otra que nos gusta mucho más, pues resuena en ella la que fue y vibra lo mejor de lo que ella ha querido que sea.