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Apoteosis teatral de una Lolita Flores inolvidable.

De todos es sabida la dificultad que entraña, dentro del universo de las artes literarias, escénicas y audiovisuales, la traslación genérica de un texto. De entre todas ellas, la adaptación de un texto narrativo a un material que sirva de soporte textual para una puesta en escena sobre un escenario, con diferencia, dista mucho de ser de las menos problemáticas. La arquitectura de una novela se halla en las antípodas estructurantes de las que precisa un texto dramático. De ahí que, la mayoría de las veces, en su mutación teatral, el referente literario quede reducido a insatisfactoria esquematización superficial. El obligado reduccionismo al que el encargado de la revisión se ve abocado degrada, constriñe, pervierte el material que sirve de punto de partida.Lolita2

Afortunadamente, la sensación que invade al espectador que ha acudido a ver la presente adaptación teatral de LA PLAZA DEL DIAMANTE es toda la opuesta a esa decepción. Acaba la función y uno sabe que se ha obrado el milagro: hemos conocido a la Colometa, la hemos escuchado, hemos sido sus confidentes, hemos tenido el privilegio de ver hecha carne viva, doliente y confesora a uno de los personajes femeninos más emocionantes de toda la literatura del siglo XX. La exquisita aglutinación de las distintas voluntades que se han confabulado para que el intento alcanzara tan prodigioso resultado, como no, deviene fundamental catalizador de la proeza.

En primer lugar, el trabajo en el trasvase del material novelado al monologo teatral emprendido es, sin paliativos, impecable. Joan Ollé vuelve a demostrar que conoce profundamente el texto original de Mercè Rodoreda. La apropiación que hace de la descorazonadora tesitura narrada de forma compleja, honda y lúcidamente descarnada por la escritora es, en esencia, justa y sincera pues sabe condensar con astuta delicadeza la singularidad tierna, desquiciada y enjuta de la narración.

En ese sentido, cabe destacar como osada y pertinente la idea de obligar a la protagonista a batirse en soledad con el repaso a su existencia. La evocación en primera persona captura con absoluta entereza tanto la naturaleza pertinaz y dolorosamente subjetiva como el afilado espíritu y reclamo simbólicos que conviven amargamente enla novela. Losrecuerdos de esa mujer conforme, sencilla, sin excesivas ambiciones ni valor por cambiar comportamientos de alrededor y, finalmente, maltratada por la explosión de una Guerra Civil que va a condenarla al durísimo trago de la carestía, el hambre y la humillación, van sucediéndose de modo abrumadoramente exhaustivo, pulcro y categórico.lolita1. jpg

Una puesta en escena minimalista, oscuramente despojada (un viejo banco de un parque, un hilo de bombillas de colores, puntuales sonoridades musicales), con todo, se convierte en perfecto decorado para que luzca en toda su cruenta llaneza el verdadero hallazgo de la función. Lolita Flores imparte una impresionante lección de actitud, coraje y contención teatral. Increíble. No le cabe otro calificativo. Resulta una experiencia estremecedora contemplar el modo tan limpio e intenso con el que la actriz se convierte en la Colometa.

Sentada en un banco, dirigiéndose en todo momento al público, con los brazos cruzados la mayor parte del tiempo (gesto que dirime la frágil poquedad consciente del personaje), sin más recursos que el esfuerzo por no caer jamás en la trampa de un desgarro excesivo, la intérprete, mediante una dicción es castellano humildemente veraz, se apodera del aliento resignado, desabrido y trágico que caracterizan a aquella. La gradación del decoroso, íntegro, abismado, medular voltaje dramático del itinerario emocional recorrido y escenificado queda esculpido en la verdad de su rostro siempre convencedor, voluntarioso y luctuosamente sereno. Lolita Flores, sin duda, logra aquí quitar la espina con la quela gran Lola Flores murió: la inigualable artista reclamó siempre una oportunidad para demostrar que era una actriz capaz de dejar fuera del escenario su propio mito. Nadie tuvo el coraje de apostar por ello. Su hija impone, regala y dicta con auténtica fiereza ese acto de justicia. El espectáculo ha estado ya en varias capitales (Madrid y Valencia entre ellas). Ahora está en Barcelona. No es difícil augurarle una gira muy larga. Permítanme un consejo: no se pierdan esta cita con un extraordinario texto y con la magnífica actriz que sabe recorrerlo de gracia, dolor y vida.

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