Primos Portada

 

 

Título Original Primos

Año 2011

Duración 97 min.

País España

Director Daniel Sánchez Arévalo

Guión Daniel Sánchez Arévalo

Música Julio de la Rosa

Fotografía Juan Carlos Gómez

Reparto Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo, Adrián Lastra, Inma Cuesta, Antonio de la Torre, Clara Lago, Nuria Gago, Alicia Rubio, Marcos Ruiz

Productora Atípica Films / Mod Producciones

Valoración 6

 

Tras la fallida Gordos, Daniel Sánchez Arévalo vuelve a nuestras pantallas de la mano de Primos, su incursión más rotunda en el campo de la comedia. Por lo tanto, muy pronto advertimos que mediante esta última trata de distanciarse, en forma y tono, de la arriesgada estructura coral que dirimió en aquella. Gordos implicaba un nutrido número de líneas argumentales, no todas ellas resueltas con la misma rotundidad. De ahí que, en su globalidad,  esta segunda propuesta cinematográfica viera mermada su ambición, lastrada por un evidente desequilibrio. El film, sin embargo, evidenciaba que Sánchez Arévalo no había intentado conformarse con una suerte de segunda variación de lo mismo, sino que dejaba a las claras que había optado por elevar el nivel de dificultad creativa. Gordos, a la postre, resultó tan potente de  apetitos como descompensada en la suma de ingredientes narrativos.

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Su nuevo trabajo tiene visos de ser una obra de transición: una desenfadada huida hacia delante, en la que el autor de la inolvidable Azuloscurocasinegro pugna por mostrarse muchísimo más concentrado que en la anterior. El acorralamiento a la terna protagonista es continuado. La acotación temporal es consecuente con ello. Primos insiste en exhibirse férrea, aglutinada. Lo consigue, pero pagando el precio de una contraproducente indefinición: esa peligrosa vaguedad que acaece cuando no se tiene muy claro el objetivo a cumplir. Quedan nítidamente dirimidas las virtudes de su creador, mas se vuelve a tener la sensación de que Sánchez Arévalo  dejar escapar a medio cocer un producto que hubiere debido rematar con más enérgica contundencia.

Primos, ha quedado dicho, se adhiere a la comedia. A la comedia –como no podía ser de otra forma- con ciertos alfileres agridulces punzándole el costado. Sánchez Arévalo tarda muy poco en evidenciarlo. El arranque del film define muy bien el tono general, en el que el resto del metraje incidirá posteriormente. La primera escena nos presenta frontalmente al protagonista de toda la función, justo en el momento en el que se apercibe de la triste soledad del escenario vacío: Diego es un novio abandonado en el altar. La cámara lo encuadra mientras está dando las explicaciones pertinentes a los invitados en la iglesia. Su parlamento nos lo muestra como un ser sensible, llorón, frágil y completamente caótico. La ausencia de la novia lo precipita en el caos.

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Mediante un tajante encadenado de mínimas elipsis temporales, sucedidas dentro de la iglesia vacía, entran en acción los otros dos elementos principales de la trama: Julián y Jose Miguel, sus dos primos. Entre todos deciden improvisar un viaje a Comillas para aliviar la pena del triste primo vuelto a la soltería a la fuerza. Allí, juntos, coincidían durante los veraneos de su infancia. El realizador impone una mirada severa, mordaz y despojada en toda esta espléndida secuencia de apertura. La ausencia de diálogos y apariciones de otros personajes, el vacío con el que quedan encuadrados los tres jóvenes,  abundan en el desamparo y en la rabiosa desolación que hacen masticar las imágenes.

Uno de los problemas principales que Primos es incapaz de solventar es, paradójicamente, la garra desconcertante, jocosa y socarronamente pueril con la que son descritos los tres trastocados figurantes en su potente presentación. En su desarrollo posterior, Sánchez Arévalo encuentra muchas dificultades para ahondar en ella. La concentración descriptiva que emerge de la forma concretada para contemplarlos, sumada a la mediación de unos magníficos diálogos, hacen concebir unas hilarantes expectativas que el director, después, no termina nunca de materializar. El entramado argumental que se desarrolla una vez los aquellos llegan a la costera población cántabra no depara novedad alguna en su evolución. Aquí es donde Primos engendra esa parálisis que la constriñe, la apoca, la merma ostensiblemente. No ha de extrañarnos, pues, que la mejor baza del film la imponga la aparición de un personaje distinto a ellos.

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La película dirime un personal discurso sobre la aflicción de toda inmadurez, sobre la fracasante negación del paso del tiempo, sobre las dudas que sobrevienen al transitar geografías cargadas de enorme valor sentimental. La escapada a Comillas obliga a los tres jóvenes a afrontar sus fracturas presentes utilizando como alivio cicatrizador la nostalgia de unos tiempos pasados, siempre, por felices y por remotos, tenidos como mejores. Primos está acumulada de nostalgia, de sueños rotos y de constitutivas rupturas pasadas. A cada uno de ellos el guión los implicará dentro de una historia distinta, en la que habrán de batirse contra un muy puntual pasaje de su revisitado pretérito de estío. Diego se reencontrará con una antigua novia, Julián con un lugareño, propietario, por aquel entonces, de un  vídeo club, a quien profesaba adoración, y Jose Miguel con el recuerdo no neurótico de si mismo.

El  principal lastre acumulado en el fluir de Primos viene generado por un  tozudo estatismo en el desarrollo de los personajes: sobre todo, en el de los dos primos acompañantes. La trama adscrita a Julián (un perfectamente descarado Raúl Arévalo) peca de  artificiosidad sentimentaloide paterno-filial. Y la deriva de la observación de Jose Miguel jamás supera la rémora de la exageradísima concepción patológico-traumática con la que apechuga desde el principio sin sutilidad alguna que lo sujete. Esto pone de manifiesto una cierta tolerancia para con algunas presurosas exageraciones, que no casan con la estimulante sinceridad ambiental lograda. Al film se le advierten demasiado sus intenciones. El salto de una historia a otra, dada la notoria desigualdad de logros, se resiente de esa desequilibrante anomalía.

Así pues, no debe extrañarnos que la parcela más estimulante y la, sin lugar a dudas, escenificada con mayor desenvoltura sea la que concierne al nupcialmente abandonado elemento generador del relato, pues es la que implica la aparición de un personaje femenino que, paradójicamente, inmerso en una historia capitaneada por una tríada de varones sin rumbo, se apodera del film en todas y cada una de las apariciones. Martina, el primer amor de Diego, ventila el devenir excesivamente reiterado del periplo protagonista. Gracias a la luminosa naturalidad con la que lo defiende Inma Cuesta, el seguimiento a la trama capitaneada por el personaje incorporado con calculada solvencia tragicómica por Quim Gutierez y su confusa crisis particular se hace apetecible y destila un encanto que no hallamos en los otros dos. La mirada de la actriz presta serenidad, templanza y frescura a una comedia que escatima demasiado en chispas y en escarceos no verbales.

En definitiva, sigue siendo Azuloscurocasinegro, hasta la fecha, el mejor garante de la valía de un realizador, al que en ningún modo vamos a dejar de prestar atención. Sólo por la excelencia de sus diálogos y por la honesta profesionalidad con la que están expuestas sus imágenes ya merece una merecida consideración. Primos no es redonda, pero es agradable, no repele y, además, reclama una dignidad expositiva que para sí quisiera buena parte del amodorrado patio cinematográfico nacional.

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