Four Lions Portada

 

Título original Four Lions

Año 2010

Duración 94 min.

País Reino Unido 

Director Christopher Morris

Guión Jesse Armstrong, Sam Bain, Christopher Morris, Simon Blackwell

Música 

Fotografía Lol Crawley

Reparto Riz Ahmed, Kayvan Novak, Nigel Lindsay, Adeel Akhtar, Arsher Ali, Preeya Kalidas

Productora Wild Bunch Films

Valoración 8

Hay propuestas que, de partida, únicamente aprehendidas desde su titular o desde el lema publicitario con el que se presentan al público, parecen firmar ganas ostensibles de ser carne de polémica. De postularse como provocación de raudo boca a boca escandalizable. Desde luego, así lo parecería el avance urgente de un film que pretendiere abordar en clave de comedia la problemática del terrorismo islamista instalado en Occidente.

Semejante tarjeta de presentación es de las que habría de sembrar vientos para recoger a la apocalíptica madre de todos los huracanes. Risas y masacres. “Ja,ja, ja” y muertos por capricho de un fundamentalismo homicida. Está claro que cualquier asunto argumental puede ser tratado en claves bien distintas. Desde la dramática a la cómica. Sin embargo, hay que tener mucho talento y mucho miramiento para jugar a la carcajada con según qué materiales sensibles.

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La modernidad artística y la onerosa degradación del gusto espectador ha hecho manga ancha tanto con la mixtura de géneros (véase el espanto fusión de COWBOYS Y ALIENS) como con la ética autoral. De resultas, ahí tenemos las masas ingentes de público, riendo espectáculos tan execrables como la violación de la yonqui en la “torrentada” tercera de Santiago Segura: ejemplo claro de este fenómeno, en el que confluye una mente maquinadora de degeneración, brindando hecho artístico no brindable, y un público entregado al festín, sin objeción alguna, vitoreando el brindis.

Sin embargo, no todos los experimentos acaban en cazurrismo intestinal, engullido por apetitos truño. Lo primero que cabe decir de FOUR LIONS, film británico que ha dado paso adelante con el explosivo estandarte terrorista desarrollado en sus audaces entrañas, es que acredita coraza selectiva anti-desparrame: la insólita tentativa viene bien acumulada de sanos ingredientes constructores. El prospecto le reza así: insolente tacto preventivo, bregada prudencia descriptiva y, además, raudales atómicos de ironía cinematográfica. Pongamos la cuenta atrás al detonador de nuestra dicha: nos hallamos ante uno de los ejercicios más osados y, finalmente, conseguidos de la temporada. Salvando las argumentales distancias, junto con la también dinamitera LA BODA DE MI MEJOR AMIGA, la comicidad más saludable de lo que llevamos de año.

Viene, desprejuiciado y letal, aquilatadamente dirigido por la mano borde de Chris Morris, un tipo bien avezado en el terreno de la brutalidad humorística británica televisiva. Y narra lo antedicho: las descacharrantes andanzas de un grupo de yihadistas, dispuestos a convertirse en bombas humanas, para causar el mayor daño posible a la población de aquel país. Cinco mentes enfermas de sinrazón y otros sarpullidos extremistas, que, autoproclamados adalides de una infausta guerra contra el enemigo del descreído Occidente, deciden convertirse en cruzados exterminadores de grandes superficies.

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El debutante realizador parece no serlo. El amarre contemplativo con el logra domeñar el ridículo, la sal gorda o la parodia grosera, contra los que otro, más desinhibido, se hubiera despeñado, certifica la claridad de ideas que galvaniza la furia guasona del proyecto. La notabilidad del film viene cuajada porque Morris apuesta firmemente por dos elementos fundamentales: la escritura de un guión espléndidamente construido y la seriedad que impone en su posicionamiento tras la cámara. El astuto director captura las increíbles peripecias con una sequedad propia de un film crudamente dramático. Sabedor del elevado voltaje sardónico que tiene que encuadrar, opta por no ceder jamás a la tentación de acrecentarlo con un trabajo realizativo empeñado en abundar en lo “granguiñolesco” de la función. Ésta seriedad impide que emerja astracanada alguna. Lo que hace es prestar espacio, calma y circunspección tanto a la historia, como, sobre todo, a las formidablemente estúpidas criaturas que la pululan. Podemos decir que sale airoso de la intentona de filmar a los protagonistas del ATRACO A LAS TRES, de Forqué, con la seria presteza militante de la AGENDA OCULTA de Ken Loach.

FOUR LIONS parte de un guión atrozmente demoledor. En lo narrativo, hilvanado una concatenación de hechos que sabe apurar al máximo, y que, mediante la imbricación de deslizamientos argumentales suculentamente cómicos, acaba revelando un furibundo ataque contra esa ignominia humana que es el fanatismo. Y en lo tocante al paisanaje humano, arrasando pavorosa, negra y sarcásticamente al concretar una fauna humana, gracias a la cual el mensaje final desternilla y duele a partes iguales. El film logra esa virtud tan cara de perfilar que es la risa “interruptus”: ese carcajeo congelado, que acaece cuando la cáustica inteligencia de un creador nos devuelve, entre bromas, un retrato oscurísimo de lo imbécil de nuestra humana condición.

La cámara se alía siempre con el pasmo espectador que sacude cuando comenzamos a conocer a los protagonistas. Morris acierta al no retrasar nada el trance. La primera secuencia, a tal efecto, es profundamente ilustrativa. No puede ser más frontal: una grabación en la que se está ensayando un mensaje de los futuros terroristas, que permite una mirada directa a la cámara. El impudor de esta decisión evita retórica, miramiento, maquillaje alguno. Los personajes se desnudan a sí mismos. Y, por lo tanto, de forma simultánea, la profunda simpleza que gastan cerebralmente.

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Quizás, por eso, el arranque del film es algo costoso de asimilar. La bobería escenificada no facilita su toma en serio. Morris no rebaja un ápice la gravedad con la que se autoimpone la captación de los personajes y de los hechos. Esta confluencia de premisas conforma, durante el primer tercio, una cierta dificultad, a la que se une, para el espectador no británico, una serie de rasgos definitorios, costumbristas, que pueden no ser bien comprendidos. La broma localista con respecto a ciertos comportamientos pakistaníes, pese a todo, no acaba imponiendo su influjo.

Esta parálisis consciente, ejecutada con conocimiento de efectos secundarios, va desapareciendo conforme los hechos van conformándose. FOUR LIONS va de un desconcertante inicio hasta un portentoso desenlace final. Es un film que va de menos a más, definiendo una progresión, que basa su rotunda eficacia en la construcción de unos segmentos secuenciales espléndidos, agresivos e impíamente divertidos. Secuencias como la del entrenamiento de la urraca, como la del adiestramiento en las montañas de Pakistán –esa discusión sobre el lugar en donde está la Meca-, como la de la huida con las bolsas de explosivos –concluida con inmolación bovina y algo más-, como la de la explicación de la compra de lejía, como la de la llegada del hermano a casa del protagonista, sirven como aviso preparativo perfecto para la soberbia secuencia final de la maratón.

El espectáculo maliciosamente bufonesco evidencia, en ella, su reverso conmocionantemente reflexionador. El film concluye postulándose como una especie de “Manual del perfecto terrorista”. Capítulo I: hay que ser idiota; capítulo II: hay que ser fanático. Conclusión: Todo terrorista es un idiota fanático. Desarmante, lúcida, iracunda, bromeada, sólida e inmisericorde, FOUR LIONS, ejemplo excelente de cine hecho artefacto para la razón.

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