Título original: Open Windows
Año: 2014
Duración: 97 min.
País: España
Director: Nacho Vigalondo
Guión: Nacho Vigalondo
Música: Jorge Magaz
Fotografía: Jon D. Domínguez
Reparto: Elijah Wood, Sasha Grey, Neil Maskell, Adam Quintero, Iván González, Jaime Olías, Rachel Arieff, Jake Klamburg
Productora: Wild Bunch / Apaches Entertainment / Antena 3 / Woodshed / EITB / Canal +
Nota: 6.4
OPEN WINDOWS pertenece a esa clase de films a los que, más allá de sus resultados finales, cabe sobre todo tener en mucha consideración por la forma en la que su autor acomete esa difícil postulación creativa llamada riesgo. La trayectoria de Nacho Vigalondo hasta la fecha acredita un gusto por el desmarque, por la fabulación inclasificable, por la mixtura de géneros, por el veto al discurso masticado y por la constante interpelación a la placidez acomodada del espectador que asiste a las rarezas por él planteadas. En su última obra, este afán tan loable llega a su grado máximo de concretización formal. OPEN WINDOWS propone una apasionante aventura cinematográfica que, lamentablemente, dista mucho de ser redonda por la aparatosa dificultad que le granjea su singularidad.
El film es un auténtico ejercicio de funambulismo sin red protectora. Vigalondo diseña un brillante dispositivo formal fundamentado en la pantalla de un ordenador de un personaje que maneja los movimientos de otro. La pantalla cinematográfica adquiere, literalmente, en todo momento, desde el principio hasta el final, los límites de ese aparato. En ese sentido, el propósito del creador es tan radical y severo como el desplegado por Rodrigo Cortés en su magnífica BURIED: nos hallamos ante un ejercicio fílmico en el que todo el devenir narrativo se halla sometido a una exigencia de partida impuesta por el realizador, que se va a convertir en protocolo inflexible, innegociable, tajante. Si se quiere, OPEN WINDOWS va más lejos que el film de Cortés al incorporar a ese mandamiento la fijeza organizativa exterior y visual exigida por esa pantalla de ordenador omnipresente.
La historia del film nos cuenta las peripecias de un joven observado que se verá en la tesitura de vigilar, acosar, entrometerse en la privacidad de una actriz de cine a la cual venera. El protagonista acude a un hotel creyendo que es el ganador de un concurso cuyo premio es una cita con la famosa intérprete. Un inquietante mensaje de ordenador le pondrá en contacto con la voz de un desconocido que, de pronto, le facultará la posibilidad de fisgonear tanto en el móvil personal como en el ordenador de la estrella. Pronto se dará cuenta que esa voz maneja unas intenciones mucho más perversas de lo esperado.
La primera hora del film es soberbia. Tanto el planteamiento como el primer desarrollo de los acontecimientos urdidos en aquella están magníficamente acoplados a la pretensión observativa ya mentada. La narración del film no se resiente en modo alguno de plegarse a ésta. El espectador ocupa el punto de vista del protagonista oculto, no visto y, fundamentalmente, manipulador, gestador de todos los hechos por cuanto es quien da las órdenes al personaje inocente/sobrepasado por unos acontecimientos inesperados. Vigalondo es capaz de resolver de forma perturbante y sinuosa todas las escenas que acontecen en la casa de la actriz. La evocación a esa joya del suspense voayeurístico que es LA VENTANA INDISCRETA, de Alfred Hitchcock, es tan pertinente como jugosa y fértil. Un corrosivo sentido del humor se inmiscuye en la aparatosa y apremiante concatenación de hechos: la cotidianeidad contemporánea veta cualquier atisbo de privacidad.
Sin embargo, víctima de un excesivo afán maquinador, de una falta de mesura narrativa que tolera un estruendoso bucle de inverosimilitudes y exageraciones rocambolescas (fundamentalmente las que tienen que ver con la auténtica identidad del personaje secreto/planificador del plan oculto), el film descarrila en su último tercio. Percibimos que la voluntad del Vigalondo guionista es la de intentar un sugestivo “más difícil todavía”, pero la solución elegida para abocar la película a desenlace añade una aparatosidad postiza, exacerbada y letal. La seriedad de la pieza explicita una incordiante desafección de capricho inmoderado. El apabullante despliegue formal vierte su brillantez hacia un gélido y reiterador hastío.
Sea como sea, lo que es innegable es que para una cinematografía como la española resulta un privilegio que hayan tipos como Vigalondo que se arriesguen a fallar de una forma tan modélica, atractiva y osada como ésta.