Título original: The Water Diviner
Año: 2014
Duración: 111 min.
País: Australia
Director: Russell Crowe
Guión: Andrew Anastasios, Andrew Knight
Música: David Hirschfelder
Fotografía: Andrew Lesnie
Reparto: Russell Crowe, Olga Kurylenko, Jai Courtney, Isabel Lucas, Damon Herriman, Jacqueline McKenzie, Cem Yilmaz, Ryan Corr, Dan Wyllie, Deniz Akdeniz
Productora: Universal Pictures / Fear of God Films / Hopscotch Features
Nota: 4
No sale bien parado Russel Crowe en su debut tras la cámara. Esta inesperada puesta de largo como director de cine deviene un ejercicio en el que su bisoñez realizadora se encarga de poner en evidencia con demasiada permisividad las graves deficiencias de un guión que desaprovecha onerosamente la potencialidad de un relato, en principio, asaz interesante. Con toda seguridad, un profesional con las ideas más claras hubiera exigido más de una revisión a un material escrito a todas luces errático y acumulador de demasiados elementos dispersadores. Las buenas intenciones de un argumento de marcado carácter historicista no palían las graves deficiencias que afloran flagrantemente cuando la trama debiere estar abocada a un ahondamiento que es cercenado de muy fatídico modo.
EL MAESTRO DEL AGUA desarrolla su andadura argumental en torno a la figura de un granjero australiano que decide viajar hasta Turquía para tratar de encontrar los restos de los cuerpos de sus tres hijos, todos ellos fallecidos durante la recién concluida 1ª Guerra Mundial, en uno de los combates acaecidos en la conocida como batalla de Galipolli. A la lógica dificultad de un ámbito bien alejado del suyo en cuanto a idioma, costumbres y formas de vida, se le une la inesperada incomodidad que su figura ocasiona en las autoridades militares aliadas que controlan la zona.
Lo más reseñable, a favor, que se puede destacar del producto es la modesta y a contracorriente existencia de un film como éste. Crowe no debuta de la mano de una historia de marcado carácter personal, en la que se puedan entrever fácilmente interés creativos radicales, tal y como ha hecho, por ejemplo, Ryan Gosling en LOST RIVER, o biográficos como, sin ir más lejos, Daniel Guzmán en A CAMBIO DE NADA, en otros dos ejemplos de reciente cambio de posicionamiento profesional emprendido por un actor. EL MAESTRO DEL AGUA apuesta por la sencillez expositiva, por la linealidad narrativa más ( y, por desgracia, demasiado prudente).
En ese sentido, cabe afirmar que el primer tercio del relato parece anunciar una obra de un calado que, finalmente, el film desprecia lastimosamente. Durante este tramo, en el que se aborda, además de la terrible causa que origina el periplo del personaje central, el primer contacto de éste con el luctuoso confín en el que se supone que yacen los restos filiales buscados, la película es capaz de brindar un estimulante acercamiento a una terrible tesitura adyacente a todo conflicto bélico, que ha sido pocas veces abordada en los films de este género, mucho más centrados en la narración de los hechos confrontativos. Nos referimos a esa ingrata consecuencia que es la certeza de los miles de cuerpos sin vida que ocasiona una pugna de esas características: los restos sin nombre, los cadáveres apilados, la tierra como cementerio de anónimos que allí han perdido la vida.
Sin embargo, cuando ésa parece que va a ser la línea dramática en la que va a centrarse el interés argumental del film, a éste no se le ocurre otra cosa que la de comenzar a abrir una serie de tramas narrativas (apuntes históricos sobre la realidad turca de ese momento; relato de aventuras suscitado tras una importante revelación sobre uno de los hijos, que propiciará un viaje del padre a una peligrosa región en la que se desarrolla un conflicto que enfrenta a tropas turcas con griegas; relación amorosa con la cuñada del propietario de la pensión en donde se aloja el granjero; explicitación del mensaje antimilitarista, etc.), gracias a lo cual EL MAESTRO DEL AGUA va viendo mermada su solidez.
El exceso de objetivos acarrea, primero, una onerosa desestabilización, segundo, la irrupción de una superficialización de los acontecimientos narrados, y, tercero, una precipitada concatenación de acontecimientos que trata, de modo insuficiente, de cerrar todos los cabos sueltos, obligándose a una toma de decisiones ligera, inverosímil y ridícula. Sumada a toda esa serie de yerros la lógica inexperiencia tras la cámara de un Russell Crowe que, para colmo de males, no sabe dirigirse a sí mismo, el resultado es un film que se encarga de dispararse sobre su andadura el tiro fatal de la más absoluta intrascendencia.