Título original: Alice Through the Looking Glass
Año: 2016
Duración: 113 min.
País: Estados Unidos Estados Unidos
Director: James Bobin
Guión; Linda Woolverton
Música: Danny Elfman
Fotografía: Stuart Dryburgh
Reparto: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway, Sacha Baron Cohen, Michael Sheen, Alan Rickman, Stephen Fry, Timothy Spall, Rhys Ifans, Ed Speleers, Barbara Windsor, John Sessions, Paul Whitehouse, Karol Steele
Productora: Walt Disney Pictures
Nota: 0
Era de prever. Llegar avalada como una suerte de continuación de un film tan desabrido, fallido y decepcionante como el que perpetró Tim Burton en ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS en modo alguno podía facultar una mejora ostensible en el cómputo del resultado global. La adaptación del 2010 que abanderó el, en estos momentos, dolosamente consumido creador de ED WOOD supuso la confirmación de un talento acomodado en sus consabidas marcas de estilo. Burton acercaba el clásico de Lewis Carroll a su reconocible despliegue de inane barroquismo escenográfico, provocando no una apropiación enriquecedora, combativa, aguijoneante, sino un anodino consentimiento desvirtuador. Alicia, su mito (y con ello su génesis libérrima, surreal, cartesianamente fantástica) y su legado, quedaba reducida a los escombros coloristas de una impropia y aburrida domesticación.
Seis años después, con Burton dedicado únicamente a tareas de producción, James Bobin (LOS MUPPETS), tardamos bien poco en advertirlo, ahonda en la flagrante desvirtuación del legendario personaje, puesto que persiste inmutablemente en las tropelías cometidas por su precedente. ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO no se plantea en ningún momento tratar de enmendar la deriva del film del 2010, sino que parte, se zambulle, principia su postulación desde los inapropiados réditos adaptadores pergeñados en éste. De ahí el severo dislate de su concreción.
Al menos, hay que reconocerlo, la barbarie no se molesta en agazapar su desprestigio. Al espectador se le advierte de ella con pasmosa celeridad al ser impuesta como secuencia de apertura una chusca reivindicación de la infame saga de LOS PIRATAS DEL CARIBE. Se nos presenta a una Alicia convertida en delirante capitán de un navío británico llamado “Maravillas”, tratando de zafarse del ataque de unos bajeles enemigos, que tratan de darle caza y hundirla. Esto es, ya se preconiza una apuesta por el espectáculo al uso, por los peajes consabidos al cine de acción fantasioso, en detrimento de un acercamiento de calado psicologista, intuitivo, merodeador de la perspicacia cabalmente ilusoria propuesta por Carroll.
Una vez concluida la disparatada presentación, Alicia, por causa de un conflicto económico habido entre su madre y el propietario de la empresa a la que pertenece su barco, se da de bruces contra un aprieto inesperado. De resultas, guiada por una Ábsolem convertida en mariposa azul, la fuga, el escape, la marcha hacia el otro lado del espejo, el reencuentro con ese universo paralelo ya conocido. En él, se empeñará en una difícil aventura espacio/temporal, debida a una problemática que mantiene en estado de shock a su querido Sombrerero (un deleznable Johnny Depp, que no sabemos si es Johnny Depp o Terele Pávez). ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO se aferra a ese constante periplo como única coartada narrativa, dirimiendo una serie de etapas urdidas mucho más a capricho descomplejizador que a adentramiento sinuoso, aguerrido y alumbrador.
Como ya se ha dejado entrever, el principal problema que arrastra de su misma concepción esta aberrante intentona, es el nulo interés por parte del equipo artístico por respetar mínimamente la esencia del relato original. Los esfuerzos por depurar a la narración cinematográfica de la acreditada capacidad lógico/irracional y simétrico/punzante impuesta por el Carroll en el cuento son tan ímprobos como degradatorios. El guión, además, se convierte en encomiable aliado de la fatalidad al ser onerosamente incapaz de insertar en la nueva trama a los personajes conocidos, presentados en ALICIA EN EL PÁIS DE LAS MARAVILLAS, por lo que, primero, quedan convertidos en peleles incómodos, en imposición debida de convocar, en relleno obligatorio, y, segundo, en rémora irresoluble de la nueva trama.
Como queda patente en la secuencia de apertura, la apuesta cinematográfica aboga por la explicitación anodina de la espectacularidad, esto es, el material literario se convierte en pretexto mediante el cual lucir el presunto esplendor de un apabullante diseño de producción. Alicia ve mutada la sutilidad matemático/abstracta, la tozudez perversamente abismal que caracteriza al modo en el que el escritor concibe su devenir dentro de la obra en una burda, reiterativa (el continuado uso de la cronosfera), asimilable peripecia, arrastrada a ser pasto de unos efectos especiales continuados, desnaturalizadores, excesivos y cansinamente apelmazados. Para este viaje, no hacía falta Helena Bonham Carter. Duele contemplar a tan ilustre cumbre literaria convertida en ese patético reverso desvirtuador que es el reino de lo obvio.