La La Poster

Título original:   La La Land

Año: 2016

Duración:  127 min.

País:  Estados Unidos Estados Unidos

Director:  Damien Chazelle

Guión: Damien Chazelle

Música:  Justin Hurwitz

Fotografía:  Linus Sandgren

Reparto: Emma Stone, Ryan Gosling, John Legend, Rosemarie De Witt, J.K. Simmons, Finn Wittrock, Sonoya Mizuno, Jessica Rothe, Jason Fuchs, Callie Hernandez, Trevor Lissauer, Phillip E. Walker, Hemky Madera, Kaye L. Morris

Productora: Summit Entertainment / Gilbert Films / Impostor Pictures / Marc Platt Productions

Nota: 6.9

Ante una película de los presupuestos intencionales de LALa La 1 LA LAND, en principio, no cabe otra cosa que saludarla con gratitud. Son muchos, lo primero. Todos ellos, segundo, de muy compleja concreción en la pantalla. Rescatar uno de los géneros clásicos del arte cinematográfico en tiempos en los que de éste no queda sino ecos cada vez más mudos no resulta en modo alguno mandato liviano, sobre todo cuando la mayoría de las últimas intentonas (MOULIN ROUGE, CHICAGO, NINE) no han arrojado sino la certificación de que los tiempos pasados tienen su regreso con el billete de vuelta esperando en la taquilla  de una estación de trenes abandonada. Se le podrán argumentar algunas cosas en su contra, pero, desde luego, lo que no se puede negar es que Damien Chazelle, su creador, se ha preparado muy a conciencia esta digna intentona de conseguir que a esa estación vuelvan a llegar pasajeros.

Y eso que su anterior y exitosa obra, para quien esto escribe, no hacía prever tan honesta dedicación a esa ordenanza rescatadora.La La 6 WHIPLASH, pese a su evidente voracidad observativa, pese a acreditar una magnitud realizadora envidiable, dejaba traslucir la fiereza relatora de un creador cinematográfico demasiado permisivo con ciertas licencias injustificables, dentro de un guión ostensiblemente tramposo, maniqueo, raquítico de sutilezas, abundado de obcecaciones paralizantes y sin justificar, todas ellas aunada a lomos de un personaje tan execrable en su pincelación como el incorporado por J. K. Simmons.  De ahí que, aunque el cúmulo de elogios con el que ya salió disparada desde su presentación en el último Festival de Cine de Venecia es vastísimo, algunos hayamos recibido LA LA LAND con la mosca y la oreja detrás de nuestra aprensión y de nuestra desconfianza.  Por fortuna, aunque sea en su escritura en donde hallemos las principales rémoras, los más serios desajustes, el desequilibrio entre la brillantez formal y el material escrito, pensado para que éste luzca con toda su pujante desenvoltura, en esta ocasión es muchísimo menos exagerado.La La 7

Desde luego, lo primero que hay que agradecerle a la propuesta es su clara naturaleza reflexiva, por cuanto el calculado mimo escénico que la articula no viene sino a refrendar que en todo momento LA LA LAND pretende ser la posible respuesta al problema de la contemporaneidad del género, al interrogante de cómo debiere ser planteado un musical hoy en día cuando la vigencia de esta categoría fílmica apenas sí da para escaseces puntuales; atender, en definitiva, al dilema de solucionar ese envite, bien proponiendo un artefacto evocador consciente de su pátina atemporal, incluso arqueológica, bien dictando una operación creativa postulada en calidad de modélica puesta al día de un protocolo caído en desuso. Una vez contemplada, cabe decir que Chazelle opta descaradamente por la segunda, pero, al mismo tiempo sabe adornar su ejercicio con alguna de las posibilidades más estimulantes de la primera. LA LA LAND concentra su originalidad al exhibir sin ambages la incomodidad inherente a esta simbiosis. Aunque privilegie una notoria ligereza urdiente, LA LA LAND deviene un film extraño, que tiene la virtud de elucubrar, inquirir y rastrear en esa extrañeza de obra sabedora de su lúcido destiempo.La La 2

En ese sentido, no nos duele reconocer en absoluto que luce torrencialmente el  profuso denuedo con el que ha debido zanjada su gestación. Desde el primero de sus planos se nota que Chazelle no ha asumido el reto sin ser sabedor de la complejidad de la empresa, y que para ejecutarla se ha preparado a conciencia: su puesta en escena, el prolijo cúmulo de soluciones visuales pergeñadas para pormenorizar secuencia a secuencia las exigencias planteadas por su respuesta al problema de asumir un musical en la segunda década del siglo XXI definen un suculento manjar cinematográfico. El director exhibe un meritorio catálogo de atrevimientos y de delirios escénicos que en modo alguno caen en la vacuidad engreída donde en su día ardieron que iniciativas tan deleznables como las antes citadas, incendiadas por pirómanos compulsivos tan señeros como Baz Luhrmann y Rob Marshall. Chazelle hace un planteamiento profusamente honesto, en el que sabe supeditarse al conocimiento esencial de las reglas del juego, sin que este respeto le lleve a la desmesura infructuosa y baldía de intentar un musical a la vieja usanza. LA LA LAND viene pertrechada de un clasicismo misceláneo, ágil, perspicaz, nada improvisado, que proclama su dependencia para, de inmediato, aéreamente fugarse de ella con minuciosa diligencia.La La 5

Los mejores momentos del film vienen de la mano de esa trabajada dependencia. Fundamentalmente gracias al virtuosismo realizador impuesto por el director. A esa vibrante pericia, a ese afán mucho más importunador que respetuoso con las reglas establecidas en la edad del oro del género hay que adjudicarle la decisión más interesante de la propuesta: hacer de la ciudad de Los Angeles el plató de rodaje. Lejos de la estilización fantasiosa de decorados y demarcaciones espaciales propugnadas por la mayoría de los clásicos, imponiendo una justificación relacional entre las letras de las canciones y el momento en el que son convocadas, LA LA LAND se quiere urbana, alquitranada, paisajísticamente reconocible. Las calles, cuestas, paseos, colinas, urbanizaciones, grafitis, rectilíneas avenidas, miradores  y estudios cinematográficos de la famosa urbe se convierten en protagonista ambiental incuestionable del film. Sin ese posicionamiento escapadamente naturalista  no se disfrutaría de tres de los cuatro momentos más inolvidables que Chazelle regala: el arrollador arranque en la autopista de entrada a la capital, el mágico baile de los dos protagonistas al salir de la fiesta, cuando están buscando el coche de Mia y, cómo no, la mágica vindicación que se hace de REBELDE SIN CAUSA, de Nicholas Ray, emplazando un inolvidable retorno al Observatorio Astronómico de la ciudad, en el que queda significada esa esencia deslizadamente fantástica, pulsional y anímica que imbrica a todo inserto musical dentro de un film de este género.

Sin embargo, resulta altamente notorio que a Chazelle ese mimo escénico, ese trabajo reinvidicador, esa imposición combativa le juega una mala pasada estructural: el patente desequilibrio entre la primera mitad del film y la segunda. Una vez disfrutado del gran momento del estelar baile en el Observatorio, es decir, una vez que el conflicto entre los dos personajes protagonistas ha quedado perfectamente emplazado (las ansias por triunfar en sus respectivas pasiones creativas de una joven camarera que sueña con ser actriz y de un músico empeñado en mantener intacta la pureza de los grandes maestros del jazz: unos magnéticos, deliciosos Emma Stone y Ryan Gosling),La La 4 no sabe reparar en dos circunstancias que se vuelven en su contra: la excesiva linealidad  dentro de la que se mueve la trama argumental y la nula convocatoria de personajes secundarios que pudieren aportar un requiebro narrativo interesante o incrementar el interés por unos personajes protagonistas que, a partir de ese momento, ven palidecer su interés, por lo abusado de su tópico requerimiento.

Sabedor del buen sabor de boca que va a dejar en el espectador,  da la impresión de que Chazelle se deja llevar en demasía por la innegable pegada del cuarto gran momento elucubrado para la ocasión, el antológico final, y descuida en demasía esa pérdida de fuelle, ese agotamiento del encanto, que, además, le lleva a dirimir algunas excusas argumentales francamente prescindibles (el itinerario como escritora de Mia), cuando no sonrojantes  (la imposibilidad de Sebastian de acudir al estreno teatral por causa de un imprevista cita fotográfica). Una verdadera lástima. Podríamos hablar de un film mayúsculo y nos tenemos que conformar con la convocatoria de un film notable, valiente, encantador, al que le sobra un excesivo ensimismamiento romántico, y le falta tacto con la observación de la trillada disyuntiva en la que son obligados a  amortiguarse sus  protagonistas.

 

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