Título original: Portrait de la jeune fille en feu

Dirección: Céline Sciamma

Guion: Céline Sciamma

Reparto: Adèle Haenel, Noémie Merlant, Luàna Bajrami, Valeria Golino, Cécile Morel

Sinopsis:

Francia, 1770. Marianne (Adèle Haenel), una pintora, recibe un encargo que consiste en realizar el retrato de bodas de Héloïse, una joven que acaba de dejar el convento y que tiene serias dudas respecto a su próximo matrimonio. Marianne tiene que retratarla sin su conocimiento, por lo que se dedica a investigarla a diario.

Nota: 8.8

Magistral lección de sensibilidad cinematográfica fecunda, indagante, ajustadísima, la que la francesa Céline Sciamma sabe afilar para inmiscuirse, con la prudencia, la intensidad y el atinado fervor precisos, en el magnífico planteamiento dramático sobre el que se sustenta una propuesta colmada de silenciosa delicadeza, arrebatada transparencia y serpenteado clasicismo expositivo.

Alejada, en apariencia, de los planteamientos realistas a los que nos tenía acostumbrados la autora de TOMBOY, el film nos traslada hasta la costa bretona de finales del siglo XVIII para que seamos testigos del súbito, nada fácil, progresivo acercamiento afectivo entre una pintora y la joven a la que tiene el encargo de retratar en un cuadro que debe ser el regalo de su familia a su futuro esposo, tras un arreglo matrimonial que ella desaprueba. Sciamma propone un arriesgado duelo de pulsiones especulares entre los dos puntos de vista imbricados en la madeja de atracciones ocultas urdida.

La mirada contempladora y la mirada contemplada forjarán el eje de sutilezas, irrupciones y anhelos, que, poco a poco, cercenando la más mínima tentación morbosa, ejemplificante o reductoramente contemporánea, siendo encuadrados con una concisa naturalidad los distintos posicionamientos impeledores de las reacciones de las dos mujeres, acabará deparando una concentrada y tensa contemplación, siempre atentísima al discreto recoveco intencionado de los mutuos impulsos convocados.

Sciamma sabe adherirse con intencionada y pertinente intuición a las posibilidades reflexivas que infiere la importancia que tiene en el devenir de los acontecimientos la resolución de la encomienda que da inicio a la narración, esto es, la pintura de un cuadro. La creación de la obra artística como fruto de la experiencia personal intimada; la seducción secreta que se emplaza en todo duelo establecido entre un sujeto que mira y otro que acepta ser mirado; la mirada como elemento transformador del foco de su atención y, al mismo tiempo, la mirada como víctima de la trampa dispuesta por el reclamo atendido.

Despojada de afectación y retórica romántica alguna, serenamente crepitada de sinceridad y pulcro atrevimiento, PORTRAIT DE LA JEUNE FILLE EN FEU sabe perfilar en imágenes, con tiento nervioso y astuto, ese frágil óleo emotivo, íntimo y quimérico que es el instante en el que surge el sentimiento amoroso. El mayor acierto del film lo consigue la directora al hacer de sus dos mujeres retratadas, Marianne y Héloïse, dos criaturas gozosamente sucumbidas a un amor finito y hondo, arrebatado y final, fraguado al calor de la mutua necesidad de responderse, de balbucear y de mirarse. Hermosísimo tratado sobre el arte de amarse cuando es preciso.

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