Título original: Portrait de la jeune fille en feu
Dirección: Céline Sciamma
Guion: Céline Sciamma
Reparto: Adèle Haenel, Noémie Merlant, Luàna Bajrami, Valeria Golino, Cécile Morel
Música: Para One, Athur Simonini
Fotografía: Claire Mathon
Sinopsis: Francia, 1770. Marianne (Adèle Haenel), una pintora, recibe un encargo que consiste en realizar el retrato de bodas de Héloïse, una joven que acaba de dejar el convento y que tiene serias dudas respecto a su próximo matrimonio. Marianne tiene que retratarla sin su conocimiento, por lo que se dedica a investigarla a diario.
Nota: 8.8
Comentario Crítico:
Magistral lección de sensibilidad cinematográfica fecunda, indagante, ajustadísima, la que la francesa Céline Sciamma sabe afilar para inmiscuirse, con la prudencia, la intensidad y el atinado fervor precisos, en el magnífico planteamiento dramático sobre el que se sustenta una apuesta fílmica colmada de silenciosa delicadeza, arrebatada transparencia y serpenteado clasicismo expositivo.
La realizadora gala propone una elegante, bellísima y cadenciosa plataforma escénica.Desde esa armónica pulcritud de vigilancias apasionadas, exhaustas de entrega y fingimiento, RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS radicaliza una hermosa reflexión sobre el amor en cuanto descubrimiento y luz nuevos, sobre el descubrir y el mirar como facultades inherentes a la revelación de amar. ¿Ama quien descubre o descubre quien ama? La respuesta, en esta ocasión, la propondrá la mirada inicial de una mujer que descubre, colgado, un lienzo que hace tiempo que no veía. Ese atisbo espoleará un recuerdo. El relato de RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS gravita en torno a la historia que guarece escondida tras el halo evocativo irrumpido en esa mujer que mira y rememora.
Alejada, en apariencia, de los planteamientos realistas a los que nos tenía acostumbrados la autora de TOMBOY, el film nos traslada hasta la costa bretona de finales del siglo XVIII para que seamos testigos del súbito, nada fácil, progresivo acercamiento afectivo entre una pintora y la joven a la que tiene el encargo de retratar en un cuadro que debe ser el regalo de su familia a su futuro esposo, tras un arreglo matrimonial que ella desaprueba. Sciamma propone un arriesgado duelo de pulsiones especulares entre los dos puntos de vista imbricados en la madeja de atracciones ocultas urdida.
La mirada contempladora y la mirada contemplada forjarán el rumor de sutilezas, irrupciones y anhelos, que, poco a poco, cercenando la más mínima tentación morbosa, ejemplificante o reductoramente contemporánea, siendo encuadrados con una concisa naturalidad los distintos posicionamientos impeledores de las reacciones de las dos mujeres, acabará deparando un concentrado y tenso acecho, siempre atentísimo al discreto recoveco intencionado de los mutuos impulsos convocados.
Sciamma sabe adherirse, con intencionada y pertinente intuición, a las posibilidades reflexivas inferidas a la importancia que tiene, en el devenir de los acontecimientos, la resolución de la encomienda que da inicio a la narración, esto es, la pintura de un cuadro. La creación de la obra artística como fruto de la experiencia personal intimada; la seducción secreta que se emplaza en todo duelo establecido entre un sujeto que mira y otro que acepta ser mirado; la mirada como elemento transformador del foco de su atención y, al mismo tiempo, la mirada como víctima de la trampa dispuesta por el reclamo atendido.
Toda la primera parte del film queda primorosamente gobernada por el modo en el que la pintora debe ejecutar su labor, esto es, hacerlo sin que su modelo sepa que se está llevando a cabo un encargo por ella vetado. Ese esfuerzo que la primera debe hacer para retener los rasgos, los gestos, la definición de la personalidad que quiere trasladar a la obra y, después, concretarlos en el óleo de memoria, es privilegiado por la directora como eje de tensión escrutador, excitable y capturativo.
Despojada de afectación y retórica romántica alguna, abjurando vertebradoramente de la caligrafía y la vetustez compositivas de una esperable película de época, crepitada en todo momento, en cada encuadre, de mordida sinceridad e impoluto atrevimiento, RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS sabe pensar en imágenes, con tiento nervioso y astuto, ese frágil óleo emotivo, íntimo y quimérico que es el instante en el que surge el sentimiento amoroso. El mayor acierto del film lo consigue la directora al hacer de sus dos mujeres retratadas, Marianne y Héloïse, dos criaturas gozosamente sucumbidas a un amor finito y hondo, arrebatado y final, fraguado al calor de la mutua necesidad de responderse, de balbucear y de mirarse. Hermosísimo tratado sobre el arte de amarse cuando es preciso.