Título original: Mantícora
Dirección: Carlos Vermut
Guion: Carlos Vermut
Reparto: Nacho Sánchez, Zoe Stein, Catalina Sopelana, Javier Lago, Patrick Martino, Ángela Boix, Álvaro Sanz Rodríguez, Vicenta N'Dongo
Sinopsis: Julián es un exitoso diseñador de videojuegos que vive atormentado por un oscuro secreto. Cuando Diana aparece en su vida, Julián sentirá cercana la oportunidad de ser feliz.
Nota: 9
Comentario Crítico:
Advertidos ya estamos. Para Carlos Vermut la normalidad no es sino un espejismo. Una calma con la tormenta convertida en acto de inminencia. Y como tal, para un tipo obstinado en ensañarse con el combate de rompimientos que toda normalidad que se empeña en serlo trata siempre de amortiguar, semejante terquedad de apariencias no puede más que convertirse en manjar al que hincarle el encono. Un calmo encono verdugo. La normalidad, ese maquillaje, ese barro, esa mordaza, esa cadena no perpetua.
El creador de MAGICAL GIRL es un maestro en esto de perseverar en semejante quiebra absorta y suspensiva: la de quien de súbito se ve emplazado no ya a lo que oculta, sino a lo que ni siquiera sabe que ha ocultado. De ahí el abismo y la indefensión. Los personajes de Vermut arrastran un misterio cuya resolución los condena al flagelo de una incógnita aún más patibularia. Se dirían que son Alicias perdidas en el justo momento en el que saben cómo regresar de un país con las maravillas fieramente encontradas. Julio, la última criatura obligada a este periplo con destino hacia lo ignoto cruel, acaso sea la creación más suculenta de este exquisito experto en suturas incapaces y en cicatrices a punto de resucitar la herida a la que deben su sangre seca.
El protagonista de MANTÍCORA cumple a rajatabla los requisitos que el autor de DIAMOND FLASH exige a quien debe convertirse en carne de su flemático escalpelo. Un tipo solitario, obsesivo, disciplinado, de carácter retraído, encuadrado casi siempre en interiores, poco dado a la desinhibición, que habrá de hacer frente al itinerario de imprevistas tenebrosidades que le convertirán en oscilación y destemple la firmeza de su, hasta ese momento, estoica coraza. El calvario de entresijos, clandestinidades y rompecabezas encajando un incógnito precipicio interior está servido. Vermut se toma su tiempo para disfrutar de su condición de paciente lapidador agazapado. El film se reconcome aguardando el pánico de la presa dentro de una jaula que no ve pero que no cesa de angostarlo. Saña invisible, aplicada y cortés.
La presentación del personaje no puede ser sino clasificada de magistral. En la escena de apertura la pantalla adquiere la textura de un encuadre tridimensional en la que poco a poco se va perfilando el diseño de una extraña criatura animal de apariencia salvaje. A continuación, se nos muestra a Julio en el comedor de su casa rematándola, utilizando un casco de realidad virtual. El espectador cae en la cuenta en que las primeras imágenes corresponden al trabajo consecuente a los movimientos en el vacío que Julio está ejecutando en una especie de pizarra invisible.
La frialdad de las imágenes del diseño, el silencio que envuelve al proceso creador, la soledad dentro de la cual el protagonista acomete su tarea no tardarán en vehicular una suerte de patrón observativo que, por un lado, ahonda en la personalidad del protagonista, y, por otro, define el riguroso y ecuánime proceder escenográfico que el realizador va a imponer. Toda vez que Julio, tras rescatar al hijo de su vecina de un incendio, note que prende fuego en él una pulsión tan irreprimible como inesperada, de alguna manera va a ser acompañado por Vermut en esa sumisión a lo insospechado prohibido con la minuciosa severidad con la que él pergeña las bárbaras, sanguinolentas criaturas virtuales que le son encargadas.
El film más austero de Vermut acaso sea también el más cruento emocionalmente. La película deambula transparente y depurada en todo momento. Su desarrollo argumental es escaso, parco en vericuetos narrativos, mas el linchamiento maquinado para el personaje central está concebido con una brutalidad tan sutil como taxativa. Esta fábula sobre el engendrador de monstruos virtuales devorado por la sinrazón del monstruo, intangible y real, que le despierta dentro vuelve a lucir el cruento, intransferible, guillotinador manejo del fuera de campo que el realizador madrileño siempre ha sabido descerrajar. Antológicos ejemplos de ello son el modo en el que se resuelven la escena del recital de piano y la del hospital. A Vermut solo le basta un espejo para exclamar el silencio paralizado de los ojos de un horror no mostrado, pero condenado a mirarse quieto: Julio ya sabe de por vida que los verdaderos monstruos no son los que puede imaginar, sino aquellos que lo han imaginado a él. El reverso del espejo nos engendra. MANTÍCORA, perfecta apropiación personal del cine de Jonás Trueba cocido por las fauces del de David Cronenberg, podría, sin inmutarse, proclamarse como la parábola de los deseos devorando a Saturno. Magistral.