Dirección: Ari Aster
Reparto: Joaquin Phoenix, Pedro Pascal, Luke Grimes
Nota: 6
Definitivamente Ari Aster parece que ha aparcado su incesante, fecunda investigación sobre las posibilidades abiertas en el cine de terror contemporáneo. Tanto HEREDITARY como MINDSOMMAR hay que asumirlas como dos aportaciones capitales dentro de un género al que se circunscribían desde una aviesa voluntad de cuestionamiento, reencontrándolo mediante una cínica voluntad descolocadora, meditada para desposeerlo de formulaciones extenuadas, obligadas, por ello, a estimular una resurrección empeñada en abolir el cliché.
En ese sentido, EDDINGTON viene a confirmar el desmarque con respecto a ese itinerario adscrito que había supuesto la desconcertante BEAU TIENE MIEDO. Aster abandona el cuento de terror cocido a fuego estrictamente infectado de ambigua racionalidad para adentrarse en la fábula política, en la crónica desquiciada de los tiempos que nos están habitando de infierno. Ante todo EDDINGTON se propone como un ejercicio adrenalíticamente observacional. La visceralidad esgrimida como prisma, como método, como tempo.
La historia va a ir convocando numerósos, disímiles, agrios punto de interés. Dicha amalgama de tan vasta confluencia de focos que inmiscuir en la vorágine irá exigiendo detenimiento casi improvisado para cada uno de ellos. El riesgo autoimpuesto por Aster es máximo por cuanto el abigarramiento de apremios es mayúsculo, endiablado. Pese a que el realizador vuelve a demostrar lo capacitado que está para orquestar una puesta en escena siempre sólida, siempre a la altura de la incomodidad exigida por el hecho encuadrado, EDDINGTON se resiente de su propia premisa, es decir, se muestra incapaz de solucionar los problemas inherentes a la ley del omnipresente exceso.
La coartada argumental del film viene dada por el enfrentamiento habido entre el alcalde y el sheriff de una pequeña población norteamericana llamada Eddintong. Ambos mantienen posiciones muy enfrentadas en lo concerniente a las medidas impuestas por las máximas autoridades del país durante los tiempos más inciertos del Covid. El film unge al sheriff como personaje sobre el que hacer recaer el peso del itinerario dramático definido por la ya citada prolija concatenación de apremios. Desde ese prisma sobrepasado, tenso, maquinativo, poco cabal, incomprendedor e incomprendido que define el carácter de aquel, EDDINGTON se propone dar cabida a una no menor lista de conflictos.
La mera enumeración apercibe del riesgo de aglomeración contraproducente: análisis de la paranoia Covid, de la era de la posverdad mediática, de la adicción a los recursos proporcionados por la red, de la manipulación de los medios de información, de la sumisión de la clase política a determinados grupos empresariales, del surgimiento de sectas captadoras de seres humanos aturdidos dentro de esta parafernalia inasible e inclemente, de revueltas sociales del tipo Black Lives Matter, del maltrato infantil dentro del núcleo familiar, del auge todopoderoso del pensamiento ultraconservador, todo ello hiperbólicamente conducido a trazar una suerte de radiografía devastada acerca de la sociedad norteamericana presente, matizada geográfica y vertebralmente por una clara vindicación al western clásico, claro está, puesto al día con la mascarilla obligatoria.
Huelga decir que hacer frente a semejante caudal de contenidos da buena cuenta del nivel de exigencia asumido muy conscientemente por Aster. El film rezuma siempre ímpetu y voluntad casi suicida, impregnado de una palmaria voracidad mostrativa. Sin embargo, también se hace muy pronto evidente que se le torna imposible escapar a la irregularidad a la que sobre el papel parecía condenado el vasto desbarajuste ambiental tratado de llamar a ajuste de cuentas. EDDINTONG se propone escrutar en un caos colectivo, imponiendo un artilugio narrativo sostenido por un pulso más febril aún que la hoguera de desvencijamientos involucrada. Digamos que trata de trata de acercarse a un fuego descontrolado con una mirada que, en lugar de severa prudencia atisbativa, emplaza prontitud de gasolina.
El resultado, claro está, es un desfile de pertinentes agudezas puntuales, más también de un reguero de alborotadas y lógicas chamusquinas que, hay que reconocerlo, no combustionan la totalidad del film por la sinceridad del pesimismo bien argumentado que acierta a esgrimir como sentencia final de la autopsia infringida a la cabalgata de enajenación propuesta, por la seriedad escénica que sigue sabiendo emplazar Aster y, sobre todo, por el descomunal aplomo enajenado y fragilísimo con el que Joaquin Phoenix hace respirar a un personaje encabalgado sobre una asfixia a la que él controla la vesanía en todo momento. El film no corre la misma suerte. Le sobra atasco, hosquedad y metraje.