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El anuncio de gira de Boris por estos lares despertó en muchos (me incluyo) enorme impaciencia y esa clase de ilusión desmedida, un tanto infantil y bien cargada de incertidumbre con la que se aguarda la llegada de los Reyes Magos (de Oriente, claro). 

 

Que lo hicieran de la mano de Russian Circles era garantía más que sobrada de que la ansiada bicicleta que encabezaba nuestra carta no se escaparía esta vez. Pues, si bien el prolífico combo nipón (cuatro discos en este último año) venía precedido por esa merecida aureola de banda de culto, los de Chicago han conseguido en poco tiempo un estatus no menos envidiable gracias a un directo demoledor y tres obras sobresalientes, que les sitúan, con todo derecho, en ese pelotón de cabeza del tan manido post-metal instrumental.

Saade, dúo checo de guitarra y batería, fueron los encargados de abrir tan prometedora velada. De rítmica sencilla pero contundente, su stoner, oscuro, atronador y con un fuerte aroma a (envilecidos) setentas, dejó un buen sabor de boca en ese, hasta entonces, medio aforo que poblaba la sala Caracol.

Ya con un público crecido en número y ganas, salieron a escena Russian Circles. Tercera visita a Madrid en apenas dos años y tercera victoria por K.O. desde los primeros compases. Con el trío metidísimo en faena y haciendo hincapié en su vertiente más dura, fueron cayendo una tras otra esas pulidísimas y brillantes gemas (Geneva, Station, Youngblood,...) que esconden sus discos y una nueva, a modo de anticipo de lo que será su inminente cuarto trabajo. Si a ese incontestable núcleo que conforman Mike Sullivan y Dave Turncrantz (pletórico aporreando los parches) le sumamos, ya como miembro de pleno derecho, el bajo de Brian Cook, antes en Botch (y esto son palabras mayores), la cosa no puede pintar mejor. Enormes de principio a fin.

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Finalmente Boris hicieron acto de presencia. Tan esperada era su actuación como temido el posible repertorio. En una noche y ante una audiencia que pedía a gritos la dureza de esos Boris de antaño (no hace tanto), los japoneses se decantaron durante casi toda la primera hora, a excepción de tres o cuatro temas, por esa otra faceta más reciente, mucho más pop y, a tenor de las caras de muchos de los presentes, infinitamente más soporífera. Son indudables su enorme solvencia técnica, sus cuajadísimas tablas sobre el escenario y esa trabajada capacidad de hacer sonar bien todo aquello que se propongan, pero no lo es menos que no eran pizpiretas caricias lo que ansiaba la mayor y decepcionada parte de los allí reunidos, sino verdaderos azotes metálicos y revientatraseros. No por previsible el tedio fue más llevadero. Sin embargo, no todo estaba perdido. Ya en la recta final, se decidieron a satisfacer nuestros, hasta el momento, maltrechos anhelos, cuando enlazaron Aileron y Missing Pieces a modo de catártico y perfecto fin de fiesta, prolongando el extasis durante casi treinta minutos y haciendo honor al título del álbum que los contiene: Heavy Rocks. ¿Lo que pudo ser y no fue?

Así pues, noche de Reyes con bicicleta, mucho carbón y al final el Scalextric.

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