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Rufus Wainwright

Out of the game

[Decca/Polydor; 2012]

7


Resulta curiosa, ardua y algo más desconcertante de lo esperado la experiencia de arrimarse a escuchar el último disco del, para quien esto escribe, excepcional  Rufus Wainwright. OUT OF THE GAME es un trabajo que pilla desprevenido al devoto y al entusiasta del músico norteamericano-canadiense: una primera escucha sirve rápidamente para cerciorarnos de que el cantautor ha decidido hacerle un ostensible quiebro a lo que podría esperarse del magistral  creador, por ejemplo,  de WANT  ONE, uno de esos CD que a uno no habrán de abandonarlo ni cuando la vida haya dejado de sonar.

No debe extrañar que esa primera escucha lleve a un juicio decepcionante del álbum, pues cuesta reconocer las señas de su autor entre un puñado de canciones, en principio, mecidas en una evidente ligereza,  muy lejana a la profunda, oscura y culta   formalidad que ha venido caracterizando la completa mayoría de sus siete trabajos anteriores. Él mismo se encargó, en las fechas anteriores a su salida al mercado, de anunciar que éste iba a ser su trabajo más pop y bailable.

Semejante afirmación bien pudiera acarrear no pocas prevenciones. Sin embargo,  OUT OF THE GAME tiene mucho más de lo primero que de lo segundo: por fortuna el calificativo de “bailable”, entendido como fácil, como asimilable, como superficial y comercialoide, no puede ser empleado en esta ocasión. Hubiera sido del todo impensable una mutación tan drástica en un músico caracterizado tan por haber forjado un equilibrio investigador tan firme como el suyo. 

En cambio, quizás alguno de los adjetivos que con más propiedad pudieren ser empleados durante esas primeras  escuchas del trabajo, además del de “ligero”, pudiera ser  el de asequible y el de lineal. Ahí gravita el principal riesgo de la operación y la causa de esa inicial desengaño.  Cuesta darle una oportunidad más a OUT OF THE GAME,  por cuanto durante muchos instantes se tiene la sensación de que no parece un CD de Rufus Wainwright y sí uno de Elton John, por ejemplo.  Y no es que no seamos admiradores o desdeñemos el saber hacer del londinense, pero lo que menos se espera uno a la hora de afrontar una novedad de Wainwright es que se parezca a algo distinto a la alargada sombra de su perfil.

Sin embargo, si se le permite al disco la paciencia que se merece la trayectoria de su autor, ese desengaño, por fortuna, va desvaneciéndose. OUT OF THE GAME impone unas nuevas reglas del juego dentro de  la portentosa andadura musical de Wainwright. No sabemos si será un viraje definitivo, pero el cambio, pese a que no logre las cotas alcanzadas con anterioridad, lejos de concluir en sonoro fracaso artístico, tiene hechuras de cálido reposo juguetón, de consciente intentona solariega, de agradable tanteo en campos ajenos.

La canción con la que se abre el disco resulta una precisa declaración de principios. La guitarra, los coros, los arreglos de “Out of the Game” remiten a un delicioso “setenterismo” que apenas abandonará el resto del trabajo. El tema permite también que comprobemos como el intérprete disfruta   jugando a romper la acomodada rutina de estribillos pegadizos  imponiendo notables modulaciones a su voz.  

A éste le sigue “Jericho”, el tema más evocador del universo Elton John, y que sirve para confirmar que la novedosa, fresca, amena sonoridad del primer tema va a ser utilizada como núcleo significativo de todo el CD. El tercer corte del tema incide en ella también, pero ya admite una sorpresiva variante; “Rashida” concluye con un epílogo alocadamente góspel que vuelve a poner de manifiesto las ansias por el deslizamiento abigarrado que siempre ha dirimido el artista.

Barbara” supone una elegante variante melodiosa de esta estrategia, que da paso al que se constituye como el primer gran desmarque del CD. “Welcome to the ball” define un cierto reencuentro con el Wainwright más teatral y numerero. Los instrumentos de viento y la propia progresión del tema nos trasladan hasta el escenario de un número central de un clásico musical londinense. Este tono celebrativo da paso a la sensible “Montauk”, una serena, frágil y consciente plegaria, en la que se dirige a su hija pequeña reclamándole afecto, paciencia y comprensión futuros para con sus dos papás (“Algún día vendrás a Montauk y verás a tu papá tocando el piano/ y al otro usando ya gafas/ Sólo espero que te desees quedarte un ratito”).

Bitter Tears” quizás sea el tema en el que la intencionalidad pop confesada previamente se manifiesta con más notoriedad. En él, la voz del cantante se superpone con aterciopelada transparencia a los sobrios y atmosféricos sintetizadores empleados. Su emplazamiento en el CD es muy acertado. Pese a ese marcado acento pop, su contenido es el más amargo. Resulta estremecedor ese contraste por cuanto a partir de él, cuando Wainwright decide mostrarse más desnudo, íntimo y sincero en contenidos, el trabajo nos depara un magnífico último tercio en el que el amor a su pareja y la invocación a su recientemente desaparecida madre nos ofrendan los mejores temas de OUT OF TIME.

La sencilla confesionalidad de “Sometimes You Need”  nos regala la preciosa orquestación final, en el que se constituye como el momento más delicadamente sinfónico de OUT OF THE GAME . “Song Of You” nos convierte la piel en humo; el cantante celebra en ella el estado de plenitud en el que se halla el rincón de sus afectos, derramando la mejor interpretación del disco.

Finalmente, con la incorporación en los coros de su padre y de su hermana, el recuerdo materno se hace carne de celebración en la hermosa, calmada, emotiva y rumorosa "Candles", una sepulcral elegía, a la que no le sobra una sola nota de su larga duración. Una gaita pone fin a esa contenida oración que describe el desconcierto de un ser humano que trata de buscar el alivio en la frágil luminosidad de una vela dentro de una iglesia.

Lo dicho, OUT OF THE GAME es un disco estimable, distinto y menor. Un trabajo que no desmerece en absoluto las excelencias anteriores de su autor, pero que no está a la altura de los grandes hitos de éste. Hay creadores que tienen muy difícil estar a la altura de ellos mismos. Rufus Wainwright es uno de ellos.

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