Shame Cartel 1

Título Shame

Año 2011

Duración 99 min.

País U.K

Director Steve McQueen

Guión Steve McQueen, Abi Morgan

Música Harry Escott

Fotografía Sean Bobbitt

Reparto Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie, Jake Richard Siciliano, Hannah Ware, Alex Manette, Chris Miskiewicz, Jay Ferraro, Anna Rose Hopkins, Eric Miller

Productora GK Films / Infinitum Nihil / Warner Bros. Pictures

Valoración 9

Hay films que no tardan un segundo en ir directos hacia el desasosiego de quien los contempla. Son esa clase de ejercicios en los que, desde el primero de sus planos, el espectador tiene la sensación de que se le está acechando la mirada con un sacacorchos; esa clase de inquietudes en las que la butaca se convierte en una invisible camisa de fuerza que te obliga a mirar lo que tú tampoco quieres dejar de ver. SHAME es puro peligro fílmico: de ahí el placer de asomarse a contemplarla.

Dirigida por Steve McQueen, el insano provocador de la extremadísima HUNGER vuelve a las andadas. Más que un cineasta, podríamos convenir que el británico es un cirujano cerebral con cámara en mano.  Sería bastante arduo hallar en el  cine contemporáneo más reciente una capacidad para la incisión como la suya.

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Sin embargo, lo atractivo e inapelable de SHAME es que,  mientras el espectador asiste a la precisa, calculada sajadura efectuada sobre el alma del protagonista, quien nota elquien nota el bisturí seccionándole la piel sinuosamente es el primero.

La película es una frontal radiografía de un ejecutivo adicto al sexo. Brandon es un hombre agraciado físicamente, elegante, de pétrea mirada viciosa, que vive, solo,  en un impecable apartamento de diseño, enclavado en el centro de Nueva York. La cámara de McQueen se apresura rápidamente a acorralarlo, a adentrarse  en su cotidiana turbiedad secreta.

Brandon consume su soledad dando rienda suelta a un deseo que no tiene ninguna misericordia con él. Ya sea contratando los servicios de una prostituta de lujo, huyendo al servicio de hombres de su empresa a bajarse la cremallera y comenzar la urgente ceremonia manual del autoplacersatisfactorio, asediando con la potencia descarada de su fijación a una pasajera en el metro o ligando con una desconocida  para desabrocharle conocimiento carnal en la oscura esquina de una calle, Brandon se muestra como un tipo gratificado con una virulenta ansiedad sexual que él vive con aséptica, impenetrable,  fría normalidad insaciable.

La película experimentará un crudo deslizamiento emocional cuando entra en escena Sissy, la hermana menor del protagonista, una joven mujer con la vida no tan ordenada como su hermano, que acude a su casa para instalarse allí, pues la han contratado en un selecto club de Manhattan. Sissy es cantante. Hace tiempo que no ve a su hermano.

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La llegada de Sissy muy pronto es capturada como una presencia  física que se inmiscuye en la habitualidad controlada de Brandon. La notoria disimilitud de caracteres que asoma rápidamente se convertirá en la evidencia de que el bastión amoral, incuestionador, rotundo y, en apariencia, gozoso en el que éste tiene instalada su ambivalente existencia comienza ha desmoronarse.

Muchísimo más allá de lo morboso del asunto emplazado, SHAME logra la gran altura dramática de su pegada gracias al modo en el que ésta cae atrapada dentro de la tupida red de sinuosidad con la que McQueen la humedece. En el film el cómo supera al qué. SHAME es morbosa no porque abunde en la tortura de un tipo que practica el sexo con la misma necesidad que respira, sino porque el posicionamiento del director lo que hace es macerar a su cámara con una calma mostrativa  tan rigurosa, que, abordando crudamente la figura de un adicto, a quien termina despojándole la inquietud es al espectador.

McQueen dirime una puesta en escena en la que prima una envenenada serenidad observativa. El realizador teje una elegante plataforma visual que, mediante una  implacable fijación planificativa, hurga, soba, flirtea con la paciente fiebre demandante de su protagonista. 

Los perfectos encuadres y las sosegadas duraciones de todos los planos contribuyen a que el espectador se inmiscuya en el relato de observaciones y hechos en calidad de sórdido “voyeur” de emociones, devaneos y flagelos. La desnudez extrañamente cotidiana de todos los cuerpos, la áspera naturalidad con la que están resueltas los apremios sexuales no están encuadrados con afán exhibitorio: son el imponente resultado de esa intrusión.

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Claro está, McQueen no hubiera podido jamás alcanzar semejante grado de templada brutalidad escrutante si los actores elegidos no se hubieran prestado a participar con todas las consecuencias en su arriesgadísima proposición. El cineasta puede congratularse de haber contado con la implicación de dos auténticos portentos en lo que se refiere a la verosimilitud dramática sin límites.

Carey Mulligan vuelve a demostrar que es la mejor actriz de su generación. La inolvidable intérprete de NUNCA ME ABANDONES cuaja una magnífica credibilidad para con un personaje lleno de aristas, presuntas dolencias pasadas, desequilibrios,  y, sobre todo, contrapuntos afectivos con respecto a Brandon.

Mulligan regala la que seguramente va a convertirse en la escena más atormentadamente emotiva del año: su dolida, atenta, arrastrada interpretación de “New York, New York” , encuadrada en un impúdico primer plano, y rematada con el contraplano lloroso de Brandon, es de esas experiencias  que sólo están al alcance de verdaderos virtuosos de la paciencia y del sosegado continente de su atención.

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Por su parte, a Michael Fassbender solo cabe reconocerle la descarnada genialidad con la que colma de vida, silencio, tenebrosidad, vacío y depravación a su solitario personaje. Resulta insólita la perseverante calma con la que asume la calentura consciente de su exposición.  No puede uno más que rendirse ante la tremenda valentía con la que afronta la que, sin duda, junto con la ofrecida por George Clooney en LOS DESCENDIENTES, es la mejor interpretación masculina del año.

El protagonista de JANE EYRE rinde toda su carne para que McQueen le extraiga el alma a su contumaz y roto protagonista. Fassbender acumula  una interpretación justa, equidistante, aguda,   extralimitada  en sudor y sinuosidad compositivos. Brandon exige una omnipresente desinhibición, que él clava con limpia honduraabismal.

Hasta tal punto es así que logra que sea el espectador quien, frente a  la creíble desnudez demandante que impone, se sienta  con la ropa en el suelo  ante lo furioso de la transparencia con la que está esculpido el retrato de este hombre con deseos. Este adicto a saciar las ganas que le pide su cuerpo no se halla tan lejos de nosotros mismos como nos creemos. SHAME susurra una inquietante reflexión sobre el vértigo de toda necesidad.

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