The Devil Inside Cartel 1

Título The Devil Inside

Año 2012

Duración 87 min.

País USA

Director William Brent Bell

Guión William Brent Bell, Matthew Peterman

Música Brett Detar, Ben Romans

Fotografía Gonzalo Amat

Reparto Fernanda Andrade, Simon Quarterman, Evan Helmuth, Ionut Grama, Suzan Crowley, Bonnie Morgan, Brian Johnson, Preston James Hillier, D.T. Carney

Productora Insurge Pictures

Valoración 0.5

Desde la sobrevalorada EL PROYECTO DE LA BRUJA BLAIR el género del cine de terror ha ido desarrollando una especie de ramificación estilística, fundamentada en la modestia de presupuestos. Son una suerte de films (la saga PARANORMAL ACTIVITY y otros más), en los que la carestía de la producción ha sido aprovechada como elemento integrador y significante del producto.

Lejos de las vertientes vampíricas, góticas, monstruosas o psicópatas al uso,  el film de Eduardo Sánchez,  del año 1999, proponía un tratamiento del terror mucho más adherido a una presunta plasmación de lo real. El éxito inesperado de la cinta, transcurridos ya más de diez desde su estreno, contribuyó a instaurar como argucia formal un elemento escénico que, hoy, es marca fundamental: la utilización de la cámara de vídeo doméstica.

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Esa cámara de vídeo es la característica estrella, la coartada perfecta para el tipo de operación que se quiere pergeñar: la treta que impone su propio funcionamiento como eje organizador de toda la ceremonia visual a la que se invita al espectador. El clásico espectador de una ficción propuesta en la pantalla ya no es reclamado. El espectador es, ahora, convocado en calidad de teórico testigo de unos hechos que esa cámara hace pasar por reales.

Esa apariencia de realidad casa muy bien con la modestia presupuestaria mentada anteriormente. El realizador y todo el equipo artístico de la producción no se ven en la obligación de intentar camuflar las carencias: esas carencias ayudan al objetivo final.

La cámara en mano, los fallos de iluminación, los desencuadres, el atolondramiento de los movimientos de los personajes, la interpretación histérica de los actores  van confluyendo en torno a esa imposición que es la de capturar la irrupción del terror en el orden cotidiano.

Sucede que, como tantas otras veces, lo peor de sobrevalorar, de magnificar lo que no deja de ser más que un simpático, novedoso planteamiento no es otorgarle mérito desmedido a algo que no es digno de ese reconocimiento. Lo peor de ese encumbramiento insólito son las secuelas. Y lo peor de las secuelas, las degeneraciones.

DEVIL INSIDE es una insultante degeneración de esta moda nerviosa, barata y chusca. La culminación de un miserable “aquí vale todo” con tal de que parezca un vídeo doméstico. La definitiva  patochada  que nos da la razón a todos los que deseamos en su día que la zafia bruja Blair debiere haber quedado confinada nada más que en proyecto.

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La película intenta hacer confluir dos sobadas tendencias terroríficas. De un lado, la mediación de este efecto real logrado gracias la constante  interpelación a  una cámara que recogerá todos los hechos. De otro, la temática exorcista. El diablo poseyendo a un ser humano, captado por una videocámara. Una versión “realista” de ese trillado campo argumental inaugurado por el clásico de William Friedkin en el año 1973.

Isabel Rossi quiere investigar el dramático, oscuro destino de su madre: una mujer que, años atrás había confesado la autoría de tres brutales asesinatos, y que, desde entonces, permanece encerrada en un centro italiano para depravados mentales. La joven se traslada a Roma en busca de ayuda. Sabe de la existencia de un centro de estudios en el que son tratados con seriedad este tipo de inexplicables aberraciones demoniacas. Ella confiesa que su padre, antes de morir, le había advertido una intuición: su madre cometió el triple crimen porque estaba poseída por el diablo, en medio de la práctica de un exorcismo.

Isabella logra la implicación en su causa de dos jóvenes religiosos; un par de estudiantes especializados,  convencidos de la amenaza real de ese tipo de dementes enajenaciones. Los tres, junto al reportero que está grabando una especie de documental sobre las peripecias de Isabella (la excusa para la mediación de la cámara grabadora), deciden ir hasta el centro en donde se halla reclusa la madre de ésta.

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El problema que hace suela de zapato no remendable  las ya de por sí escasas posibilidades de este solomillo de cabra infernal es el puro disparate de su estructuración. La idea del documental sobre el itinerario de Isabella no adquiere ni entidad, ni rigor, ni fundamento alguno. El ardid está metido con calzador para jugadores de baloncesto lituanos. Las continuas interpelaciones al visor de la cámara-testigo están más forzadas que el tanga de Shakira en la cinturita presidiaria de Julián Muñoz.

La angustiosa naturalidad que es requerida no hace acto de aparición en ningún momento. El film dura 83 minutos y arranca en el 62. Hasta ese momento es un mero cúmulo de caprichos pseudocientíficos aburridos y palabreros, un reportaje de aficionados principiantes que no recibiría el aprobado ni en la Teletubbie´s Media  University.

Durante muchos momentos gravita sobre ella el recuerdo de [REC.], la notable obra de Jaume Balagueró y Paco Plaza. Sin embargo, la comparación es odiosa. En la película española el punto de vista del reportero no cesaba jamás de imponer su especial punto de vista. La coherencia de la realización no se permitía ni una sola veleidad para con la ruptura de esa imposición de partida.

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En DEVIL INSIDE hablar de esa coherencia es admitir como irrefutables las memorias de Anita Obregón. El director hace lo que le da la gana con él. De ahí que el film no escape al atolladero insalvable de su propio callejón sin salida.

La película es una trampa infumable, más aburrida que el espejito mágico de Frankenstein. El exorcismo parece sacado de la videoteca de la pitonisa Lola, concretamente la grabación del día en el que, sin cesárea,  engendró la vela negra. Unas interpretaciones de conejo en la chistera y un desenlace para denunciarlo al sustituto de Garzón contribuyen a que el sustito sea completo.

Para tirar de la cadena,  no echar gota y dejarse el exorcismo flotando.

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