La Montana Rusa Cartel

Título La montaña rusa

Año 2012

Duración 110 min.

País España

Director Emilio Martínez Lázaro

Guión  Daniela Féjerman, Emilio Martínez Lázaro

Música Roque Baños

Fotografía Teo Delgado

Reparto Verónica Sánchez, Ernesto Alterio, Alberto San Juan, Luis Bermejo, Loreto Fajardo

Productora Enrique Cerezo Producciones Cinematográficas S.A.

Valoración 2

Poseedor de una ya extensa filmografía, Emilio Martínez Lázaro es, hoy en día, uno de los realizadores cinematográficos más veteranos de nuestro país.  Su trayectoria abarca ya más de cuatro décadas. En ella podemos advertir algunos títulos tan interesantes como LAS PALABRAS DE MAX (1977), SUS AÑOS DORADOS (1980), LOS PEORES AÑOS DE NUESTRA VIDA (1994) o la exitosa EL OTRO LADO DE LA CAMA (2002)

De entre todos ellos,  destacan dos obras fundamentales, en las que  el madrileño  dio lo mejor de sí mismo. De un lado, LA VOZ DE SU AMO (2001), un notable thriller que, ambientado en el Bilbao de 1980,  supuso un cambio radical dentro de una trayectoria mucho más orientada por el lado de la comedia.

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A éste género pertenece la que, sin duda, es su obra más atractiva. Esa deliciosa película imperfecta que será siempre AMO TU CAMA RICA (1991), el título que dio a conocer al gran público a Ariadna Gil. Claro ejemplo,  dentro del que podríamos concretar el tipo de cine por el  que Martínez Lázaro ha ido encauzando sus preferencias creativas: la comedia romántica urbana.

A ella ha vuelto, tras esa enorme decepción que supuso la desangelada, maniquea y superficial  TRECE ROSAS (2007), su más que fallida incursión en el cine histórico  “guerracivilista”. Por desgracia, el retorno ha sido fiasco. LA MONTAÑA RUSA pone en evidencia una triste, inesperada desorientación,  que impide en todo momento que puedan hacerse entrever las dotes acreditadas.

La película se quiere indagación en un espacio tan clásico en divergencias  como es el del triangulo amoroso: la difícil geometría del amor, cuando un punto de encuentro no tiene claro qué línea escoger para iniciar el trazo paralelo.

En esta ocasión, tenemos a Lorenzo, Ada y Luis. Son tres antiguos compañeros de colegio. Un encuentro fortuito en un plató televisivo de los dos últimos hace posible el reencuentro de todos. Luis es el conductor de un exitoso “late-night” de televisión, Ada es la integrante de un reputado  cuarteto de cámara y Lorenzo malvive trabajando como “clown” en un sex-club nocturno del centro de Madrid.

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El film focaliza su interés narrativo en el personaje de Ada. Suya es la voz en off que narra la concatenación de los hechos. Éstos se inician en su infancia escolar y muy pronto corren a centrarse en un problemático punto G: Ada es una mujer con demasiado frío en el fogón. Su actividad sexual es un iterado tropiezo con una frustrante inapetencia, cuya más evidente consecuencia es su nulo éxito afectivo.

El reencuentro con Luis le azuza rápidamente el corazón. Ve en él al hombre de su vida. Sin embargo,  es Lorenzo quien le pone el fogón a fuego vivo. El film se centra en el discernimiento de esa afilada diatriba: decantarse por el mecánico que te sabe conducir  la vida o por el virtuoso jardinero que te  riega el jardín haciéndote sentir que en tu macetita ha brotado la flor del paraíso.  Ada no lo tendrá nada claro y optará por el camino que mas gusto le da su medio: engañar a Luis con Lorenzo.

El problema principal del film es que la duda no solo la tiene Ada, sino la película entera. Una vez el meollo central está planteado, LA MONTAÑA RUSA padece de una flagrante parálisis argumental. No existe en ella el menor atisbo de desarrollar un ágil entramado narrativo que  agilice, amplifique o hurgue  en ese picor existencial que constriñe al vértice femenino del triángulo.

De resultas, la narración se suspende, se ataja contra un inexpugnable callejón sin salida. Una cosa es que la película aborde la crisis de un personaje  estancado o confuso, y,  otra, que trate de acometerlo mediante un  burdo, plano y fláccidoestancamiento. Como si para rodar la escena cumbre de BUSCO PITO PARA EL FOGÓN QUE HABITO, a Lucía Lapiedra le contratan los servicios viriles de Jaime Peñafiel.

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La película adolece de seriedad en su escritura. El guion no es ligero: es directamente nulo, una flagrante abolición estructurativa en la que se confunde lo sencillo con lo desahogado. No hay más historia que el dilema uterino de Ada.

Causa no poca perplejidad lo conforme con el estado del gatillazo que se muestra Martínez Lázaro. El realizador no se esfuerza lo más mínimo por intentar sacarle algún posible beneficio a la pobreza del material de partida. Su puesta en escena está falta de brío, no hay atisbo de mala leche contemplativa, ni de ironía observadora: los personajes pasean vulgarmente la nítida torpeza simplificadora con la que están construidos.

LA MONTAÑA RUSA carece de estilo, de aliento y de capacidad de seducción. La frescura de los tiempos de AMO TU CAMA RICA ha dejado paso a una apabullante dejación de funciones. La indolencia del director hace que, más que a este propio referente, al espectador se le trate de remontar a los patrios tiempos peores de la comedia celtibérica reprimida, casposa, apestólica y “ozorada” de los años setenta.

La prueba más evidente de esta desgana es la poca gracia que, como comedia, tiene el conjunto. Que a estas alturas haya que recurrir a mamadas, cuernos y gemidos para intentar elevar el tono de la función no deja de ser frustrante, cuanto menos. Solucionar un engaño muy torpe con un encuentro fortuito más inhábil aún no hace sino abundar en la sosería pánfila generalizada.

En fin, una de Pajares y Esteso que quisiera ocultar con buenas dosis de aburrimiento que es como de Pajares y Esteso. O mejor, una “light” de Pajares y Esteso, pero sin Pajares ni Esteso y con menos bragas. En la comedia española, los tiempos sólo parecen avanzar en esa mengua del diseño de vestuario.

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