Pozos Ambicion Cartel

Título: There Will Be Blood

Año 2007

Duración 158 min.

País USA

Director Paul Thomas Anderson

Guión Paul Thomas Anderson (Novela: Upton Sinclair)

Música  Jonny Greenwood

Fotografía Robert Elswit

Reparto Daniel Day-Lewis, Paul Dano, Kevin J. O'Connor, Ciarán Hinds, Russell Harvard, Dillon Freasier, Sydney McCallister, David Willis, David Warshofsky, Colton Woodward, Colleen Foy

Productora Miramax Films / Paramount Pictures

Valoración 9

Durante la edición de la Berlinale 2008, quien esto escribe tuvo el privilegio de asistir al estreno mundial de este auténtico mazazo cinematográfico,  quedando de inmediato atrapado en la avasalladora ferocidad de la que sin duda se adivinaba como una de los platos fuertes de aquella edición.   El quinto film de Paul Thomas Anderson  había colmado la sala de cine mayúsculo, imperecedero.  La enorme pantalla del Berlinale Palast se había convertido en privilegiado espacio alumbrador de uno de esos trallazos artísticos por los que merece dejarse acribillar la mirada. 

Su contemplación había superado esa mera condición de película incluida en la Sección Oficial a concurso,  dentro de uno de los tres certámenes cinematográficos más importantes del planeta. POZOS DE AMBICIÓN, muy pronto lo dejó bien claro, excedía las lindes competitivas. Su particular excelencia no debería haber admitido el muchas veces injusto enjuiciamiento de un jurado siempre sometido a unos pertinaces vaivenes condicionantes. La película se juzgaba  ella sola. Se defendía con suficiencia mediante  su arrojada resolución.  El tiempo se ha encargado de  hacerla crecer hasta convertirla en un clásico del cine contemporáneo:  la justicia se hace tensa solidez cinematográfica en cada uno de los subyugantes planos con los que está cincelada a golpe de acero sabio y agresivo, a latigazo de bíblica incandescencia.

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POZOS DE AMBICIÓN ostenta hechuras de clasicismo sabio, cuajado, impecable, exigente, y también redescubierto. El autor de MAGNOLIA se zambulle de pleno en un cine de marcado carácter épico. Anderson, mediante un arranque sencillamente antológico,  se apresura a atrincherarse formalmente en una inusitada rudeza antigua,  que remite y reclama  la tosquedad compositiva de los documentos visuales de la época en la que va a ser enmarcada la historia. Los planos supuran la primitiva tosquedad de ese entonces rescatado con toda pertinencia, pues se nos va a hablar de un momento fundacional histórico importantísimo.

La película, en definitiva,  está andamiada con la ruda proximidad  que los primeros artesanos del cinematógrafo esculpieron con sus vetustos, únicos dispositivos técnicos. POZOS DE AMBICIÓN nos traslada a la Norteamérica de finales del siglo XIX, principios del siglo XX para hendirnos impíamente una epopeya de oscuro cariz legendario. El director reivindica esa perspectiva sucia y mítica dentro de la historia y en la manera de acecharla. Se tiene la impresión de que estamos contemplando una textura no vista, muy nueva, que debe estar a la altura del sediento contenido. Un trazado argumental deleitado en una mitificadora trascendencia, salvajemente colmada de una vileza impenetrable. 

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La película se instala con vigorosa brutalidad en ese terreno fértil y azaroso que es el periodo germinal de una forma de concebir el mundo. Nos damos de bruces con el origen, con el principio de los tiempos, con la vulnerabilidad que azota a lo que es ignoto. No ha de extrañarnos, pues, que el protagonista de este relato de marcada connotación individualista, rebelde y ególatra sea un visionario depredador fulgurado de soledad, un osado obsesivo bien seguro de su coraje y de su instinto depredador: un héroe pertinaz, destinado a enfangarse en el tesoro negro de su propia voracidad insaciable. 

La película nos narra la historia de un solitario minero instalado en el suroeste de aquel país: desde sus inicios humildísimos en un pozo excavado con sus propias manos hasta que lo vemos convertido en un poderoso magnate de la emergente industria petrolífera de la época. Anderson traza un impresionante recorrido biográfico que, poco a poco, a medida que avanza la desconfianza y la implacabilidad propias de un acaudalado sin escrúpulos, como es  el omnipresente Daniel Plainview generador del relato, concluye en la semblanza de una degradación manifiesta e irreparable.

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La primera (y sublime) escena, por un lado,  nos describe a la perfección el coraje, la pujanza, el nervio, la capacidad de sufrimiento acumulado  en el terco  comportamiento  del protagonista, y, por otro, nos define muy ajustadamente la impronta formal y estética con la que el realizador afronta la vastedad de su propósito. Anderson ofrece el arranque de su filme al poderío descomunal de Plainview. No hay un solo diálogo. Tampoco aparece ningún otro personaje en escena. Tenemos a un minero dentro de un pozo, picando con ansiedad dentro, en el fondo de esa concavidad estrecha y oscura. 

La agitación que trasmite su esfuerzo adusto, su respirar quejoso, su mugrienta extenuación adquieren fragor de lucha, inquietud de desafío. Daniel Plainview  queda perfilado por la intensidad de su comportamiento y también por el aislamiento que lo merodea. POZOS DE AMBICIÓN queda así perfilada como el relato de una voluntaria sepultación: la historia de un hombre condenado a no escapar jamás de ese pozo hondísimo y abrupto al que lo condena la sagacidad de su propia avaricia. Anderson se empeña obcecadamente en la plasmación del héroe y de su reverso cruel, de sus luces hegemónicas y de sus sombras miserables. El director “acaricia” a su protagonista con la misma inmisericordia que éste escupe a todo su leso alrededor. Lo excava por dentro cual si fuera su pozo hasta entregarnos el vacío que habita la negrura intransigente su alma.

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El creador de BOOGIE NIGHTS, decidido a no dejar de acorralar todas las aristas que le brinda la complejidad tan herrumbrosa, rotunda y pérfida de este portentoso personaje, hace acopio de una recia fortaleza narrativa que le permite no excluir ninguno de los turbios meandros que el relato habrá de ir bordeando. Anderson, vibrantemente,  se enloda  hasta el cuello  por él. Lo persigue por todos los pantanos en los que éste no deja de zambullirse. De ahí que no cese jamás de mancillar, de incomodar, de reventar la transparencia enunciadora que vehicula para lograr su propósito. 

El realizador se apropia, en apariencia, de la nitidez inherente al mudo clasicismo  del que parte, pero lo flagela porque no se somete ortodoxamente a  él: la hosca brutalidad del retrato que emerge de su figura principal –a la que no es ajena la monumental prestancia interpretativa que impone un sublime Daniel-Day Lewis-, la ambivalencia dialéctica, tramposa, rival que aporta el joven y afectado pastor religioso, la silenciosa relación afectiva que mantiene con su hijo, la sorprendente incorporación de unas osadísimas elipsis temporales,  y, sobre todo, la mediación de una puesta en escena en la que todos los espacios geográficos, externos o de interior, trascienden el mero encuadre espacial hacen de esta impresionante POZOS DE AMBICIÓN una obra que permite que caigamos rendidos ante el denso  atrevimiento de un cineasta ya imprescindible.

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