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Título original: Rebelle (War Witch)

Año: 2012

Duración: 90 min.

País: Canadá

Director: Kim Nguyen

Guión: Kim Nguyen

Música: 

Fotografía: Nicolas Bolduc

Reparto: Rachel Mwanza, Alain Lino Mic Eli Bastien, Serge Kanyinda, Mizinga Mwinga, Ralph Prosper, Jean Kabuya, Jupiter Bokondji, Starlette Mathata, Alex Herabo, Dole Malalou, Karim Bamaraki, Sephora Françoise, Jonathan Kombe, Marie Dilou, Gauna Gau

Productora: Item 7 / Shen Studio

Nota: 8.5

Ya desde sus orígenes, el cinematógrafo, en tanto que dispositivo que podía captar la realidad en movimiento, no se limitó a ser un mero artefacto al servicio de narraciones, experimentos y obsesiones artísticas engendradas por la mente de quien lo manejaba. Muy pronto, el apetito documental, la posibilidad de dar cuenta sobre espacios, culturas, problemáticas y acaecimientos contemporáneos a su utilización se convirtió en uno de los objetivos que un buen puñado de cineastas  (evidentemente el nombre de Robert J. Flaherty es el primero que cabe mencionar) se aprestó a concretar fílmicamente. 

El arte cinematográfico, con celeridad, a semejanza de las demás disciplinas artísticas, tomo consciencia de que su prodigio técnico podía estar al servicio de la denuncia, de la alerta, del combate contra las múltiples gangrenas que podrían la historia contemporánea. Pese a la apabullante inercia mercantilista que caracteriza al cine realizado en la actualidad, por fortuna, aún quedan realizadores que siguen empeñados en poner sus esfuerzos tras la cámara al servicio de ese afán revelador, combativo de la atrofia espectadora a la que esa obsesión burdamente comercial ha condenado a la contemplación de quien acude a la sala de cine.

REBELDE, cuarto film del joven cineasta nacido en Montreal,  Kim Nguyen,  nos asoma al epicentro del horror humano: el instinto maligno del hombre llevado hasta sus más repugnantes consecuencias. La guerra en el lado más feroz de su ya inherente e insana ignominia: grupos de mercenarios terroristas africanos capturando niños para sus tropas asesinas, huerfanos a la fuerza sometidos a la adicción del rifle. África como estercolero de la impiedad universal, como sumidero ignorado de atrocidades impropias del siglo XXI.

Nguyen tarda segundos en apercibir sobre  la fiereza que va a imponer a su propuesta. La secuencia de apertura del film es literalmente atroz, inhumana: sin más dilación que unas breves imágenes de la protagonista en las que vemos cómo le están haciendo unas trenzas, y mientras una voz en off exhorta una especie de confesión estimulatoria sobre un motivo de supervivencia, de súbito, se nos sitúa en pleno ataque de un grupo armado, que, a bordo de canoas de madera motorizadas, desde un río, irrumpe en la tranquila pobreza del pequeño poblado que se nos ha sido presentado. 

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Confusión, tiros, intentonas de huida, cuerpos abatidos, llantos por doquier, gritos ahogados en metralla, funesta impiedad indiscriminada… la joven a la que hemos observado en primer término es atrapada. Un tajante salto de plano, cuando la sensación de barbarie ya se ha apoderado del espectador,  asesta la más aterradora de las expectaciones:  la imagen nos la muestra a ella llorando, mientras el comandante de los cruentos asaltadores la sitúa frente a un sanguinario dilema: le da una metralleta y la obliga a matar a sus padres, amenazándola de que, si no lo hace ella así, lo hará él a golpe de machete. Ella se niega. Los padres se lo imploran. Entonces Komona, ése es su nombre, aprieta el gatillo.

Desde ahí en adelante, el severo posicionamiento del realizador canadiense no va a hacer sino ser la sombra de Komona en su obligatorio itinerario militar y homicida. La niña se plegará al mandato asesino de quienes la han capturado para hacer de ella una combatiente entrenada para luchar contra las tropas militares del país. Nguyen cuaja una hondísima radiografía de esa pureza adolescente masacrada por el secreto convencimiento de una supervivencia que habrá de ser lograda a cualquier precio. Komona acata, pues sabe que cualquier intento de escapada sería firmar su sentencia de muerte. Su existencia se verá envuelta en dos guerras bien distintas: la que le obligan sus mercenarios superiores y la que se impone ella misma para lograr salir de ese infierno. 

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La cámara se adhiere tanto a la joven africana que casi podríamos decir que se convierte en su aliento. La radiografía de su resistencia está encuadrada con un pulso que, febril, incandescente e intuitivo, arremete comunicado sanguíneamente con el sudor de la joven. 

Nguyen logra la proeza de capturar simultáneamente la encrucijada personal del personaje protagonista, de acecharla para que su itinerario, sus observaciones, sus posicionamientos, sus planes y sus acciones no dejen en ningún solo momento hacer olvidar que Komona es una niña por la que aún asoman los vestigios de un candor sagazmente intuitivo, y, al mismo tiempo, de dirimir un desolador informe de actualidad sobre lo que ocurre en esa parte del planeta a la que los noticiarios del llamado mundo civilizado no prestan atención.

El realizador halla un titánico cómplice en la impresionante dignidad con la que Raquel Mwanza resuelve el envite de incorporar a la indesmayable Komona. La joven intérprete revierte en el personaje la estirpe, el coraje, la sagacidad, el temple y el sibilino candor expectante que éste reclama. Su mirada se basta por sí sola para dictaminar las renuncias que le irán sobreviniendo. Aún dentro del espanto y la exposición a la barbarie, la sabiduría aportada por el imperioso trance de tener que decidir  irá encaminándola a la revelación del conocimiento y la autoconfianza  El dolor, la rabia y la pureza de todo un continente caminan con ella, de su mano, de su verbo, de sus convicciones sobrenaturales, de su capacidad para hacer que la vida se eleve por encima del exterminio caprichoso y silenciado al que parece condenada.

REBELDE es el frontal retrato de una valiente con causa,  sobreviviendo exhausta en los albañales del mundo. Cámara en mano, dejando que la luz, el miedo, los olores, la incertidumbre, las aguas, la pobreza y la palpable sabiduría ancestral que configuran el violentísimo enclave congoleño arrasen de verosimilitud nada tramposa todos y cada uno de los planos que componen su película, Kim Ngyen pergeña un film que escuece cual boca de rifle recién disparado a bocajarro. Cine heridamente real, libre de maniqueísmos, hondo y roedor como la cicatriz de un sable en la cara. A la verdad, a veces, no le queda otro camino más que dispararse.

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