Kanimambo 1

Título original: Kanimambo

Año: 2012

Duración: 100 min.

País: España

Director: Abdelatif Hwidar, Carla Subirana, Adán Aliaga

Guión: Abdelatif Hwidar, Carla Subirana, Adán Aliaga

Fotografía: Pere Pueyo, Federico Ribes

Productora: Eddie Saeta / Hispanocine PC

Nota: 7

Producida por ese imprescindible outsider empeñado en la elaboración de un cine formulador de una mirada nada pasiva frente a la narración audiovisual que es Luis Miñarro (Eddie Saeta: LAS CIUDADES DE SYLVIA, AITA, EL EXTRAÑO CASO DE ANGÉLICA, EL TORO AZUL), KANIMAMBO propone una serena, poliédrica, ajustada observación sobre la realidad del Mozambique actual.

Tres jóvenes realizadores de nuestro país son los encargados de imponer su personalidad capturativa, en una intentona de muy loable intención. Lo primero que cabe decir, tras ver el resultado, es que KANIMAMBO es un producto que por fortuna ofrece algo más que esa noble intencionalidad de partida: en ningún momento la película se deja llevar por la nobleza de su propósito, amparando bajo ésta una temible desidia escénica o  un tentador reduccionismo trillado o tramposo.

La película es una calmada y compleja acta notarial sobre el estado de las cosas que evidencia un confín africano, pobre, subdesarrollado y, sobre todo, recién salido de dos cruentos y largos conflictos civiles. Lo importante del film, como ha quedado ya expresado, es que en ningún momento se limita a dejarse llevar por el clásico esquema denunciativo, sino que permite una sugerente exhibición de la particularidad autoral de sus tres directores. El propósito no es el fin, sino el medio que permite al espectador disfrutar de tres modos de expresión trabajados, consecuentes y distintos.

En el primero de ellos, Abdelatif Hwidar nos presenta la historia de un niño cuyo padre evidencia claros síntomas de estar pasando un insoportable trago físico. El relato indaga en los esfuerzos del chaval y en un hecho puntual pasado que concierne al padre. Hwidar aprovecha muy bien la subjetividad febril que impone los recuerdos impuestos por el enfermo.

Su reflexión sobre el drama que significa la barbarie de una contienda bélica y sus candentes consecuencias es muy notable, pues está dirimida haciendo emplazar un esclarecedor simbolismo realista de la mano de una bala cargada de un atroz significado. Hwidar sabe hacer confluir con limpia efectividad la sinceridad de corte documental que propone el seguimiento al niño junto con las imágenes convocadas por el recuerdo y el malestar del adulto.

El segmento de Carla Subirana es el que exhibe una voluntad personalista más evidente. Su historia parte de un hecho autobiográfico: durante un viaje anterior a ese país, la realizadora hizo amistad con una ciudadana kanimambo-3mozambiqueña llamada Magdalena. De vuelta a casa, mediante una carta, ésta le confiesa que va a tener una hija y le va a poner su nombre. El relato de Subirana, físicamente, es el retorno de la propia realizadora en busca de estas dos mujeres.

Sin embargo, esta búsqueda muy pronto se antoja como el elemento desencadenante de un propósito superior: la exhibición intimista, confesional y decepcionada del propio pensamiento de la autora, de su postura personal ante el cúmulo de desencantos y malestares que su itinerario va procurando a su intentona.

Subirana impone un arriesgado acercamiento formal, en el que la voz en primera persona cercena cualquier posibilidad de solucionar el envite mediante un rancio naturalismo observativo. La búsqueda de Magdalena permite el hallazgo de otras muchas mujeres: del retrato prototípico que emerge del acercamiento a ellas surge la imagen sincera de aquella.kanimambo-2

Finalmente, Adán Aliaga brinda el segmento más clásico y, quizás, también más sensiblemente conmovedor. El autor de ESTIGMAS se aferra a una joven sordomuda para trazar una bonita historia de acercamiento afectivo, narrada apurando observativamente la carencia perceptiva dela protagonista. Aliagano muestra un ápice de condescendencia para con la tremenda circunstancia de ésta. La frágil, acuosa, triste mirada de la niña se alía con él.

La niña entra en relación con un viejo músico africano ciego. Se apresta a servirle de Lazarillo en sus idas y venidas a casa. La imposibilidad médica de solucionar la afección de aquella, de alguna manera, viene a significar ese mismo eterno estado de condena insoluble contra el que parece sentenciado el continente negro. La observación de la protagonista es muy serena y, al tiempo, acumuladora de no pocos afilamientos. El hermosísimo final pone la conclusión a un film prudente, certero, estimulante y cautamente esperanzador.

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