Hombre Mil Caras Poster

 

Título original:  El hombre de las mil caras

Año:  2016

Duración:  123 min.

País: España

Director: Alberto Rodríguez

Guión:  Alberto Rodríguez, Rafael Cobos (Libro: Manuel Cerdán)

Música:  Julio de la Rosa

Fotografía:  Alex Catalán

Reparto:  Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Emilio Gutiérrez Caba, Luis Callejo, Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc

Productora:  Zeta Cinema / Atresmedia Cine / Atípica Films / Sacromonte

Género:  Thriller de espionaje

Nota: 7.8

Tras el merecido éxito de LA ISLA MÍNIMA, Alberto Rodríguez tenía ante sí el dilema de la película posterior a un film de semejante repercusión artística y creativa. El film protagonizado por Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo resultó ser un auténtico trallazo fílmico, en el que quedaban confirmadas sus expertas cualidades para la narración cinematográfica, al tiempo que demostraba una inusitada sagacidad apropiativa al trasladar de modo tan fiero los imperativos del thriller norteamericano a la geografía, la singularidad, y las asfixias ambientales inherentes a la España del final de los años setenta, esto es, a los nerviosos tiempos  titilantes y opacos de la incipiente Transición.Hombre Mil Caras 2 LA ISLA MÍNIMA sudaba sur, salubridad, ecos tiranos de un pretérito demasiado inminente e infamias consentidas colectivamente.

Desde ese punto de vista, esto es, desde ese vértigo que supone dirimir un nuevo peldaño en la filmografía de un realizador que sabe que su nueva obra va a verse sometida a una ajusticiante comparación con el éxito mentado, para fortuna de quienes admiramos la implacable fortaleza relatora del autor de GRUPO 7, EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS viene a refrendar no sólo la absoluta solvencia que sigue dirimiendo para administrar esa virtud dentro de un proyecto aviesamente disímil al anterior, sino el instintivo afán de riesgo desde el que ha ido forjando su ya sólida trayectoria detrás de la cámara. Este nuevo trabajo es un modélico (y, por desgracia, escaso en nuestra timorata cinematografía) ejemplo de cine comprometido con la exigencia y con la ausencia de complejos.

Y hablamos de ausencia de complejos, puesto que las características de un film como EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS convierten a su puesta en pie en una empresa no apta para timoratos cumplidores con la factura ramplonamente expositiva. Al igual que en LA ISLA MÍNIMA, Rodríguez vuelve a imponer un ejercicio que nos traslada al pasado no muy lejano de nuestro país. Cuesta muy poco advertir que las cañerías y las turbiedades en las que se manejaba como inmune pez viejo en vertedero enlodazado el soberbio protagonista de aquella se antojan barro de cultivo de las abordadas en EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS: el poder establecido, perfilado como monstruo necesitado de sanguijuelas, de atajos sombríos, de venenos aliados, de balas en la recámara, de esbirros cumplidores con el ancestral imperativo de perseverar en beneficio de quien manda.

Sin embargo, a diferencia de LA ISLA MÍNIMA, ésta no ficciona una trama mediante la que acudir a un ambiente histórico reconocible, cierto y certificado para escrutarlo y someterlo a reflexión, sino que convoca a un conjunto de acontecimientos reales de sobra conocidos: ese nauseabundo estercolero de insensateces, delitos y abusos de ley en los que se zambulló de pleno los años finales de la etapa  socialista presidido por Felipe González.Hombre Mil Caras 3 EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS viene a proponer un estimulante acercamiento sobre una de las figura clave en asuntos como los GAL, el caso de los fondos reservados que salpicó de pleno a la cúpula del Ministerio de Interior, la lucha contra ETA, y, fundamentalmente, la fuga y posterior captura de Luis Roldán: nos referimos a Fancisco Paesa, el agente de servicios especiales fundamental en todo el abyecto galimatías, auténtico cerebro de toda una serie de operaciones urdidas al amparo del pútrido arsenal de oportunidades brindado por la cara oculta y despilfarradora de la ley.

Basada en un libro escrito por el periodista Manuel Cerdán (PAESA, EL ESPÍA DE LAS MIL CARAS), la película afronta con firme entereza el objetivo de aprovechar cinematográficamente toda la información volcada por Cerdán en su obra, apelando a los presupuestos más esenciales de thriller historicista, esto es, a ese que prima menos la acción, que la observación pormenorizada de la numerosa madeja de subtramas, vaivenes geográficos y líneas paralelas establecidas por el guión. A tal efecto, cabe decir que el trabajo de Rodríguez, a pesar de la dificultad que supone convocar a una serie de personajes reales tan de sobra conocidos, es más que notable.  EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS es un film severo, áspero, milimétrico, controlado con saña, desprovisto de alharacas y retóricas, densísimo, en el que por encima de todo prevalece la bestial capacidad del director para someter sin acartonar la suma complejidad de un relato tan trufado de giros, falsas apariencias y aconteceres sujetos a imprevisto envés.Hombre Mil Caras 4

La película, a la que  le pesa un exceso de pretensiones en el primer tercio (durante ese tramo se llega a temer el debacle del fracaso historicista local, de la superficialidad pseudotelevisiva), cabalga firme, intensa, turbia y demoledoramente eficaz a lomos de la brillantez escénica deparada por el creador de GRUPO 7. Nos hallamos ante su obra más en apariencia serena, porque el objetivo principal es rastrear, olfatear, escudriñar en los modos y maneras de un auténtico lince del engaño, de la trampa, del juego a varias bandas y del beneficio propio en metálico. Rodríguez se toma su tiempo para que el espectador, por un lado, no caiga en la desorientación consecuente a la lógica cantidad de información, datos y referencias expuestos, y, por otro, poco a poco, vaya haciéndose cargo de la magnitud farsesca impuesta por el magnífico personaje central, cosa que logra de forma asaz contundente, bribona y sagaz de la mano de la inconmensurable interpretación de Eduard Fernández, actor capaz del convencimiento, el disimulo, la puya, el sarcasmo, la credulidad y la urgencia en un solo gesto, sin inmutar el vitriólico, pasmoso pragmatismo de la apropiación que hace del personaje.

La película acierta plenamente a combinar con destreza el debido acatamiento a las premisas impuestas por la crónica periodística, junto a la sutileza deparada al retrato personal de los protagonistas. Así, por ejemplo, no queda más remedio que destacar el partido que se saca del acompañamiento dispensado por el personaje narrador de los hechos, Jesús Camoes, el amigo y vasallo fiel de Paesa (un certerísimo José Coronado), y, como, no de la relación del espía con Luis Roldán (intenso, vulnerable, inmenso Carlos Santos), la sucia joya escondida, pretendida y entregada. La cámara del realizador se interesa por las fisuras de todos ellos, por sus temores, por su trastienda, por el ronroneo de sus respectivos posicionamientos, por la fustigante implacabilidad de los intereses que les acechan. La lobreguez de la fotografía, la tensa disposición de la banda sonora, los vericuetos de un guión que les permite ser atisbados en sus fracasos domésticos, la importancia dada a los objetos (el cuadro, el mechero, los maletines, etc.)abundan en ello.

Sin ser tan redonda como LA ISLA MÍNIMA, no podemos por menos que saludar la entereza de un film como EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS: el cine español de los últimos 20 años ha sido muy cobarde con el aprovechamiento de la historia contemporánea en tanto que material de obligada investigación. Alberto Rodríguez ha demostrado una loable valentía a la hora de elegir esta temática. Por suerte, la magnitud de los hechos relatados no ha servido de coartada para la relajación. Seguramente, porque el sevillano no concibe su oficio desde ella.

 

 

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