Belfast 1

Título original: Belfast

Dirección: Kenneth Branagh

Guion: Kenneth Branagh

Música: Van Morrison

Fotografía: Haris Zambarloukos

Reparto: Jude Hill, Lewis McAskie, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds, Lara McDonnell, Gerard Horan, Turlough Convery, Sid Sagar, Josie Walker, Chris McCurry, Colin Morgan

Nota: 5.1

Comentario Crítico:

La infancia biográfica, reclamada como material argumental que sirve de soporte al guion de un film, ha dado lugar a no pocas incursiones cinematográficas. Son muchos los realizadores que han hecho del celuloide creado por ellos mismos una suerte de autobiografía audiovisual. Kenneth Branagh se une a esa nómina de creadores (Almodóvar y Sorrentino, los más recientes) que han saldado esa necesidad de convertir retazos de su propio pasado en film. BELFAST es la consecuencia de esta voluntad. El autor de TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS hurga en algunos de los episodios que más consternaron toda la época de su vida que, junto a su familia más directa, transcurrió en la convulsa capital norirlandesa desde su nacimiento.Belfast 3

El film arranca con un prólogo en el que van sucediéndose una serie de planos fijos dentro de los cuales aparecen encuadradas distintas localizaciones de la ciudad en la actualidad. Un color radiante, como de postal, como de folleto de viajes, como de spot publicitario, con la música de Van Morrison de fondo, define una observación netamente turística. De pronto, la cámara se detiene en un grafiti pintado en un muro. Un movimiento de ascenso permite al espectador ver qué sucede al otro lado.

Justo cuando el plano logra que sea atisbado un grupo de personas correteando tras esa pared delimitatoria, el director impone una decisión escénica que vira el sentido de lo visto hasta ese momento: el color da paso a un luminoso blanco y negro. El tiempo ha mutado. El muro separa cronologías. La del presente deja paso al pretérito. La cámara se inmiscuye cromática y narrativamente en un tiempo distinto al que acabamos de ser acompañados.

Una magnífica secuencia de apertura en ese tiempo al que hemos accedido define sin dilación el marco ambiental a través del cual el director/guionista quiere que el espectador conozca a los protagonistas y al conflicto, en teoría, central de su propuesta. Belfast 4La tranquilidad lúdica de una calle sita en una modesta barriada obrera de Belfast va a ser agredida de súbito. Dan comienzo los conflictos de violencia callejera de índole religiosa que azotaron la ciudad a finales de la década de los sesenta. Grupos de correligionarios protestantes atacan con saña las viviendas de la minoría católica que allí vive. La convivencia vecinal queda rota. Brannagh no amaga con esclarecer causas. Su intención es únicamente emplazar el suceso.

La secuencia, además de esta pronta contextualización, nos presenta al personaje central, a la mirada que va a servir de eje observador de todos los acontecimientos. Es la de un niño. Se llama Buddy, un chaval de unos ocho o nueve años, querido por todo su barrio, perteneciente a una familia protestante que en modo alguno comulga con la decisión intimidatoria de los coléricos asaltantes de la armonía convivencial de su calle. La presentación del chaval propone uno de los mejores (y escasos, digámoslo rápido) detalles simbólicos que el realizador es capaz de concretar escapando a una mostración visual mucho más enumerativa que interesada en trascender esa mera mostración de breves accionesBelfast 5

Buddy aparece en imagen mientras está jugando a cazar dragones imaginarios. Como enseres caballerescos, utiliza una espada de madera y, a modo de escudo bregador, una tapadera metálica de un cubo de basura que el blande cual si fuera un bravo luchador medieval. Su madre le está llamando para merendar. Los vecinos se lo hacen saber y él decide dejar su lucha para acatar el mandato materno. De regreso se verá envuelto en el primer tumulto violento desatado por sorpresa. Su madre corre a por él para sacarlo de su parálisis. Cuando lo alcanza, le quita la tapadera y la utiliza como escudo frente a las piedras que les están lanzando. La pelea fantasiosa ha virado a lucha frente a él. La tapadera real, siendo esgrimida con la función ficcionada, cumple con la misión salvadora en el plano de una realidad que ha despertado al niño de su fábula.

El principal problema del film es que se empeña muy pronto en limar todas las posibilidades abiertas en esta contundente secuencia. Brannagh en ningún momento sabe eludir el problemático escollo que plantea imponer un punto de vista infantil en calidad de núcleo observador de los conflictos acaecidos alrededor de tan sugestionable atalaya: caer en la complacencia simpática, anecdótica y edulcorada. El director se aferra a dos portentosos bastiones (la bellísima fotografía de Haris Zambarloukos y la entusiasta interpretación del pequeño Jude Hill) para esquilmar un tratamiento mucho más agrio, complejo y concentrado de las circunstancias histórico sociales presentadas en el arranque. La mirada del niño no vertebra una lírica combustionada, zaherida, llamada a ser descabalgada de su lógica, sino que es utilizada como argucia relatora dispersa y esperable, ansiosa de una cordialidad y un afecto exigidos con la sutilidad olvidada.

BELFAST apuesta por un preciosismo y por un pincelado de lugares comunes que traiciona la fiereza exigida por el marco espacio-temporal convocado en primer término. Ni la mediación de un guión a todas luces acomodado y académico, ni un trabajo tras la cámara de su director que solo muestra interés por no sortear la nítida corrección adecuada para ese material escrito, tienen interés en ahondar rabiosamente entre las aristas más esquinadas de la situación que arrolla a los personajes. La Historia cede su paso a una memoria demasiado selectiva. Branagh amaga con retornar a los buenos tiempos de su trayectoria pasada, para terminar ratificándose como el realizador inocuo y caprichoso que ha terminado siendo en el presente.

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