Título original: Sobre las nubes
Dirección: María Aparicio.
Guión: María Aparicio, Nicolás Abello y Emanuel Díaz
Fotografía: Santiago Sgarlatta
Duración: 146 minutos
Reparto: Malena León, Eva Bianco, Pablo Limarzi y Leandro García Ponzo
Comentario Crítico:
Sobre las nubes es el título de la película con la que María Aparicio ha conseguido el Premio Astor Piazzolla al Mejor Largometraje en la Competencia Argentina del 37º Festival Internacional de Mar del Plata. Se trata de la primera incursión en la ficción de la joven cineasta cordobesa, quien ya había sido premiada por su documental Las calles (2016).
El encanto de su segundo trabajo pasa por desacreditar ciertos tópicos del cine social: aquellos que obligan a remarcar lo denunciado en el centro de la estructura narrativa. Desde una mirada subjetiva, Sobre las nubes organiza su argumento entrecruzando la cotidianidad de cinco personajes que a priori no tienen más vínculo que el de sus deprimentes relaciones con el trabajo y el de su imbricación con un paisaje emocional común, la Córdoba natal de la directora.
Este guión seduce por la tonalidad literaria que lo caracteriza, que aísla cada relato en su especificidad de cuento a la vez que subsume a todos en un cauce narrativo compartido: una enfermera decide apuntarse a un taller de teatro que la desate de su rutina; un ingeniero en paro busca desesperadamente trabajo mientras cuida de su hija adolescente; una joven intercala varios trabajos precarizados a lo largo del metraje; un cocinero no goza de muy buena relación con su jefe y sus compañeros; y una chica recién contratada en una librería que participa en varios talleres de lectura de esta.
No podemos olvidar la ciudad, aquí presentada como una protagonista más y proyectada en sus dos caras: el escenario mismo en que se dan las formas contemporáneas de precarización laboral y, como contraparte, la posibilidad de hallar en los pequeños gestos una nueva manera de habitarla. La mirada de Aparicio evidencia esta cara y cruz del espacio urbano, donde el azar, los afectos y la ternura permean las condiciones de una existencia domeñada por la grisura del trabajo. Es en esta última donde el film se aventura a capturar la magia de lo ocasional, a rescatar resquicios de vitalidad y poner el foco en casualidades inadvertidas por los ritmos ordinarios. En ejemplos como la ilusión que provoca un eclipse o la estupefacción ante el canto operístico de una mujer en plena calle, el acierto de la película pasa justamente por transformar el acto efímero en oposición a la desidia del contexto y, así, revertir la imagen ciudad-trabajo sin sucumbir a poéticas romantizadoras.
La película funciona con una serie de ingredientes formales que se funden con esa mirada de lo pequeño, de lo cotidiano que eleva la realidad a un plano superior, el uso del blanco y negro, los rincones de la ciudad perfectamente medidos, la cámara tan cercana a unos personajes despojados de cualquier excentricidad y la armonía entre interpretaciones profesionales y noveles. Este abanico de elecciones da cuenta de la ternura del film y de las intenciones de una directora más cercana a la atmósfera tragicómica de Kaurismäki que a la grandilocuencia de clase del último Ken Loach, que antepone las empatías esperanzadoras de Noah Baumbach sobre la rabia nerviosa de Andrea Arnold. Borges se preguntaba si las nubes no eran más que una arquitectura del azar. Aparicio parece recoger esta metáfora arquitectónica para escudriñar los cimientos de la edificación.