Dirección: Walter Salles
Reparto: Fernanda Torres, Selton Mello, Valentina Herszage, Olívia Torres, Humberto Carrão.
Nota: 7
Tras el merecido reconocimiento que recibió mediante la emocionante y espinosa ESTACIÓN CENTRAL DE BRASIL, Walter Salles no ha logrado hacer un film que estuviera a la altura de la vidriosa severidad con la que resolvió ese film protagonizado por la gran Fernanda Montenegro, quien, en él, daba un magistral lección de pusilánime austeridad interpretativa. Ni en DIARIOS DE UNA MOTOCICLETA, ni en DARK WATER, ni en EN LA CARRETERA se apreciaba rastro alguno de la fecunda cautela exhibida en aquel. En estas tres obras, por contra, lo que exhibía es un parco academicismo, una epidérmica superficialidad, insuficientes para dotar de complejidad a la magnitud de unas empresas, por ello, finalmente fallidas. De modo inesperado, AÚN ESTOY AQUÍ devuelve al realizador brasileño al terreno de la frágil indagación comprensiva y denodada que tan grato resultado le dio en aquella obra de 1998.
Son muchos los films que han abordado la lacra histórica de las dictaduras y regímenes antidemocráticos padecidos en Latinoamérica durante las cuatro últimas décadas del siglo XX. Sin embargo, de entre todos ellos, son muy pocos los que se han centrado en los 21 años de gobierno militar que, desde 1964 hasta 1985, sufrió Brasil. AÚN SIGO AQUÍ se constituye como un más que digno intento de solventar esa carencia. Lo hace partiendo del secuestro a manos de esbirros del régimen cometido sobre la figura del, en aquel momento, ya exlegislador progresista Rubens Paiva. En enero de 1971, en la puerta de su casa, frente al mar, este fue obligado a abandonar su hogar y a meterse en un coche con unos militares vestidos de paisano. Ya nunca más fue visto con vida por su familia. Corrían los llamados "años de plomo". Su mujer y sus cinco hijos quedaron, desde ese momento, sumidos en la cotidiana tortura de su ominosa ausencia. El film toma la acertada decisión de inmiscuirse en tan abatido núcleo familiar.
El proyecto parte de una decisión que, vistos los resultados, se antoja fundamental, por cuanto obliga a Salles a definir una temperatura emocional distinta a la del previsible tono policial, carcelario, denunciativo de horrores, que suele imponer el thriller político canónico. El guion de la película parte del libro escrito por Marcelo Rubens Paiva, hijo del político desaparecido. Toda vez que durante varias décadas la familia no logró saber nada acerca del paradero del padre, el libro se centra en el peso de ese hueco familiar, haciendo recaer el protagonismo en la figura de la madre. Este desplazamiento dramático es aprovechado modélicamente por un Salles que se acerca a ella con la cautela, la piedad y la sutileza exigidas por las características de tan extraordinario personaje.
El film se aferra por completo al punto de vista angustiada y secretamente avasallado de la figura materna. Nos sitúa siempre ante la encrucijada de una mujer temerosa, consciente del peligro que la rodea, que decide reprimir el más mínimo gesto de desfallecimiento para que los interrogantes, la desinformación y los temores acerca del destino de su esposo no aumenten hasta la devastación el peso de la onda expansiva provocada por el encarcelamiento con luctuoso presagio de tortura impuesto para Rubens.
En este sentido, AÚN ESTOY AQUÍ escuece, sacude, causa un sigiloso escalofrío. La puesta en escena deparada por Salles tiene el acierto de acudir con fluidez y verosimilitud a la cadena de protecciones mutuas que Eunice logra urdir entre ella y sus hijos. Sin caer en el más mínimo gesto de manipulación edulcorante, la descripción de esa vida familiar de intramuros, siempre atisbada desde la mirada omnipresente, precavida y firme de Eunice sabe captar el inclemente rigor del temblor existencial al que todos, aún disimulando, le notan el susurro, la queja, la premonición de fatal desenlace. AÚN ESTOY AQUÍ afronta la historia con mayúsculas, poniendo el foco de atención en esa minúscula siempre alejada de la crónica oficial que es la historia de los salpicados sin dossier, de las víctimas no computadas, de los aledaños del titular obligados a la intrahistoria del llanto, la rabia y la amputación.
Con todo, la película no logra mantenerse incólume a una rémora achacable, quizás, al texto de partida, escrito, como ha quedado referido, por el hijo del político desaparecido: la concepción excesivamente armónica de todo el núcleo familiar. El celo por adentrarse en la fiereza impenetrable y vigilativa con la que Eunice hace frente a la terrible circunstancia sobrevenida menoscaba ese mismo tono tajante en lo que respecta a la relación entre sí del resto de personajes. Por eso cuando se decide abordar la lucha durante décadas de aquella por esclarecer la desaparición de Rubens, se opta por unos saltos temporales resueltos con una observación más superficial de lo que debiere.
De ahí que si el film mantiene a raya la clemente terquedad silente y aterrada que evita el mal de la simplificación buenista previsible sea porque al frente de Eunice se situa una inmensa Fernanda Torres. Sin ella AÚN SIGO AQUÍ no existiría. La soberbia actriz brasileña impone una avasalladora clase magistral de contención interpretativa. Contención vidriosa, sobrepasada, protectora, pertinaz, luctuosa, aguerrida y, sobre todo, emocionante. Mil y un matices de sutileza, perspicacia y estabilidad acuciada por el espanto, sin ni un solo atisbo ni de afectación ni de monolitismo gestual, son hechos palpitar por ese aplomo ajustadísimo con el que el film alcanza a suturar sus debilidades.