Un áspero ejercicio de cine negro griego decepciona
Comenzamos aquí la serie de artículos que los cronistas de Musiczine.es desplazados a la capital andaluza van a publicar para dar cuenta de lo que, entre una inabarcable e interesantísima oferta programada, van a poder visionar durante los días que dure, allí, su estancia. A modo de prólogo, simplemente con el listado de films convocados en la mano, cabe decir que afortunadamente el nivel de exigencia evidenciado el año pasado se mantiene firme: el manjar de proposiciones no puede ser calificada nada más que magnífico.
Además de las casi seguras citas con el descubrimiento de nuevos cineastas a quienes depararles seguimiento, de las apuestas por obras cinematográficas pergeñadas con consciencia claramente radical, outsider e investigativa, un evento cinematográfico que logra aunar, por ejemplo, las últimas obras de Roy Andersson, Alain Resnais, Manoel de Oliveira, Pascale Ferran, Jessica Hausner, Pedro Costa, Larry Clark, Andrey Zvyagintsev, Mike Leigh, Bernard Bonello, Frederick Wiseman, Pablo Llorca, Gonzalo García Pelayo, Céline Sciamma, Tony Gatlif, Lisandro Alonso o Ulrich Seidl merece el respeto cinéfilo más entregado. Como siempre que acudimos a una cita cinematográfica, optaremos por un análisis individualizado y detenido de los films que más hayan llamado nuestro interés y también, esperemos que sea los menos, por los que no hayan estado a la altura de las expectativas creadas.
LEVIATHAN, de Andrey Zvyagintsev
Nota: 8.5
El ruso Andrey Zvyagintsev vuelve a demostrar con LEVIATHAN que posee una de las miradas más imprescindibles del panorama cinematográfico contemporáneo europeo. El autor de EL REGRESO mantiene constante el grado de densidad expositiva con el que ha sabido forjar su inquebrantable filmografía: sigue apostando obcecada y lucidísimamente por escudriñar en la tortura de sus personajes, asaetándolos con esa característica e inmisericorde fuerza observativa mediante la cual encorseta, afila, carcome la fiereza ambiental del encuadre espacial dentro del que aquellos tratan de asimilar una asfixia, una inclemencia, una oreada destemplanza de alfileres tan acompasados como tóxicos.
En LEVIATHAN nos trasladamos a un recóndito paraje a orillas del mar de Barent. En una pequeña población que vive fundamentalmente de la industria pesquera vive Kolia, el propietario de un taller de reparación de automóviles. Kolia, junto a su segunda mujer y el hijo adolescente habido de un primer matrimonio, vive en una casa, sita en un bellísimo promontorio con espléndidas vistas de la omnipresente costa. Ese privilegio le acareará problemas, por cuanto el corrupto alcalde de la población está empeñado en hacer que la familia se vaya de allí para derrumbar la casa y disponer el terreno para unos secretos intereses suyos. Kolia no se amedranta y llama a un viejo amigo de juventud: un batallador abogado de Moscú junto al que no cesará de plantar batalla. La llegada de éste personaje, no obstante, acarreará una serie de tesituras que afectarán al orden familiar de Kolia.
Dentro de la obra del autor de ELENA, quizás sea LEVIATHAN una de las propuestas más complejas, pues quedan convocados en ella multitud de intereses de partida. Además de dirimir con prontitud esa contundencia vislumbrativa antes citada –el despejado, bravío, categórico paisaje prestado por la costa rusa se postra solícito a que el realizador succione con su habitual sugestión esa desazonante imponencia marítima-, el autor impone una doble indagación sociológica a su relato: una, la más evidente, que tiene que ver con el conflicto de choque de poderes (el que ejerce la autoridad sobrepasando la legalidad y el que ejerce el individuo que decido plantar cara a esa injusticia) sobre el que bascula el desarrollo argumental del film, esto es, la explicitación de ese estado corrupto que ansía la consecución de unos privilegios a disfrutar por los estamentos (político, policial y religioso) más poderosos del estado, y que, para ello, no duda en avasallar de cualquier forma a quien considera su impedimento para conseguirlo, pasando por encima de los preceptos básicos sobre lo que se asienta un estado moderno; y dos, el que más tarda en revelarse y el que, sin duda, termina por revelarse como el desconcertante, crudo meollo dramático del film: la somatización por parte del individuo de todos esos malestares superiores en forma de irresoluble acumulación de determinados vicios, inercias y comportamientos absolutamente nocivos para la propia ética personal.
LEVIATHAN, sin explicitaciones desaforadas, con el punzante mimo desolador propio de la aviesa mirada del cineasta, concluye dirimiendo una drástica decepción existencialista: los personajes que giran en torno al núcleo familiar de Kolia mimetizan su callada decepción vital contra ese paisaje lleno de gigantescos huesos de ballenas varadas en la orilla del mar: la colérica vastedad del paisaje marino humedece los restos de vidas pasadas de la misma forma que el mal bate sus olas contra la integridad del individuo. La constante presencia del alcohol, la incomunicación entre ellos, la represión de una libertad personal zaherida en silencio, la imposibilidad de un futuro distinto al soportado… Zvyagintsev o la absorta capacidad maestra para perfilar la degradación moral del hombre moderno mediante la calmada liturgia de un ingeniero de almas.
STRATOS, de Yannis Economides
Nota: 4
Plomiza sesión de grisura cinematográfica. No puede calificarse de otra forma esta exasperante muestra de laconismo, tiesura y falsa hondura reflexiva. STRATOS , de Yannis Economides, podría haberse conformado como una interesante variante del cine negro europeo, pero aborta muchas de sus posibilidades al empecinarse su realizador en una puesta en escena que reitera más de lo debido y tolerable una serie de parámetros estilísticos, todos ellos puestos en evidencia con demasiada premura. El film se ahoga en su propio caldo de cultivo austero, enjuto y pesimista.
El film pertenece a esa clase de obras en las que el personaje central participa en todas y cada una de las escenas. Un eje central todopoderoso, que condiciona el tipo de posicionamiento tras la cámara del director, pues ésta debe adaptarse a la demanda particular de ese elemento del todo insustituible, medular y, por lo tanto, condicionante. En esta ocasión se trata de Stratos, un personaje curioso, atractivo en principio, al que desafortunadamente se opta por encorsetar en sus ya de por sí impenetrables características.
Stratos es un maduro asesino a sueldo, poco hablador, parco de gestos, a quien no cesan de llegarle encargos por parte de un cliente que tarda bien poco en cumplir económicamente con el precio estipulado para los encargos. Stratos observa a su presa, espera el momento idóneo, descerraja los tiros necesarios ante la sorpresa de aquella y cobra por la solicitada defunción a bocajarro. Gracias a una conversación con el cliente, sabemos que Stratos vive obsesionado con la idea de devolverle el favor de salvarle la vida a un hombre que se halla preso en una cárcel y que le salvo la vida a él dentro de ella. El cliente le apercibe de que el hermano de éste no es ni mucho menos fiable: sabe que Stratos le pasa fuertes sumas de dinero para, presuntamente, llevar a buen puerto un plan para sacar al recluso del centro penitenciario.
Se nota sobremanera el intento por parte del director y su equipo artístico de imponer un film adscrito al género negro, pero sin someterse por completo a los protocolos exigidos por él, trazando una mirada sociológica sobre el paisaje físico y humano encuadrado (paisajes deshabitados, desguaces, carreteras mal asfaltadas, soledad de exteriores, cielos nublados, sensación de malestar oxidado) imponiendo una fisicidad nada estilizante, asumiendo ese silencio enjuto y avieso propio del “polard” francés, y, sobre todo, emplazando un personaje protagonista que camina sus pasos aferrado a un constante e incomunicado misterio. El problema de STRATOS es que estos loables presupuestos quedan convertidos en intención, no en atractivo cinematográfico concreto.
El realizador se empeña torpemente en abusar de la parquedad, el encierro y la circunspección con la que se despacha desde el principio al protagonista. Parece no interesar investigar en ella. Se abusa del rostro cariacontecido y lacónico de aquel, no por culpa del excelente actor que lo encarna, sino de la insistencia por parte de aquel en exponerlo constantemente a esa falta de ímpetu respondedor. La puesta en escena de Economides, además, hace bien poco por airear esa pesadez medular cediendo a una labor un tanto simple, repetitiva y, fundamentalmente, farragosa. El devenir argumental cede a un previsible mecanismo que, conforme avanza el metraje, deja de perder la intensidad de, por ejemplo, el primer asesinato en el autobús. Interesante de partida, por lo tanto, pero dolosamente plúmbea de resultados.