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Título: Argo

Año 2012

Duración 120 min.

País USA

Director Ben Affleck

Guión Chris Terrio

Música Alexandre Desplat

Fotografía Rodrigo Prieto

Reparto Ben Affleck, John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston, Taylor Schilling, Kyle Chandler, Victor Garber, Michael Cassidy, Clea DuVall, Rory Cochrane, Tate Donovan, Chris Messina, Adrienne Barbeau, Tom Lenk, Titus Welliver

Productora Warner Bros. Pictures / GK Films / Smoke House Pictures

Valoración 7.3

El actor estadounidense Ben Affleck está cuajando una trayectoria cinematográfica, cuyo interés resulta inversamente proporcional a su capacidad para la exhibición de un registro actoral competente.  Su tajante firmeza mostrativa en labores de dirección nada tiene que ver con la sosería impávida que caracteriza a su actitud expresiva frente a la cámara. 

Son ya tres las producciones que  conforman su periplo creador,  y, sin temor a equivocarnos, podemos  aseverar  que el famoso intérprete está cuajando una interesantísima trayectoria, en la que está acreditando  unas aptitudes narrativas notabilísimas. Semejante alarde de solvencia  ya lo ha hecho merecedor de una privilegiada estima crítica, que lo ha situado valorativamente muy por encima de otros veteranos compañeros de profesión de su país. Pese a que ninguna de las dos ha logrado la hondura de ADIÓS, PEQUEÑA, ADIÓS, causa no poca satisfacción comprobar cómo THE TOWN (CIUDAD DE LADRONES) y la presente ARGO no han contribuido a menoscabar la expectativas que originó su extraordinario debut.  

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Éstas dos últimas son inferiores a aquella magnífica incursión en el cine negro, pero siguen exhibiendo capacidad cinematográfica lo suficientemente sólida como para considerarlas de forma positiva y, sobre todo, para augurarle a su director futuras citas con la brillantez absoluta. Sus dos obras más recientes certifican que éste se muestra como un profesional capaz de apurar al máximo el material escrito que se le presta. Insistimos, THE TOWN y ARGO son más pequeñas que ADIÓS, PEQUEÑA, ADIÓS, pero ambas están llevadas al límite de lo que pueden prestar. 

Centrándonos ya en ARGO, lo primero que cabe destacar en ella es la sencilla firmeza con la que está solventada la difícil papeleta de su estructuración.  Pese a su consciente transparencia narrativa y la en apariencia fácil apuesta al thriller político de acción, ARGO esconde una apreciable amalgama de intereses pugnando por definir el relato. En su configuración encontramos elementos pertenecientes al género histórico, al político, al de acción y a la comedia irónica. La calmada intensidad con la que Affleck acomete la tarea de yuxtaponerlos todos ello provoca que el  resultado total no vea menguada su eficacia. 

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Año 1979, Teherán. Recién depuesto de su cargo el Sah de Irán, Mohammad Reza Pahlevi, el Ayatolá  Jomeini toma el poder de aquel país. Con la excusa de una urgente intervención quirúrgica, el gobierno de los Estados Unidos permite la estancia en Nueva York  del mandatario recién derrocado. Este hecho contraría enormemente al líder chiita, que el 1 de noviembre de ese año, como represalia,  llama a su pueblo a que se movilice contra intereses estadounidenses. Esta arenga motiva que tres días más tarde un grupo de manifestantes exaltados asalte la embajada norteamericana de la capital iraní. Dio comienzo la denominada “Crisis de los rehenes” que duró más de 400 días. 

ARGO narra unos hechos adyacentes que han sido dados a conocer hace muy poco tiempo. En los primeros momentos del asalto, seis empleados de la embajada lograron escapar del edificio oficial y esconderse en el domicilio del embajador canadiense. El film de Affleck se centra básicamente en el problema que esto originó a los servicios secretos estadounidenses,  y de la gestación y el posterior cumplimiento de un arriesgado plan que urdió un especialista en rescates de la CIA.

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El film se abre mediante una efectiva secuencia prólogo en la que se dan las coordenadas históricas que enmarcan los hechos que van a ser narrados. A continuación, Affleck,  de forma certera y ajustada, descerraja una formidable segunda larga secuencia que visualiza el asalto de la exaltada muchedumbre iraní. Gracias a ella, el realizador logra de forma inmediata sumergir al espectador en el caldeado ambiente que se cuajó dentro y fuera de la embajada. Las imágenes que la componen imponen una veracidad quasidocumental al cúmulo de aconteceres expuestos. El realizador denota una asombrosa capacidad para la recreación histórica de espacios, acciones, personajes –excelente labor de vestuario y peluquería-  y ambientes. La reconstrucción de todos ellos es minuciosa, tensa, útil, impecable.

Lo más interesante de ARGO, con todo, no es la poderosa descripción de los hechos históricos relatados, ni la precisa puya crítica vertida hacia la política exterior de su país que yace inoculada en ella. El guión del film propone una curiosa pirueta argumental que hace que la narración de los hechos vinculados al suceso histórico central quede en un segundo plano, ensombrecida por la gratificante aportación de una jugosa curiosidad tan verídica como poco inocente. Un desvío narrativo que libera de presión a la ilación de manejos en la oscuridad, insuflando una afilada mordacidad a la seriedad concretada hasta ese momento.

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El  estrambótico plan urdido por Tony Méndez (un abruptamente soso e inexpresivo Ben Affleck, con mucho, lo peor de la función) conlleva la mediación de un par de profesionales de Hollywood, pues la idea del especialista en rescates es fingir la búsqueda de exteriores en Irán  para el rodaje una megaproducción hollywoodiense con la intención de  hacer pasar a los seis ocultados por miembros del equipo de ese proyecto. Los personajes incorporados de forma absolutamente astuta y gozosa por John Goodman y Alan Arkin hacen  que el film, de un lado, integre una formidable crítica a los estamentos ejecutivos de la industria cinematográfica y, de otro, dirima una curiosa digresión sobre la mentira como hecho inherente a la creación cinematográfica. Sobre la apariencia de verosimilitud como coartada válida para que aquella sea capaz de imponer una inusitada convicción. El film no narra en el fondo más que la verdad de una fabulosa mentira.

Resuelta de una forma pasmosamente artesanal, evitando que la tensión del film gravite en torno a espectaculares escenas de acción, y logrando que ésta venga generada por el apuramiento del cerco a la angustia generada en los personajes por lo insólito de la situación a solventar –la secuencia en el bazar de Teheran y la magnífica del aeropuerto-, ARGO resulta una cinta muy estimable que, no nos cansamos de remarcarlo, contribuye a que estemos deseando con todas nuestras fuerzas que los contratos que tiene  firmados como actor se los pase a su hermano Casey, para que se deje de castigarnos con su rocosa nadería gestual, y para que se dedique por completo a pensar en el cine que es capaz de hacer detrás de la cámara. Está llamado a convertirse en uno de los grandes.

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