Título original: Batman v. Superman: Dawn of Justice
Año: 2016
Duración: 153 min.
País: Estados Unidos
Director: Zack Snyder
Guión: David S. Goyer, Chris Terrio (Historia: David S. Goyer, Zack Snyder)
Música: Hans Zimmer, Junkie XL
Fotografía: Larry Fong
Reparto: Ben Affleck, Henry Cavill, Amy Adams, Jesse Eisenberg, Gal Gadot, Diane Lane, Laurence Fishburne, Jeremy Irons, Holly Hunter, Scoot McNairy, Callan Mulvey, Tao Okamoto, Brandon Spink, Lauren Cohan, Michael Shannon, Hugh Maguire, Jason Momoa, Ezra Miller, Ray Fisher
Productora: Warner Bros. Pictures / DC Entertainment / Dune Entertainment
Nota: 0
Sí, uno sabe que no es lo más propio, pero le resulta imposible no empezar este análisis sin exclamar la siguiente rogativa: “ Zack Snyder, qué lástima de palomita no se comió King Kong con tu cráneo… Por tus muertos, déjalo ya. Por los esqueletos de Gotham City, vete a tocarle las cuerdas vocales a Correcaminos a ver si, de una pedrada, te entierran junto al Coyote. Métete a dinamitador de canteras, que es para lo único que vales, bestia de la roca.” Y es que esta grosera BATMAN v. SUPERMAN: EL AMANECER DE LA JUSTICIA viene a confirmar con vomitivas creces lo que ya sabíamos: al autor de 300 hace ya mucho tiempo que no se le espera en la estación de la cordura cinematográfica. Lo suyo es la aparatosidad de la nada, la desmesura del ruido con la nuez pidiendo exilio, el esplendor de lo inútil convertido en impotencia abarrotada, la ley del “y yo más” como único esfuerzo mediante el que quedarte en lo ínfimo.
Tras decepcionar con la anodina EL HOMBRE DE ACERO, da la impresión de que lo que ha querido es quitarse la espina de esa abulia, deparando para esta acumulación de insensateces por doquier un auténtico festival de la fanfarria que, de alguna forma, viniere a contrarrestar la mojigatería insustancial de aquella. El resultado, obviamente, es un despropósito, por cuanto, si en EL HOMBRE DE ACERO se pecaba por defecto (esto es, reprimiendo sus charangueros instintos contra una supuesta dramatización del héroe, que no era sino puerilidad aburrida de primera magnitud), BATMAN v. SUPERMAN: EL AMANECER DE LA JUSTICIA fracasa por el exceso de una mastodóntica acumulación de diversos intereses narrativos, resuelta sin el más mínimo afán controlativo, que, por ello mismo, se inmola proponiéndose como una caótica bravuconería absolutamente infecunda, desnortada e insultante.
Nada funciona en esta caprichosa ceremonia de descréditos que, hay que reconocerlo, comienza haciendo prever una cierta y jugosa coherencia, arrancando con una notable secuencia de apertura que nos presenta a un desesperado Bruce Wayne sumido en el caos destructor sembrado por Superman en el desenlace de la anterior. Se nos ofrece el contraplano dramático de aquel combate: las víctimas inocentes de esa furiosa contienda dirimida en el cielo de la urbe, los ciudadanos siendo sacrificados con brutalidad bajo la debacle de los grandes edificios sin evacuar, la mirada de Wayne culpabilizando al superhéroe de ese despropósito.
Con todo, el ansia de módica trascendencia asoma con el cacareado recuerdo a los atentados del 11-S: comenzamos, enseguida, a temernos el peor de los sermones sociologizadores; en concreto, ese nocivo afán de relectura contemporaneizante que hundió de forma cruel a la que debió haber sido una de las cumbres del género, el cierre de la trilogía Batman de Nolan. La sombra de la apropiación dolorida, oscura, angustiada del superhéroe que el director de INTERSTELLAR concretó en las dos primeras entregas comienza a ser demasiado alargada. Snyder, aunque lo pretenda, no es Nolan. Vamos, lo que un cd de Kiko Rivera a una novela de García Márquez. Y, claro está, su intentona, en lugar de turbia, le sale dantescamente calva, grasosa y haragana, por cuanto no sabe centrarse en ese objetivo sino que se complica la vida trufando al film de exigencias. La suma de pretensiones se torna avaricia caprichosa, descaradamente comercial.
BATMAN v. SUPERMAN: EL AMANECER DE LA JUSTICIA se quiere, ya lo hemos dicho, vindicación enjuta de lo ya exprimido en la decepcionante EL CABALLERO OSCURO: LA LEYENDA RENACE. Pero, además, jamás se empeña en ocultar el postularse como primera entrega de una nueva saga de films. No sólo eso, se quiere complejizar sirviendo de presentación acelerada de los protagonistas de la futura LIGA DE LA JUSTICIA. De resultas, claro está, el epicentro presumible a su existencia pronto queda desatendido, convertido en ramplonería repudiada, en menosprecio flagrante: el planteamiento iniciático de emplazar en un mismo entramado argumental a dos figuras del calado de Batman y Superman se diluye en medio de tan atiborrado (e inútil) conflicto de intereses.
El film es un continuo traspiés: la obcecación en concatenar ingredientes sin ton ni son, amontonados, esparcidos, se antoja asaz indigesta y la sabiduría escénica de Snyder no es ni mucho menos la indicada para servir de omeoprazol. Por un lado, tanto el retrato de los perfiles de los dos personajes principales como la excusa narrativa que los entrelaza no pueden ser más pacatos ni, además, venir emplazados con tan nimia consistencia: no se avanza ni se profundiza en la excusa de partida propugnada por el conflicto generado por la animadversión que Batman siente por Superman, contemplada la fatalidad de las consecuencias de sus acciones. El machacante tonillo aleccionador sobre los valores de respeto a los pilares fundamentales de toda democracia no se postula sino como coartada altisonante para una hipotética profundidad, que, claro está, no supera nunca la mera condición de seriedad convertida en raquítico parapeto.
Por otro, al empeñarse en ir intercalando la aparición de personajes como Wonder Woman, sin renegar a convocar a toda la ristra de los secundarios que acompañan a Kent y a Wayne (Lois Lane, Martha Kent, Perry White, Alfred), ocurre que ninguno de ellos impone la necesidad de su aparición, quedan reducidos a mera exigencia industrial (lo de Cyborg, Aquaman y Flash sólo cabe tildarlo de antología de lcalzador) y, por lo tanto, incapacitados a resultar otra cosa distinta que obligación incriminada, rémora, peaje, fleco consabido, deshilachado disperso. Sólo la entereza de Holly Hunter consigue extraer un atisbo de credibilidad entre tanta pieza condenada a este lujoso desguace desmedido, fanfarrioso, que se quiere descomunal y se concreta en chirriante óxido de metalurgia varada.
Capítulo aparte exijen las aportaciones de los tres actores principales. Ben Affleck hace un eminente ejercicio de interpretación mandibular. La rocosa angulación de su osamenta facial inferior se le apodera del rostro de tal forma que nos enteramos de que no lleva la máscara puesta hasta que echa mano de ella. La monogestualidad elevada a categoría de piedra pómez enfadada. Henry Cavill, por su parte, eleva la monogestualidad a categoría parquet de oficina recién pasado de mopa. Lo suyo no es una interpretación, sino el algodón limpio de Mr. Proper. Mención especial, con todo, merece el trabajo de Jesse Eisenberg: su execrable conjunto de muecas, mohines, tics, aspavientos y desquicios elevan a categoría de gloria bendita la mutua monogestualidad de Affleck y Cavill. No sabemos si está interpretando o haciéndose un esguince en el careto.
En resumidas cuentas, un espanto de dimensiones exageradas, desparramadas, aburridas, que, encima, despreciando las aportaciones irónicas de productos como GUARDIANES DE LA GALAXIA O DEADPOOL, no se molesta en tolerar un mínimo afán autoparódico que aliviara al espectador de esta morrocotuda barbarie. Y es que, para colmo de males, Snyder va de serio, de profundo, de oscuro y de todopudiente. La grandilocuencia es mucha y muy pocos los elegidos para mitigarla. Desde luego, el abyecto director de SUCKER PUNCH no milita en el bando de esos ungidos.