Título original: The Last Duel
Dirección: Ridley Scott
Guion: Ben Affleck, Matt Damon, Nicole Holofcener. Libro: Eric Jager
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: Dariusz Wolski
Reparto: Matt Damon, Adam Driver, Jodie Comer, Ben Affleck, Harriet Walter, Nathaniel Parker, Marton Csokas, Sam Hazeldine, Michael McElhatton, Zeljko Ivanek, Alex Lawther, Clive Russell, William Houston
Nota: 1.2
Comentario Crítico:
Hay oportunismos que sacan a la luz el dudoso plumero de quien los enarbola con descaro y aspaviento exagerado. Si de algo ha dado muestras Ridley Scott a lo largo de su dilatadísima trayectoria es de que no concibe otra sutilidad que no sea la del mamporrero, la de quien no va a confesarse si no es por megafonía, la del exhibicionista en procesión. Autor de pedradas cinematográficas tan dignas de arrepentimiento como LEGEND, 1492: LA CONQUISTA DEL PARAÍSO, TORMENTA BLANCA, BLACK HAWK DERRIBADO, GLADIATOR, LA TENIENTE O´NEIL, ROBIN HOOD o EL CONSEJERO, el creador de BLADE RUNNER decide aportar su saquito de arena (un grano es poco para él) al por fin imparable resurgir del movimiento feminista en nuestros días.
EL ÚLTIMO DUELO es su particular proclama a propósito de lo necesario de esa lucha. Con ella trata de alumbrar al público del presente sobre la barbarie consentida e institucionalizada que la mujer en la Edad Media debía acatar, sin derecho alguno a poder siquiera confesar el trato vejatorio continuado al que era sometida. Evidentemente, nada tenemos en contra de narraciones que propugnen lecturas contemporaneizantes sobre los hechos históricos escogidos, esto es, de convertir el pasado en trasunto y espejo analítico de problemáticas que nos conciernen en la actualidad.
Además de los dudoso, por facilón, de la pertinencia de abordar el tema del maltrato y el sometimiento femenino trasladado a una época en la que este era inherente a la mera condición de existir y no nacer varón, el problema del posicionamiento expuesto aquí por Scott y sus tres guionistas es que no se molesta un ápice en posibilitar que ese mensaje actualizador sea asumido por el espectador de modo reflexivo, matizado, producto de una fecunda y surtida acumulación de argumentaciones motivadoras de ese planteamiento emplazador.
EL ÚLTIMO DUELO, en las antípodas de esa inexcusable pluralidad, de esa obligatoria discreción exhortativa, opta por la unidireccionalidad, por el prohibido salirse del paso impuesto, por esa socavante arrogancia que impele a todo discurso artístico ofrendado con la intención al descubierto. Ridley Scott ha sido siempre muy de camuflar sus propósitos con pelota picada.
Basada en hechos reales, el film nos traslada hasta la Francia del siglo XIV para tratar de abordar un análisis pormenorizado y polifónico sobre un hecho que aconteció en París el 29 de diciembre de 1386. Ese día cientos de parisinos y vecinos allegados de regiones aledañas fueron testigos del último juicio por combate de la historia de ese país: acusador y acusado debían acatar la sentencia consecuente a la victoria de un combate a muerte entre ambos. El vencedor ganaba el litigio porque Dios así lo había requerido. El derrotado perdía el juicio y la vida. Ese día se enfrentaban el caballero Jean de Carrouges, un caballero militar normando, y Jaques Le Gris, un escudero, antiguo compañero suyo de batallas. El primero acusaba al segundo de haber violado a Marguerite, su esposa, aprovechando que esta se hallaba sola en su castillo.
La particularidad mediante la que el film pretende deparar una detallada complejidad al relato de estos hechos la faculta la estructura narrativa escogida para la ocasión. No nos enfrentamos a un repaso lineal de lo acontecido, sino que partiendo de la idea de que nos hallamos frente a un juicio (la primera escena describe los preparativos y el inicio del primer lance), al espectador le son ofrecidas las versiones de los tres implicados en él. Así pues, la película se divide en tres segmentos. Cada uno de ellos está protagonizado por la voz que lo gestiona. Evidentemente los hechos deberían haber sido sometidos a no pocas variaciones, pues el punto de vista que impele la versión es distinto y está condicionado por la necesidad más que perentoria de hacer valer la verdad de su exposición.
El recuerdo del RASHOMON de Akira Kurosawa se antoja ineludible. Por supuesto, para desgracia de Scott, que más que al autor de RAN lo que parece vindicar es un panegírico a la moviola televisiva. Si en la obra maestra del maestro japonés, la polifonía de voces implicadas en el hecho central narrado aportaba una aguerrida y cruenta complejidad dramática y escénica al avance del entramado argumental, en EL ÚLTIMO DUELO tal búsqueda de recovecos enriquecedores de la trama queda reducida a plana reiteración, a estancada redundancia, a variación insustancial y previsible. El cambio de punto de vista no ocasiona tensión reveladora alguna, no recompone ni convulsiona el enigma principal, sino que abunda argumentación esperable y, por lo tanto, improductiva.
Esto es así, porque el film nace con la sentencia hecha. Todo él cabalga a lomos de un maniqueísmo de bochornosa condescendencia que nada se atreve a promover para desmarcarse del monolitismo unidireccional diseñado. El material escrito (principalmente las dos primeras partes) comete la torpeza de reiterar acontecimientos sin que las leves matizaciones entre ambas se contradigan entre sí para provocar un suspense y una angustia que lo hagan elevarse por encima de la mera exposición de detalles sabidos. La presunta complejidad del soporte narrativo a tres voces queda convertida en pensamiento único recalcado. El vergonzoso inserto (“la verdad”) mediante el que da comienzo el tercer relato da muestras de la tosca prevaricación desde la que está concebido el entuerto a tres bandas no paralelas.
Si a todo ello añadimos que Ridley Scott vuelve a demostrar que los relatos medievales no son harina de su costal, tal y como le pasó en aquel engrudo recocido y horneado con cerillas mojadas llamado EL REINO DE LOS CIELOS, podemos convenir, pues, que el gozo se torna precocinado y con olor a románico descompuesto. Los castillos le sientan al creador de ALIEN, EL 8º PASAJERO, como a un dragón un chute de extintores.
A excepción del combate final, que, sí, esta escenificado con la garra, el encono y la brutalidad necesarios, la puesta en escena, acaso abonada en exceso al magnetismo invernal de un diseño de producción de paisajes de fondo asaz lucidor, sucumbe a una vulgaridad rayana en lo grotesco cuando, por ejemplo, son encuadradas las escenas sexuales: que uno no sabe si es Matt Damon el macho copulador o es el Andrés Pajares de EL LIGUERO MÁGICO. Toca esperar a LA CASA GUCCI a ver si Ridley Scott da respiro a su predilección por los potros de tortura. Como tal, EL ÚLTIMO DUELO es modélico.