Título Original Chico y Rita
Año 2010
Duración 94 min.
País España
Director Fernando Trueba, Javier Mariscal
Guión Fernando Trueba, Ignacio Martínez de Pisón
Música Bebo Valdés
Fotografía Animación
Reparto Animación
Productora Isle of Man Film / CinemaNX / Fernando Trueba Producciones Cinematográficas S.A. / Magic Light Pictures
Valoración 6
Tras la decepcionante El Baile de la Victoria, Fernando Trueba nos plantea una auténtica aventura cinematográfica, que pone de manifiesto un evidente paréntesis artístico con respecto a su veterana trayectoria cinematográfica. Chico y Rita es un film de animación. El realizador da un giro formal de trescientos ochenta grados, lanzándose en gustosa tromba sobre la facturación de un producto que ha costado más de seis años en concluirse. Trueba deja de lado, por el momento, el cine rodado con actores de carne y hueso para concretar una obra en la que, por el contrario, sí se atreve a modelar una peripecia narrativa inyectada desbordantemente de uno de sus más acreditados apasionamientos personales: el universo cálido, melódico, erizante y carnal, insondablemente armonizado con tersa intencionalidad, de esa apoteosis de lo subyugante que es el jazz latino; en concreto, el jazz cultivado en la Cuba inmediatamente anterior a la llegada del castrismo al poder.
El primer dato curioso que cabe resaltar de este curioso experimento es la co-autoridad del mismo. Trueba no ha estado solo a los mandos de la confección de Chico y Rita. Ha contado con la ayuda inestimable de Javier Mariscal, el famoso diseñador gráfico e industrial valenciano, al que el mundo del cómic no es, en absoluto, nadaajeno. El propósito declarado de ambos es emplazar mediante un largometraje de dibujos animados una sentida declaración de amor a la cuna del antes citado género musical: esa fascinante urbe hondamente herida y querible que es La Habana. Para ello han confeccionado un menú en el que se amalgaman las preferencias sentimentales y artísticas de ambos. El vistoso resultado final resulta tan encantador como desequilibrado.
Uno de los análisis posibles que podría surgir tras la contemplación de un film de estas características sería el resultante de una disección a tres bandas: una abordaría el material perfilado en el guión escrito; otra incidiría en el diseño privilegiado para la puesta en escena y, finalmente, la última debiere hacer mención al apartado musical. De una forma impertinentemente ostensible, la insatisfacción generada en la primera de ellas evita que hablemos de Chico y Rita calificándola de sobresaliente. La escritura que sostiene al film es mucho más que mejorable. La superficialidad narrativa sobre la que cabalgan los distintos episodios descritos se pelea con la exquisitez cromática y musical que la sustancia admirablemente.
Chico y Rita está construida con hechuras de tórrido bolero arañadamente amoroso. Podríamos decir de ella que es “la historia de un amor como no hay otro igual”, la historia de los afectos, besados, rotos y eternos, caldeados al son de la existencia de Chico, un pianista de La Habana, y Rita, una cantante de orquesta que lo enamora cantándole “Bésame mucho”. Básicamente, sucede que el seguimiento a los vaivenes afectivos de la pareja protagonista acaban resultando el elemento más pobre de su configuración global. Se podría decir, incluso, que termina resultando prescindible, pues la suma de posibilidades apuntadas en el relato son muchísimo más jugosas que la baza esencial relatada. La suma de episodios que la va hilvanando está impuesta con una ligereza casual y tópica, como de fotonovelón de manual, que riñe constantemente con el genuino despliegue escénico creado para la ocasión. Da la impresión de que la idea de mecer la trama arrimando su devenir a la escueta liviandad estructurante de una canción se le vuelve en su contra. Lo que hubiera sido válido para un cortometraje, resulta nocivo, por agotado, para un ejercicio de más duración.
Porque, hecha esta, por desgracia, no pequeña salvedad, Chico y Rita sí que resulta gratificante como experiencia estética y musical. Se nota que está mimada por la voluntad de dos seducidos por la geografía, sentimental y física, evocada. La recreación gráfica pincelada por la desenvuelta, exuberante, febril mano dibujadora de Javier Mariscal es notabilísima. La bidimensionalidad con la que están definidas en pantalla las figuras en pantalla presta un delicioso encanto de viñeta en movimiento. El artista se emplea a fondo, sobre todo, en la recreación arquitectónica de las dos grandes urbes por las que transita la historia: La Habana y el Nueva York de la época lucen entusiastamente genuinas y agitadas, ajustándose con desenvuelta comodidad a la ansiosa búsqueda melódica que da origen al proyecto.
La gran película que no es Chico y Rita hay que disfrutarla en la formidable intrahistoria musical que guarece bajo la plana pericia argumental que la hace avanzar. Ésta impide que el alcance de su aportación sea redondo, porque la exhibición de conocimiento que Trueba dirime es tan sugestiva como placentera. La reivindicación de la importancia de los músicos cubanos llegados a Nueva York a finales de la década de los años cuarenta, el asombro de los consagrados genios jazzísticos ante la riqueza de su aportación, o la caída en desgracia de los cultivadores de este género dentro de Cuba una vez Fidel Castro ha llegado al poder, son aspectos que dan una idea de lo que el film podría haber llegado a ser de haber apostado por el desarrollo de estas atractivos destellos investigativos.
Irregular y válida, Chico y Rita, por fortuna, no reniega jamás del cariño con el que está susurrada. La chispeante remembranza de unos tiempos ya perdidos urde toda una afligida declaración de principios, a la que ponen son, alma, nostalgia y llanto el portento de unas voces sencillamente estremecedoras. Lo dicho, una pena que el compás de este férvidobolero lo marquen dos enamorados que no lo merecen, pero, escucharlo, créanme, te deja el cuerpo a puntito para lo bueno.