Título: The Hunger Games
Año 2012
Duración 142 min.
País USA
Director Gary Ross
Guión Gary Ross, Suzanne Collins, Billy Ray (Novela: Suzanne Collins)
Música James Newton Howard, T-Bone Burnett
Fotografía Tom Stern
Reparto Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Elizabeth Banks, Stanley Tucci, Liam Hemsworth, Woody Harrelson, Donald Sutherland, Toby Jones, Lenny Kravitz, Wes Bentley, Paula Malcomson, Isabelle Fuhrman
Productora Lionsgate / Color Force
Valoración 2
Era de esperar que Hollywood, una vez anunciada la última pestilencia de esa bazofia “excrementoromántica” llamada CREPÚSCULO, corriera a pergeñar un producto de parecidas características adictivo-joveznas, con el que intentar repetir el arrollador fenómeno mediático y taquillero de los vampiros metrosanguíneos con colmillo interruptus. La elegida finalmente para tan fatídica destinación ha sido la adaptación cinematográfica de LOS JUEGOS DEL HAMBRE, la exitosa trilogía novelística de Suzanne Collins.
La misma escritora ha colaborado en un guión que, finalmente, tras un buen listado de posibles candidatos a erigirse en realizadores de la cosa, ha recaído en manos de Gary Ross (PLEASANTVILLE). Una vez contemplada, podemos decir que Ross ha concluido su cometido a la perfección: ha sabido limar todas las asperezas posibles de un ya de por sí blandito, facilón y masticable material de partida.
LOS JUEGOS DEL HAMBRE cumple casi, sólo casi escrupulosamente el imperativo de ser agua cinematográfica: es insípida como un zumo de patatas y transparente como un pipí de bebé.
El “casi” de la primera línea del anterior párrafo lo que viene a remarcar es que, en la cuestión del olor, la película no puede ser comparada con el líquido referido. LOS JUEGOS DEL HAMBRE no es inodora, pues apesta un poco: expele ese rancio aroma execrable con el que están perfumadas todas las manufacturas destinadas a no herir los muchos ojitos ávidos, fieles y entregados de esa intrascendencia.
La película es una poco sutil amalgama de géneros: tenemos un marco global de ciencia ficción, tenemos un poquito de parábola social aocalíptico-futurista, un poquito de acción violenta y, como no, un poquito de romanticismo “fast food”. Esto es, un batiburrillo bien calculado para que el asunto adquiera la ansiada pátina de trascendencia biodegradable.
Años futuros. Nación de Panem. El Capitolio, máximo órgano del poder, obliga a un dramático deber a los doce distritos en los que está dividida la población sometida a su mandato. Cada uno de ellos envía a dos jóvenes de distinto sexo a que participen en los denominados Juegos del Hambre, una competición en la que, tras ser lanzados a un vasto campo de batalla, vencerá el que sobreviva a una lucha a muerte entre todos ellos.
La película, como la novela, persigue las andaduras en esa particular contienda de Katniss Everdeen, una joven de dieciséis años que decide presentarse por el distrito 12 en sustitución de su hermana menor, que ha sido la elegida por sorteo para acudir a la siniestra cita. El film narra su preparación y su participación en la lucha final.
El problema de raíz que Gary Ross no sabe atajar jamás es la escasa consistencia de una propuesta que cacarea sin rubor su flagrante simplicidad. LOS JUEGOS DEL HAMBRE es una flácida, pacata y desabrida película de acción, que quiere ser violenta pero que evita la sangre. Vamos a ver, como querer comerte una docena de churros diaria para aniquilarte el colesterol o como embarazar a la parienta amancebándote con la vecina de arriba.
El film es un quiero y no puedo aburrido, estirado, timorato y tramposo. Un episodio del “Equipo A” para adolescentes amamantados en el Teletubbie Aberration Institute. Una versión podridamente edulcorada de la magnífica BATTLE ROYALE, de Kinji Fukasaku. La rigurosa brutalidad del film nipón da paso aquí a una desmayada ceremonia de descafeína profiláctica. Entendámonos, la versión norteamericana es, a la japonesa, lo que la biografía de Tinky-Winky a las memorias de un “yakuza”.
Para más suplicio, la puesta en escena privilegiada por Ross está fundamentada en dos soluciones visuales que causan una antipática repelencia: una ambientación de la aristocracia de Panem, hecha al dictado del orgasmo del estilista de Lady Gaga, y un uso de la cámara en mano más agotador que subirte al Himalaya haciendo el pino. Es que encima de simple es estilitonta y mareante. Todo un cúmulo de atractivos, en fin.
Las posibilidades que presta el hecho de que toda la competición sea vista a través de unas grandes pantallas televisivas y que la contienda esté organizada y manipulada como si de un Gran Hermano se tratara no son aprovechadas en ningún momento. La posible reflexión sociológica se diluye ante la nula consistencia de lo exhibido.
El gran montaje audiovisual sólo es una excusa para imponer un postizo, carnavalero y gratuito delirio “kitsch” en aras de simbolizar la injusticia de unos privilegios disfrutados por las clases sociales superiores. Todo ello conducido por un engendro presentador un tercio Carlos Sobera, un tercio Mónica Naranjo, un tercio Mercedes Milá sin enseñar el culo.
Eso sí, LOS JUEGOS DEL HAMBRE no es la nulidad “light”, 0´0 en materia conflictiva, inquietante o agresiva que quiere ser, porque, a diferencia de la saga de los vampiros Nocilla, aquí si hay rostro que pueda bregar con la insulsez facturada. La película cuenta con los servicios intepretativos de la siempre perfecta Jennifer Lawrence. La protagonista de WINTER´S BONE impone una seriedad y una tensión a su personaje que no tienen ni el guión prestado ni el realizador contratado para intentar azuzarlas.
Por respeto a la actriz no le ponemos a LOS JUEGOS DEL HAMBRE el rosco que se merece semejante dieta Dukan.