Título: The Raven
Año 2012
Duración 110 min.
País USA
Director James McTeigue
Guión Ben Livingston, Hannah Shakespeare
Música Lucas Vidal
Fotografía Danny Ruhlmann
Reparto John Cusack, Alice Eve, Luke Evans, Brendan Gleeson, Kevin McNally, Pam Ferris, Oliver Jackson-Cohen, Dave Legeno, Brendan Coyle, Sergej Trifunovic, Sam Hazeldine, Ian Virgo, Ana Sofrenovic
Productora Coproducción USA-Hungría-España
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Hay películas en las que anida el dilema del por qué; esto es, uno piensa en qué lástima de bajada de tensión cardiovascular, oportunísima, hubiera debido de acontecer en el momento del alumbramiento cerebral de quien la cuajó posteriormente en idea. Es lo mismo que sucede ahora con el cerebrazo programador, a quien se le ha ocurrido la feliz idea de reponer “Ana y los Siete” en TVE: que tú, espectador desprevenido, espectador confiado en que los originales fueron transformados en silicona con la que solucionar la aluminosis pectoral de su protagonista, estás lamentando la oportunidad de hacer vuelo parapente que su pérfida madre perdió el día de su nacimiento, y poder, así, haberse convertido en pionera en del saltoparto al vacío.
Con EL ENIGMA DEL CUERVO ocurre lo mismo… ¿Por qué?... ¿Por qué malhadada intención se tiene que tomar en vano a una de las eminencias más grandes que ha dado la literatura universal? ¿Por qué no se tiene el decoro de reconocer previamente que lo que se va a cometer es una degradación dantesca en toda regla? ¿Por qué recurrir a una celebridad para situarla creativamente en las antípodas de lo que ésta ha sabido construir inmortalmente? La respuesta, como el profesor particular que se empleó la Obregón para interpretar a una “stripperniñera”, más que un dilema, es un motivo para firmar un manifiesto a favor de alguna que otra señalada sepultura en vida.
EL ENIGMA DEL CUERVO se atreve a fabular una trama imponiendo como protagonista a Edgar Allan Poe. El autor de “Los Crímenes de la Calle Morgue” es utilizado como elemento central de una terrorífica historia de crímenes sin descubrir, desarrollada en Baltimore, la ciudad estadounidense en la que vivió durante toda su vida y, también, en la que murió en extrañas circunstancias. Podemos convenir en que el punto de partida, sobre el papel, es interesantísimo, de ahí que la posterior barbarie de los resultados finales resulte tan irritante y vejatoria.
Se trataría de envolver a la figura del escritor en unos hechos que bien pudieren haber sido fruto de su propia habilidad literaria: un detective de la ciudad descubre que los asesinatos reproducen, con fidelidad, algunas de las escenas sangrientas más memorables, escritas por Poe en el periódico local. Insistimos en lo dicho con anterioridad: EL ENIGMA DEL CUERVO parte de un ardid ficticio apasionante, pues podría permitir un acercamiento cuanto menos original a la aparatosa, convulsa, nada serena existencia del escritor.
Sin embargo, nada de esto ocurre. A los pocos segundos de su inicio ya descubrimos que lo que vamos a contemplar es un desahogado refrito audiovisual, mal enhebrado mediante algunos de los lugares comunes más trillados del escritor. De hecho, ya mosquea que una película que aborda a Poe y que se llama en original THE RAVEN (El Cuervo) –al igual que uno de los poemas más famosos de éste-, en la primera escena, nos saque un negro espécimen de ese tipo de ave: ya apercibimos que la originalidad va hacer acto de presencia igual que un cartero en la Calle Estafeta durante un encierro de San Fermín.
Dirigida por James McTeague, creador de la sobrevalorada V DE VENDETTA, la película no se eleva jamás por encima de esa excusa y, lo que es mucho peor, termina condenando su observación sobre el literato, justo contra las cuerdas del ámbito creativo opuesto al cultivado por él: la radiografía siniestra, enfermiza, sutil y penetrante del alma torturada del protagonista –elemento fundamental en la prosa de Poe- da paso aquí a una imposible trama asesina en la que prima más lo rocambolesco que lo angustiosamente subjetivo.
Resulta despreciable ver reducido el sobrecogedor universo del escritor a una inverosímil carrera de horrores, mucho más propia de un fiasco Best Seller -and Bad Written- de Dan Brown. La peripecia es tan burdamente alambicada, tan rudamente compleja, que tarda muy poco en minimizar y lapidar a Poe, dejándolo a la altura de histérico pelele Código DaVinci. Como ver a la Obregón frotándose su V de Ventresca contra la barra metálica fija de su show.
Por si fuera poco, el realizador está menos oportuno que Ortega Cano cantando “estamos tan a gustito” en un homenaje a Camarón de la Isla. McTeague plantea su trabajo de forma más que errada, pues no consigue que su labor invoque en modo alguno ni la fiebre psicológica en el tratamiento de los personajes, propia del estilo de Poe, ni, fundamentalmente, haga emerger con tacto la nebulosa íntimo-desquiciada que los inscribe a estos en un espacio siempre desestabilizado y siempre llamado a descenderse a su reverso más afilado. Lo que es lo mismo, la Obregón o el hallazgo del sex-appeal: anatomía de una alergia.
Es del todo lamentable, por ejemplo, contemplar cómo queda saldada la cita a “El pozo y el péndulo”: pocas veces ha tenido Poe tan poco fortuna con sus adaptadores a la gran pantalla. McTeague reduce a escombros sangrientos carniceros lo que en el texto original es pura tensión angustiosa, de tersa magnitud punzante.
Lo mismo cabe decir del conato romántico que emplaza la relación con Emily, o de toda la trama criminal: están emplazadas sin la perversa fluidez que exige el precedente. McTeague apuesta por la grandilocuencia y por el golpe de efecto. No hay malestar ambiental, sino hachazo escénico. Para colmo de males, una fotografía descuidada, una puesta en escena pobretona y un John Cusack empeñado en parecer el primo de Nicolas Cage operado de pómulos en la clínica Gollum, ponen su abnegada irresponsabilidad al servicio de la hecatombe.
