Título: En Kongelig Affære (Die Königin und der Leibarzt) (A Royal Affair)
Año 2012
Duración 137 min.
País Dinamarca
Director Nikolaj Arcel
Guión Nikolaj Arcel, Rasmus Heisterberg, Lars von Trier
Música Gabriel Yared, Cyrille Aufort
Fotografía Rasmus Videbæk
Reparto Mads Mikkelsen, Alicia Vikander, Mikkel Boe Følsgaard, Trine Dyrholm, David Dencik
Productora Zentropa Entertainments
Valoración 7
Notable film histórico el que depara el sano clasicismo adoptado por el danés Nicolaj Arcel en esta sólida A ROYAL AFFAIRE. El esfuerzo escénico que supone el viaje temporal en aras de un análisis pormenorizado de una muy concreta situación pretérita está saldado con una eficacia digna de elogio. En él, Arcel traslada al espectador hasta la Dinamarca del siglo XVIII; en concreto a los convulsos días del mandato real que debió asumir el delirante y enfermo Christian VII. Un crucial momento de la historia danesa, que desarrolla fundamentalmente, con mucho detalle, la subida y caída en desgracia de su médico mental, el físico germano Johann Friedrich Struensee.
El film urde un atractivo fresco investigativo en torno a la llegada del pensamiento ilustrado a ese país y, sobre todo, la forma en las que los partidarios de éste intentaron llegar hasta las más altas instancias del poder para invertir el organigrama político social, hasta entonces en manos de la iglesia, la aristocracia y los poderosos convencidos de las formas medievales sometedoras de la voluntad del pueblo. UN ASUNTO REAL dirime en esencia un abigarrado entramado argumental que define la eterna pugna entre los designios movilistas del pensamiento moderno y las escasa voluntad del poder establecido por asumir los cambios requeridos por aquel.
La película parte de un hecho nupcial: la boda pactada del Rey con la princesa Carolina Matilde. Ambos no se conocen. El rey es un ser con las facultades mentales absolutamente desquiciadas, un caprichoso ajeno a todo lo que tiene que ver con el ejercicio de su cargo, un bobo delirante incapacitado para tomar la más mínima decisión, un juguete en manos de la Reina madre y su grupo de oscuros privilegiados mandamases: en definitiva, la perfecta plasmación de que la cara visible de la historia no es sino una máscara tras la que se agazapan una suma de intereses que se encargan muy bien de variar a su antojo el gesto de ese rostro.
La boda con la princesa ocasiona la decisión de que le sea buscado al rey un médico que le amaine lo voluble y excéntrico de su carácter. Ahí es donde los partidarios de cambiar el orden de las cosas ven la ocasión de incluir la culta, moderna, inteligente y profesional figura de Struensee. A partir de este momento se teje una tupida red de planificaciones que dan con el germano en el puesto más alto del estamento gubernamental del país: una ola de libertad político-social irrumpirá tras las modernas leyes que el médico alemán irá dictando y haciendo firmar al encantado Rey.
Sin embargo, la película, paralelamente a la trama política que traza con impecable claridad, va dirimiendo una turbulenta trama amorosa: la que involucrará al médico con la princesa. De hecho, el film es el repaso memorioso de ésta, obligada a esclarecer unos hechos, mediante una carta escrita a sus queridos hijos. No resulta por lo tanto un recurso incoherente que el relato lo impela esa voz dolida, exiliada, acaso incomprendida de una mujer que ha decidido sacar a la luz algunos secretos que atañen a su más íntima biografía.
La historia en mayúsculas deja paso a las tesituras individuales de los seres humanos que la protagonizan. El guión sobre el que se sostiene el ejercicio de Arcel tiene la virtud de atacar ambas líneas sin que la narración se resienta de desequilibrio grave alguno: el omnipresente y esencial sesgo historicista se yuxtapone fluidamente con el melodrama pasional involucrado.
El film es uno de esos firmes ejercicios narrativos en los que el peso de la historia no apabulla la verosimilitud de las relaciones entre sus personajes. No hay ápice alguno de acartonamiento. Arcel demuestra una sana pericia a la hora de hacer avanzar fluida e intensamente las dos líneas argumentales descritas, sin dejar de aprovechar la ocasión que le presta el patético infantilismo del monarca para sugerir una prudente mirada crítica a esta clase de figuras manipulables que ocupan, quizás por ello, un cargo que no merecen. Ahí radica uno de los puntos de reflexión que el film indaga en aras de una nada despreciable lectura contemporaneizante de los hechos escenificados.
Soberbiamente interpretada por un Mads Mikkelsen por fin alejado del rol villano al que nos tiene acostumbrada la angulosa, esquinada particularidad de su reconocible rostro, UN ASUNTO REAL no trata jamás de aportar una mirada experimental al género que transita, no combate conscientemente el transparente clasicismo histórico en el que se integra: es ajustada, respetuosa, poco virulenta, pero sabe seguir a pies puntillas el canon de esa siempre apetecible regla que es hacer bien lo que uno se propone. No es poco.