Título original: World War Z
Año: 2013
Duración: 116 min.
País: Estados Unidos
Director: Marc Forster
Guión: J. Michael Straczynski, Matthew Michael Carnahan (Novela: Max Brooks)
Música: Marco Beltrami
Fotografía: Robert Richardson
Reparto: Brad Pitt, Mireille Enos, Daniella Kertesz, David Morse, Matthew Fox, Eric West, James Badge Dale, David Andrews, Peter Capaldi, Ludi Boeken, Fana Mokoena, Abigail Hargrove, Elyes Gabel, Pierfrancesco Favino, Moritz Bleibtreu, Ruth Negga
Productora: Paramount Pictures / Skydance Productions / GK Films / Plan B Entertainment / Apparatus Productions / Hemisphere Media Capital / Latina Pictures
Nota: 4.5
Decepcionante. No le vale otro calificativo a la suerte que ha corrido la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Max Brooks. En el terreno siempre cansino y agrio de las traslaciones del soporte escrito al soporte audiovisual, lo hemos comentado alguna vez, somos partidarios de que quien deba asumir la responsabilidad de esa operación cambie, trastoque, haga, deshaga y recomponga en aras de que el nuevo resultante justifique plenamente su razón de ser.
Sin embargo, una cosa es tener licencia para que el objeto cinematográfico adquiera su pertinencia y otra es vejar el material literario procurando no una justificada mutación, sino el aniquilamiento medular del referente originario. De la adaptación al exterminio hay un trecho bastante amplio, que los creadores de GUERRA MUNDIAL Z, el film, han recorrido sin que parezca haberles temblado el pulso en el empeño. El libro, advirtámoslo ya, no está en la película.
La novela de Brooks fundamenta su mayor interés en el modo en el que está estructurada su indagación en el universo zombie. El autor norteamericano evita la clásica narración haciendo mediar un sugestivo relato polifónico, coral, que evita la apuesta por la creación de un único protagonista conductor del relato. Dentro de él, la sucesión de los acontecimientos esta vertida mediante las confesiones de un variopinto y nutridísimo de personajes.
Cada uno de ellos está emplazado dentro de una especie de reportaje que abarca temporalmente toda la cronología de una guerra mundial, ya concluida, que la especie humana ha entablado contra un dantesco brote zombie. Los entrevistados van refiriendo su experiencia en un momento concreto, siendo agrupados cronológicamente para que el lector vaya haciéndose una idea de la intensidad del contagio, de la progresión de la contienda y de la merma de la población mundial.
El film de Marc Foster, muy pronto lo advertimos, pasa por encima de esta particularidad, la desprecia, la abandona dirimiendo una estructura narrativa diametralmente opuesta a la deparada en el libro. Hecha la salvedad del efectivo prólogo elaborado con imágenes televisadas, que, a la vez, condensa (por cuanto aporta pertinente información gracias a la multitud de puntos de vista yuxtapuestos), y a la vez zanja la posible interrelación con el modelo narrativo privilegiado en la novela (por cuanto ya nunca más vuelve a aparecer esta metodología), la adaptación cinematográfica sólo se obsesiona por domesticar burdamente la singularidad expuesta en el material novelado que le sirve de punto de partida.
Con todo, el problema principal del film es que el resultado de esa traición tampoco resulta estimulante, puesto que el descaro por la generación de un gran elemento central protagónico, que sirve de conductor de la acción y de punto de vista principal a través del cual ésta es atisbada planetariamente, acaba arbitrando un morrocotudo ninguneo a todo el resto de elementos dramáticos adyacentes: ni los personajes secundarios ni el encadenado de episodios encaminados a que el héroe de la función logre llevar a buen término la misión asignada están urdidos con la hondura, la complejidad y la solvencia necesarias.
GUERRA MUNDIAL Z adolece de impersonalidad: los cambios con respecto a la novela la condenan a una vulgarización y, por lo tanto, avalan que un respeto mayor a aquella hubiera deparado unos resultados muchísimo más estimulantes, que, por ejemplo, harían que la pudiéramos equiparar a lo concretado en la magnífica THE BAY, del veterano Barry Levinson, desgraciadamente no estrenada aún en nuestro país (pudimos disfrutarla en la última edición del Festival de Sitges), en la que el autor de RAIN MAN se muestra muy capaz de relatar un impactante relato terrorífico utilizando de forma brillantísima el formato de un reportaje televisivo.
Y es una pena porque hay momentos en los que GUERRA MUNDIAL Z preconiza, cuaja lo que debiere haber sido en su totalidad. No en vano viene dirigida por un realizador, Marc Foster, que, aunque vuelve a demostrar que los films “de acción” no son su fuerte (fue el director de la menos estimulante de las entregas de la saga Bond protagonizadas por Daniel Craig, la poco más que simplemente correcta QUANTUM OF SOLACE), sí conoce las reglas de su oficio (ahí están la incomprendida DESCUBRIENDO NUNCA JAMAS y la formidable MONSTER´S BALL).
Si GUERRA MUNDIAL Z no es un desastre superlativo se debe a que Foster apura al máximo una idea que se antoja el hallazgo más importante de todo el producto: la concepción con la que se trabaja la visualización de los muertos vivientes. El realizador evita la frontalidad, el exhibicionismo en primer plano, la tentación de caer en la estética gore, sanguinolenta y carnicera a la que estas criaturas nos tienen acostumbrados.
En lugar de esta opción más propia del género de terror puro se privilegia una visualización colectiva, furiosa, anónima, turbulenta e incombustible. Foster equipara esta urgencia masificada y letal a la naturaleza vírica del conflicto: el hervidero, el magma, la turba desbocada y letal de los “no vivos” adquiere presencia de fluido orgánico, de veneno inoculado en un planeta que, así, simula la fragilidad indefensa de un cuerpo atacado sanguíneamente. Los planos de esas corrientes voraces de zombies buscando cuerpo vivo poseen una escalofriante eficacia.
Otro apunte interesante lo aporta el hecho de la prontitud con la que emerge la presencia del elemento maligno. Una de las pocas habilidades del guión es presentar con inesperada celeridad la irrupción de las criaturas homicidas: a la consabida escena familiar de armoniosa estabilidad le sigue la escena en la que los miembros de la familia presentada se hallan inmersos dentro de un atasco en una de las avenidas centrales de Filadelfia. Ahí Foster visualiza el primer ataque mediando una espléndida dosificación de hechos, resaltando los efectos de la acometida inesperada sin que se contemple a los invasores: el espectador es sacudido del mismo modo que los personajes dentro del film, pues no se nos muestra más que lo que éstos logran contemplar.
Toda la larga secuencia de la lucha de la familia por escapar a la captura de los zombies acumula, junto con la que transcurre en Jerusalén, lo mejor del film. El realizador se muestra muy atento al seguimiento de los hechos acometiéndolo con un meritorio afán detallista, muy rico en apuntes observativos, como el autobús descontrolado que atropella al guardia motorizado, el asma de una de las hijas, el recuento de segundos del padre observando la evolución de un infectado, el policía que corre a buscar enseres en el supermercado, la decisión de salir de casa del hogar de portugueses o ese magnífico plano en el que Gerry se asoma al vacío de la azotea para contarse los segundos que le aseguran el no contagio.
Lastimosamente, al concluir esta escena con el traslado de la familia al portaviones, concluye también el film. El guión, a partir de ese momento, se convierte en una zómbica maniobra de evitación de cualquier tipo de complejidades. El relato se pliega con pasmosa obediencia a la ley de la simplificación pertinaz, esto es, al acatamiento de la narración sólo empeñada en la andadura inverosímil (secuencia del ataque aéreo) de un héroe encaminado a resolver el entuerto.
En GUERRA MUNDIAL Z ocurre esto de tal forma que el ninguneo a la credibilidad dramática y a la mínima hondura en la caracterización de los personajes es tan virulento como los bocados de los zombies. Ninguno de ellos logra adquirir una entidad que logre atemperar la imposición vorazmente dañina de un héroe central incombustible a la linealidad del objetivo por cumplir. La narración se desdibuja al verse reducida a una mera concatenación de cambios de lugar y peripecias. La película se consume al fagocitarse ella misma la voluntad de vivir cinematográficamente lejos de ese aletargamiento no viviente que supone evitar morder la responsabilidad del riesgo.