Título original: The Grand Budapest Hotel
Año: 2014
Duración: 99 min.
País: Estados Unidos
Director: Wes Anderson
Guión: Wes Anderson (Historia: Wes Anderson, Hugo Guinness)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Robert D. Yerman
Reparto: Ralph Fiennes, Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Jude Law, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Mathieu Amalric, Jason Schwartzman, Tom Wilkinson, Larry Pine, Bill Murray, Owen Wilson, Léa Seydoux, Giselda Volodi, Bob Balaban, Florian Lukas, Karl Markovics, Volker Michalowski, Fisher Stevens, Wallace Wolodarsky, Waris Ahluwalia
Productora: FoxSearchlight / Scott Rudin Productions / American Paintbrush
NOTA: 7.8
No debe resultar nada fácil constituirse en el film posterior a una grandeza delicada e irrenunciable como la que transitaba las capas de exquisita singularidad acumuladas en MOONRISE KINGDOM. De ahí la responsabilidad de un cineasta situado frente a la cumbre de su particular trayectoria creativa. Wes Anderson, en aquella, se sobreponía a toda la serie de rasgos característicos de su genuina filmografía para brindar una emotiva fábula sobre el amor en los tiempos en los que todo es principio.En MOONRISE KINGDOM, el autor de VIAJE A DARJEELING deparaba la sorpresa de limar todas las asperezas autocomplacientes que colmaban de ligereza improductiva a la mayoría de sus obras, sin que la hipnótica capacidad de seducción escénica impuesta viera mermada su caudaloso atractivo.
EL GRAN HOTEL BUDAPEST, por su parte, no tarda ni un solo segundo en reivindicar la autoría de quien lo gesta. Nos hallamos ante un film de Wes Anderson puro y Anderson, en el que éste ha sabido pertrecharse de una historia que le permite lucir al máximo el consabido universo formalista desde el que ha logrado forjarse la merecida fama de intransferible y genuino. Desde ese punto de vista, cabe decir que la dificultad de partida es algo menor que la de su film precedente, puesto que las características del relato que da soporte a la última se antojan más cómodas a los intereses del creador.
La narración principia en una especie de bucle narrativo (un relato dentro de otro, en le que una voz cuenta unos hechos acaecidos en otro tiempo pasado), que viene a explicitar la naturaleza sorpresiva de todos los acaecimientos contados. La linealidad queda vetada en esta fábula que sitúa la parte central de su epicentro temporal en la Europa de entreguerras: el final de la década de los años veinte, cuando el recuerdo de la 1ª guerra mundial era una preocupación extinta y la población del continente parecía sumada en un delirante estado de placidez colectiva. No resulta baladí, por tanto, que el espacio principal del film sea un gran hotel aristocrático, un espacio proclive al lujo, al refinamiento, al boato, al exceso del buen gusto, a la imposición de las normas sociales elitistas.
En ese parámetro espacial el apetito escénico de Anderson se mueve a sus anchas y, por lo tanto, admirablemente. La historia de la relación de amistad habida entre el primoroso conserje del hotel y el botones que entra a su cargo da pie a que el realizador se vuelque arrolladoramente con la intención de deleitar al espectador actual con una maravillosa y personalísima recreación de aquellos tiempos a punto de convertirse en su propia decadencia. El realizador vuelve a brindar una morrocotuda lección de puesta en escena en la que brillan a máxima altura su gusto por la excentricidad granguiñolesca, por las soluciones visuales venidas del mundo del cómic, de la viñeta, del circo, de las marionetas, de los recortables, del cine mudo y del vodevil. EL GRAN HOTEL BUDAPEST es, no puede sorprendernos, un caudaloso ejercicio audiovisual en el que el concepto de la puesta en escena abruma al contenido narrativo que lo vehicula. La forma, estallada, reivindicada, expuesta en primera línea de intención, abunda en el sentido fabulatorio que se quiere concretar.
Ahora bien, a diferencia de MOONRISE KINGDOM, el cúmulo de situaciones y entramados argumentales convocados no logra amalgamarse con el dispositivo escénico construido para exaltarlo. Las peripecias que tienen que salvar los dos personajes antes citados cuando el conserje resulta ser el máximo beneficiario de la herencia de una de las clientas más longevas del hotel se tornan un material excesivamente ligero y vidrioso. Durante la mayor parte del seguimiento se tiene la sensación de que el avance de la acción es más caprichoso que consecuente, de ahí que, como hemos dicho al principio, EL GRAN HOTEL BUDAPEST no logre las cotas de sincera armonía autoral forjadas en MOONRISE KINGDOM. Resulta un poco pronto para tildar de agotamiento creativo o de empecinamiento personal porque el espectáculo, insistimos, sigue siendo en líneas generales delicioso, brillante y compensador, pero da la impresión que Anderson se ha fabricado un traje demasiado ajustado a su medida.