Título original: Memoria
Dirección: Apichatpong Weerasethakul
Guion: Apichatpong Weerasethakul
Música: César López
Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom
Reparto: Tilda Swinton, Daniel Giménez Cacho, Jeanne Balibar, Juan Pablo Urrego, Elkin Díaz, Daniel Toro, Agnes Brekke, Jerónimo Barón, Constanza Gutiérrez
Nota: 9
Comentario crítico:
El cuerpo humano, para Apichatpong Weerasethakul, más allá de la carne que lo hace finito, siempre ha sido una geografía con el espacio luchando por derribar la barricada de su propia frontera. El trasunto de una celda viva con el cautivo recién escapado a una libertad que, sanguínea, pareciere condenada a no quebrantar la impiedad de su piel envejecedora y vigía. Una tras otra vez, el maestro tailandés no ha hecho otra cosa sino narrar las fugas de esos cuerpos convertidas en mutaciones alejadas de esa subsistencia, en historias escapadas a esa finitud, en alteraciones animales soñadas, en transformaciones sonámbulas caminando hacia la indefinición de un recuerdo, en presencias que dejan de serlo, en muertos que son eternos en el hueco dentro del que se ha sido. El cuerpo humano, en definitiva, como síntoma inextinguible de una permuta inconsciente, como eco legendario de una infinita metamorfosis.
Claro está, no hay leyenda sin susurro, ni recuerdo sin voz. Todo sueño prefigura una consciencia que lo escuche. Acaso el instante fundacional del lenguaje lo genere la necesidad que los muertos tienen de hablarle a los vivos que los han sucedido y la de estos a quienes no los cesan de preceder. De ahí que se antoje casi como necesidad inexcusable que el cineasta tailandés tarde o temprano reflexionara sobre el sonido, la materia de esa expresión. MEMORIA es el impagable, revelador resultado de esa inquietud por fabular sobre el rumor universal.
Resulta muy curioso, además, que esta vagabunda especulación fílmica acontezca justo este año. La autorreflexión cinematográfica a veces propone curiosas coincidencias. Durante la pasada temporada, estrenadas ambas, a la vez, en el último festival de cine de Cannes, donde ambos competían por una Palma de oro que ninguno de los dos consiguió, el autor de TROPICAL MALADY tuvo como rival más que directo para conseguir el galardón la última producción de otro genio de la modernidad cinematográfica. Nos referimos a ANNETTE, el fascinante musical que se ha sacado de la manga desbordada Leos Carax.
El primer plano del film es una toma exterior de un gran edificio de Los Angeles. Sobre esa imagen Carax decide superponer entrecortadamente el dibujo de un sensor auditivo de una mesa de mezclas de sonido, mientras de fondo suena un extraño sonido como de zumbido eléctrico. Tras él, la cámara entra en el interior del edificio. Allí veremos al propio Carax a los mandos de los teclados de una mesa de grabación. Un grupo musical, Sparks, está preparándose para grabar un tema. El director les conmina a hacerlo. Estos empiezan a hacerlo. Y ahí arranca el film. Un film al que, obviamente, no le queda más remedio que ser musical.
Cual ratones de Hamelin, al llamado de esa música acudirán los actores protagonistas en busca de la historia que tienen que interpretar. Carax, de inicio, ha dictaminado una deslumbrante sentencia. Al principio todo es un sonido. Un sonido es el origen de la creación. Causa no poca sorpresa advertir que uno de los momentos más reveladores y álgidos de MEMORIA tenga lugar en otro estudio de grabación, en el que la protagonista del film trata de solucionar el misterio sobre el que se sostiene este insondable veredicto cinematográfico de Weerasethakul sobre la importancia casi amniótica de los ecos sonoros que nos oyen, nos escuchan, nos recuerdan, nos dicen. El director asiático llegará a la conclusión de la cual parte el galo. Claro está, la metodología empleada, tal y como son sus respectivos autores, no podrá ser más contrapuesta.
Un sonido indescifrable es la excusa sobre la que principia, como ha quedado dicho, el periplo caminante que genera la, como siempre en el creador de CEMETERY OF SPLENDOUR, mínima peripecia argumental. Lo escucha Jessica, una granjera escocesa que vive en Medellín, pero que acude a Bogotá a cuidar a su hermana, convaleciente en un hospital de un extraño virus. Toda la primera parte del film acompaña a Jessica en su deambular por la capital colombiana tratando de esclarecer el misterio de ese sonido cortante, seco e instantáneo que sobreviene sin causa alguna causándole una lógica inquietud. Se trata de una percusión subjetiva e intensa que la golpea tímpanos adentro. No sabe si achacarlo a una enfermedad, a una ensoñación, a un contagio indescifrable, a una señal orgánica de alerta.
Durante todo ese tramo, durante toda la serie de entrevistas que mantiene para esclarecer el origen de esa circunstancia y dar así con la solución para mitigarla, este personaje femenino occidental parece alejarse de la tipología humana característica del cineasta tailandés. Da la impresión de que este parece aprovechar la salida de su país para inmiscuirse en una geografía creadora distinta a la pululada por personajes trasuntos de fantasmagorías, ancestros, leyendas y reverberaciones anímicas sobre la que ha configurado la mágica alteridad espacial y simbólica de sus magistrales disquisiciones sobre la complejidad de la existencia humana y el reverso ignoto de su inexistencia persistida.
Semejante expectativa salta por lo aires en un último tercio sencillamente sublime en el que Weerasethakul depara una resolución conceptual que seguramente se halla entre las postulaciones existenciales más hermosas deparadas por una trayectoria, la suya, asaz prolija en alumbramientos jamás imaginados. Al final de su periplo, en una pequeña aldea montañosa, Jessica conoce a un tipo, Hernán, que le dará de bruces con una revelación tan elucidante como recóndita. En ella entra en juego la significación del sonido.
La mujer protagonista se revelará como corpus hondamente “weerasethakuliano”: la habita un cúmulo desconocido por ella; el ser humano como adición de sedimentos intangibles, de merodeos duendes. El cineasta descerraja un trabajo con el sonido cinematográfico sencillamente atroz, nuevo, abrumativo, magnético, trasladador a enigma, murmullo y quimera. El personaje que interpreta Tilda Swinton descubrirá de pronto que es la protagonista del cuento de la mujer que era la memoria del ruido de todos los tiempos escuchados.