Título original: El Club (The Club)
Año: 2015
Duración: 98 min.
País: Chile
Director:
Guión: Guillermo Calderón, Daniel Villalobos
Fotografía: Sergio Armstrong
Reparto; Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell, Marcelo Alonso
Productora; Fabula
Nota: 9
Pablo Larraín disfrutó hace tres años de un merecido reconocimiento internacional de la mano de la estimable NO. Por fortuna, no creemos errar mucho si le vaticinamos uno mayor a la presente y más brillante EL CLUB, una nueva muestra de la compleja solidez bregativa desde la cual este indispensable joven cineasta chileno concibe su oficio. Nos hallamos frente a una obra valiente, que aborda novedosamente un tema pocas veces abordado con semejante frontalidad, pero que en ningún momento utiliza la impactante magnitud del asunto emplazado en calidad de coartada tras la cual hilvanar un mero discurso representativo, empobrecedoramente acomodado en la simple enunciación.
La primera secuencia del film nos presenta a cinco personajes por separado. Cuatro hombres de cierta edad y una mujer. Finalmente se los encuadra a todos juntos contemplando las evoluciones del entrenamiento de un galgo. A continuación, vemos como la mujer llega a una playa en donde va a tener lugar una carrera de este tipo de canes. Ella lleva de la mano al suyo, mientras los cuatro hombres se quedan en una colina observando las evoluciones de la carrera desde lejos. La carrera comienza. El galgo resulta vencedor. Hasta ese momento no se le es esclarecida la identidad de ninguno de los protagonistas, aunque resulta del todo inquietante la extraña convivencia de todos ellos juntos en un mismo hogar.
¿Quiénes son estos hombres? ¿Qué ha causado esa rara convivencia juntos? ¿Por qué no acuden los hombres a la primera línea de carrera? La respuesta tarda bien poco en ser revelada. Los cuatro hombres son religiosos apartados de su labor en la Iglesia. Viven recluidos, aislados, cumpliendo el castigo que las instancias eclesiásticas ha dispuesto para ellos. El núcleo dramático de la narración lo provoca la llegada a la puerta de la casa un hombre que comenzará a exclamar en voz alta brutales acusaciones contra un quinto clérigo recién arribado a la casa. Las recriminaciones detallan crudamente los abusos sexuales cometidos por éste cuando el inculpador era un niño.
EL CLUB aborda de forma tan honesta como inclemente un tema tan escabroso, delicado y de actualidad, como el secularmente silenciado –siempre sabido- atropello cometido por clérigos homosexuales sobre jóvenes puestos a su cargo, bien en una escuela, bien en el mismo recinto religioso, siempre amparados bajo el cetro de la superioridad omnipoderosa. El pecado en el nombre del Señor absuelto bajo penitencia de secreto. La infamia de la vejación subrepticia y abusante sobre el débil, la ignominia de una doble moral con abyectas consecuencias en la víctima, el estupor ante la negada por respuesta por parte de una institución religiosa, que, por lo tanto, ha sido cómplice de este repugnante comportamiento, en tanto que ha roto la partida del juego esgrimiendo el mutismo como as encima de la ancha manga.
La solidez del film, como ha quedado dicho, no la forja el tema en sí, sino el modo tan aviesamente mordaz, complejo, despiadado y, sobre todo, rehusador de cualquier mínimo atisbo de maniqueísmo torticero y preestablecido, con el que el autor de TONY MANERO resuelve esta borde encrucijada de hombres malos puestos en el brete de la verdad. Larraín se sabe pertrechar de un guión magnífico, atento al zarpazo y la puya, emponzoñado de hosco verismo hurgante, enhebrador de una historia que jamás tiene la tentación de caer en el previsible panfleto esquematizante, y que, por encima de todo, tiene el interés severísimo de complejizar al máximo las características de los personajes: todos son escuchados, el guión presta la palabra antes que orquestar cadalso alguno.
El hecho de que, por ejemplo, tarde en ser revelada la identidad de los hombres, de que, antes de ello, se comience a verter un corrosivo sentido del humor muy hábilmente dosificado, y de la baza argumental que facilita el ardid de que no todos los sacerdotes cumplan ese retiro forzado por el mismo motivo, ya advierte de que el material escrito persigue mucho antes la singularidad dramática particular, el brete individualizado de cada una de las conciencias, que conformarse con la afectación de la barbarie medular sobre la que bascula el film en su globalidad.
Con todo, semejante disposición de partida no alcanzaría la briosa magnitud incómoda, perversa y lóbrega que conquista la película si no mediara el pulso socarrona y concentradamente desmenuzante con el que Larraín se aproxima a la historia referida. Una fotografía tenebrosa, unas localizaciones costeras humedecidas de soledad y gelidez ambiental, unas interpretaciones inconmensurables por parte de todo el reparto, una definición de personajes que permite a todos ellos un espacio para la libre expresión de su conciencia, un respectivo acorralamiento observativo sobre cada uno, diálogos sencillamente espléndidos, utilizados cual mordaz, desconsolada y cruenta munición defensiva o de ataque, y la oscura serenidad inmisericorde emplazada para que no emerja ningún amago de enjuiciamiento preconcebido hacen de EL CLUB la potentísima pedrada paciente que concluye impactando sobre la gratitud del espectador. El cine, con esta valiente muestra de arte cinematográfico comprometidamente pío, recupera su poder esclarecedor: hay imagen para lo que tanto se ha tardado en verbalizar. Lo que Dios perdona, lo puede resucitar la conciencia de un plano.