VICTORIA, de Sebastian Schiper, propone un deslumbrante y fallido film de un solo plano secuencia
EL CLUB, de Pablo Larraín
Nota: 8.5
Pablo Larraín disfrutó hace tres años de un merecido reconocimiento internacional de la mano de la estimable NO. Por fortuna, no creemos errar mucho si le vaticinamos uno mayor a la presente y más brillante EL CLUB, una nueva muestra de la compleja solidez bregativa desde la cual este indispensable joven cineasta chileno concibe su oficio. Nos hallamos frente a una obra valiente, que aborda novedosamente un tema pocas veces abordado con semejante frontalidad, pero que en ningún momento utiliza la impactante magnitud del asunto emplazado en calidad de coartada tras la cual hilvanar un mero discurso representativo, empobrecedoramente acomodado en la simple enunciación.
La primera secuencia del film nos presenta a cinco personajes por separado. Cuatro hombres de cierta edad y una mujer. Finalmente se los encuadra a todos juntos contemplando las evoluciones del entrenamiento del galgo. A continuación, vemos como la mujer llega a una playa en donde va a tener lugar una carrera de galgos. Ella lleva de la mano al suyo, mientras los cuatro hombres se quedad en una colina observando las evoluciones de la carrera desde lejos. La carrera comienza. El galgo resulta vencedor. Hasta ese momento no se le es esclarecida la identidad de ninguno de los protagonistas, aunque resulta del todo inquietante la extraña convivencia de todos ellos juntos en un mismo hogar.
¿Quiénes son estos hombres? ¿Qué ha causado esa rara convivencia juntos? ¿Por qué no acuden los hombres a la primera línea de carrera? La respuesta tarda bien poco en ser revelada. Los cuatro hombres son religiosos apartados de su labor en la Iglesia. Viven recluidos, aislados, cumpliendo el castigo que las instancias eclesiásticas ha dispuesto para ellos. El núcleo dramático de la narración lo provoca la llegada a la puerta de la casa un hombre que comenzará a exclamar en voz alta brutales acusaciones contra un quinto clérigo recién arribado a la casa. Las recriminaciones detallan crudamente los abusos sexuales cometidos por éste cuando el inculpador era un niño.
EL CLUB aborda de forma tan honesta como inclemente un tema tan escabroso, delicado y de actualidad como el secularmente silenciado –siempre sabido- atropello cometido por clérigos homosexuales sobre jóvenes puestos a su cargo, bien en una escuela, bien en el mismo recinto religioso, siempre amaparados bajo el cetro de la superioridad. El pecado en el nombre del Señor absuelto bajo penitencia de secreto. La infamia de la vejación sobre el débil, la ignominia de una doble moral con abyectas consecuencias en la víctima, el estupor ante la negada por respuesta por parte de una institución religiosa, que, por lo tanto, ha sido cómplice de este repugnante comportamiento.
La solidez del film, como ha quedado dicho, no la forja el tema en sí, sino el modo tan aviesamente mordaz, complejo, despiadado y rehusador de cualquier mínimo atisbo de maniqueísmo torticero y preestablecido con el que el autor de TONY MANERO resuelve esta borde encrucijada de hombres malos puestos en el brete de la verdad. Larraín se sabe pertrechar de un guión magnífico, enhebrador de una historia que jamás tiene la tentación de caer en el previsible panfleto esquematizante, que, fundamentalmente, tiene el interés severísimo de complejizar al máximo las características de los personajes.
El hecho de que, por ejemplo, tarde en ser revelada la identidad de los hombres, de que, antes de ello, se comience a verter un corrosivo sentido del humor muy hábilmente dosificado, y de la baza argumental que facilita el ardid de que no todos los sacerdotes cumplan ese retiro forzado por el mismo motivo, ya advierte de que el material escrito persigue mucho antes la singularidad dramática particular, el brete individualizado de cada una de las conciencias, que conformarse con la afectación de la barbarie medular sobre la que bascula el film en su globalidad.
Con todo, semejante disposición de partida no alcanzaría la briosa magnitud incómoda, perversa y lóbrega que conquista la película si no mediara el pulso socarrona y concentradamente desmenuzante con el que Larraín se aproxima a la historia referida. Una fotografía tenebrosa, unas localizaciones costeras humedecidas de soledad y gelidez ambiental, unas interpretaciones inconmensurables por parte de todo el reparto, una definición de personajes que permite a todos ellos un espacio para la libre expresión de su conciencia, un respectivo acorralamiento observativo sobre cada uno, diálogos sencillamente espléndidos, utilizados cual mordaz, desconsolada y cruenta munición defensiva o de ataque, y la oscura serenidad inmisericorde emplazada para que no emerja ningún amago de enjuiciamiento preconcebido hacen de EL CLUB la potentísima pedrada paciente que concluye impactando sobre la gratitud del espectador.
VICTORIA, de Sebastian Schipper
Nota: 6.8
Cuarto largometraje del germano Sebastian Schipper, VICTORIA es de esa clase de films a los que la revelación de ciertos datos sobre su acabado, sobre la especificidad desde la que se trata de labrar una no escasa generación de expectativas les granjea ya un inusitado interés. Sin ir más lejos, BOYHOOD, por ejemplo, a nadie se le escapa que el conocimiento de antemano por parte del crítico o del espectador del hecho de que sea una obra rodada con los mismos actores durante doce años, queramos o no reconocerlo, condiciona la disposición frente a su vislumbrado. VICTORIA, por su parte, al igual que EL ARCA RUSA, de Sokurov, o que BIRDMAN, de González Iñárritu, predispone a ser testigo de un film rodado íntegramente en un plano secuencia.
El movimiento de inicio del film nos introduce dentro de un local nocturno berlinés, en el que vemos a la lógica muchedumbre moviéndose entregada al ritmo de la vibrante música electrónica. La cámara se detiene en una joven que, en ese momento, decide salir de la pista e ir hacia una barra a pedirse un snap. Se lo toma,va al baño, coge su chaqueta y, cuando está a punto de marcharse, le llama la atención una pequeña trifulca que, en la entrada, están protagonizando cuatro jóvenes a los que le es negado el acceso. Uno de ellos repara en ella y comienza a dirigirse hacia ella con un desinhibido y respetuoso sentido del humor. A ella le hace gracia y opta por unirse un rato a la andanza nocturna del grupo, puesto que tiene que madrugar por causa de su trabajo como camarera en una cafetería situada no muy lejos de allí. VICTORIA narra los imprevistos acontecimientos a los que deberá de hacer frente la joven tras tomar esa decisión.
Digámoslo con celeridad, desde un punto de vista formal, VICTORIA deviene un producto implacablemente admirable, por cuanto, la resolución técnica impresiona en todo momento. Sin mediar ni un solo corte, esto es, no imponiendo un falso plano secuencia como el de BIRDMAN, sino que procurando una total adecuación entre el tiempo de la ficción y el tiempo del rodaje, solo cabe reconocer el enorme esfuerzo representativo que dirime la brutal pirueta escénica, teniendo en cuenta que los personajes no cesan de moverse en ningún momento corriendo por las calles, montando en bicicleta, metiéndose en edificios para llegar al tejado superior, subiendo y bajando de automóviles… la acción comienza en el movimiento referido y termina dos horas más tarde vislumbrando el movimiento final de uno de los personajes sin que la cámara deje un solo instante de dejar de enfocarlos.
Ahora bien, una cosa es la decidida exhibición escénica y otra bien distinta es el contenido ideado para que aquella tenga lugar. Y éste orden de los factores es, sin duda, el mayor reparo que se le puede hacer al producto: se tiene la sensación que el material escrito está ideado para que ese alarde sea posible y no al revés. Schipper, lastimosamente, sobre todo en la segunda parte del film, no consigue mantener la eficacia de la función, de tal forma que las acciones encuadradas parecen mucho más relleno mediante el que continuar con la osada proeza que soluciones de guión consecuentes a la historia principiada.
Toda la primera mitad es una meritoria concreción de naturalidad y verosimilitud fílmicas. La utilización del plano secuencia no parece caprichosa sino que sabe imponer justa pertinencia: la voluntad de Victoria (atenta, contenida y dosificando muy bien, de menos a más, la progresiva tensión de su personaje Laia Costa), de, sin meditarlo, acaso fruto del alcohol o del gracejo con el que la exhorta Sonne, imprevista por completo, se adecúa bien a la inercia asaltante, englobadora, móvil y directa que impone el uso de la particular planificación elegida. Justo hasta la conmovedora parada en la cafetería, en la que tiene lugar una sorprendente revelación por parte de Victoria, la película no supura incomodidad alguna. Las distintas acciones se van desarrollando fluidamente, gracias sobre todo a la hábil disposición de la cámara y a la espontaneidad brindada por los actores, especialmente a la que vierte en cada una de sus intervenciones Frederick Lau.
Sin embargo, la película depara un derrotero inusitado a partir de ese momento y, ahí, por desgracia, al experimento se le ve la fórmula: el dispositivo se evidencia y, por lo tanto, la desenvoltura de la función ve muy menguada su adherencia. El quiebro policiaco obliga a una toma de decisiones por parte de los personajes (sobre todo el de Victoria) que distan mucho de estar justificadas y ser creíbles. Esta fractura de credibilidad provoca que, finalmente, a VICTORIA, le venzan sus propias costuras. Con todo, el film de Schipper, dada la nada dimensión de la intentona, se gana con holgura que recomendemos su visión.